Home Mientras tanto El teatro de la vida

El teatro de la vida

 

 

 

Me lo encuentro cuando iba a recoger unos análisis. ¿De sangre? También. Es como si me estuviera esperando. Actores del teatro de la vida, estratégicamente distribuidos por toda la ciudad. Como si fueran a soplarme al oído mi próxima frase. Mi próximo apunte. Un poema para celebrar el final del invierno. Como si esos fueran mis verdaderos sentimientos.

 

Entro despacio en el parque, con la cabeza todavía llena de los pájaros digitales de Huesca, del sol de marzo que vuelve aún más rojos los Mallos de Riglos, la antigua cañada real echada a perder entre las bodegas Pegalaz y Santa Eulalia del Gállego, cuando la luz es pura hilacha y el pueblo parece casi deshabitado en el anochecer de un sábado de marzo, con los escasos paisanos recogidos en el bar Pilar y la carretera por la que habremos de volver con el temor de que se atraviese un corzo, un jabalí, un conejo…

 

Bajo por la cuesta del Moyano y a un librero demasiado obsequioso le compro Aire de Dylan. “El último de Vila-Matas”, me dice, dándomelo con el cambio.

 

Quería comprobar por mí mismo si la foto que había ganado el concurso caminos de hierro, convocado por la  Fundación de los Ferrocarriles Españoles, eran tan mala y absurda como me habían dicho. Es algo peor: ridícula. Dos jirafas, un tigre abatido, una cebra, tres ocas cruzando la vía, un tren que se aproxima, un viejo tendido eléctrico y un viajero a punto de cruzar. Un zoo convocado por photoshop.

 

A la verdad no se llega ofreciendo versiones, ni dándole al verdugo la oportunidad de que se exprese en igualdad de condiciones que la víctima, sino tratando de averiguar la verdad de los hechos. El diario La Vanguardia ofrecía el martes en su contra una entrevista con Aurelio Arteta, que acaba de publicar Tantos tontos tópicos. Se dedicaba a dejar en evidencia la falsedad de muchas frases hechas, tópicos que “cristalizan nuestro sistema de creencias profundo”. Por ejemplo, cuando repetimos como loros que “todas las ideas son respetables”, a lo que responde el filósofo: “Pues no, ¡a las ideas hay que faltarles al respeto!, para no faltárselo a las personas. A las ideas hay que ponerlas a pelear… ¡para que no nos peleemos las personas! Las ideas son para revolcarlas y destriparlas”. O cuando decimos, tan panchos, tan biempensantes, que “nadie es más que nadie”, a lo que responde Arteta: “Messi es más que yo, con un balón. Hay personas más aplicadas, más estudiosas, más trabajadoras, más abnegadas, más generosas, más bondadosas que otras. ¿Por qué igualarlas? Rebajando al otro… ¡No me siento tan mal! Hay una variante de Euskadi…”. ¿Cuál?, le pregunta Víctor-M. Amela: “‘Todas las víctimas son iguales’. ¿Si? ¿Es igual el que muere por una explosión que el que muere poniendo un explosivo? ¡No!”. Pero hay un tópico que le inquieta sobremanera: “Ese que reza: ‘¡¡No pretenderás convencerme?!’. Equivale a decir: ‘No te esfuerces en argumentar, soy impermeable a todo argumento, no escucho, no estoy dispuesto a cambiar de opinión’, o sea, ‘¿para qué escuchar tus ideas… si ya tengo las mías?’. Evitamos exponernos a compartir ideas, ¡no sea que tuviésemos que modificar alguna…!”. Para Aurelio Arteta, que se define como antinacionalista y antimonárquico, un “ateo que a veces invoca a Dios”, la ideología que se agazapa tras ese turbión de tópicos es el ninilismo: “Todo es indiferente. Nadie puede juzgar a nadie. ¡No hay criterio! Expones una idea… ¡y te dicen que ‘estás en tu derecho’!, por insostenible o discutible que sea, ¡sólo para no tener que debatir al respeto!”.

 

¿Acaso no escribió Heinrich Böll en Opiniones de un payaso que el fascismo empezó a enraizar cuando alguien se lanzó a pronunciar frases infames en un tren, cargadas de odio hacia los otros, y para no complicarnos la vida preferimos callar, mirar hacia otro lado, seguir mirando por la ventanilla, seguir leyendo?

 

 

Acabé entrando en una cervecería. Sobre el mostrador, un plato de fresones. Parecía una evocación a escala de los Mallos de Riglos.

 

En la calle había abierto el libro de Vila-Matas. Leí la primera frase: «Algunos entran muy tarde en el teatro de la vida».  Pensé que ya tenía bastante para ese día, para indagar por mi cuenta antes de que la prosa me subyugara.

 

 

En Canción para Woody, uno de los dos temas originales que Bob Dylan incluyó en su primer disco, se lee: “¡Hey, hey Woody Goothrie! Te he escrito una canción / sobre un mundo viejo y extraño / que parece muy enfermo, hambriento, hecho jirones / que parece morir y apenas si ha nacido”. Las cortinas corren como nubes apresuradas sobre una noche extrañamente vacía, donde la luna rueda sobre las vías muertas sin que nadie atienda. Algunos entramos muy tarde en el teatro de la vida. Aquí estoy, pero no a más de mil millas de mi casa, como un día estuve, cuando me atreví a correr riesgos, a buscar más allá de los últimos tendidos, y del mar que se había convertido en una contraseña. Buenas noches, Aurelio.

Salir de la versión móvil