Cuando el general-presidente Obiang todavía no tenía bienes en Francia ni en Suiza, los que miraban las cosas africanas vieron que ya no era corriente en el mundo que un presidente pobre retuviera el poder en exclusividad. Entonces empezaron a hablar de “democratización”, pero ningún guineano de los aspirantes a los puestos públicos del poder quiso entender que se estaba utilizando un eufemismo, y que la democracia que se pensaba instaurar no era para celebrar elecciones por celebrar, sino para que Obiang se ayudara a sí mismo para ser arrojado del poder. Como esto no se entendió, y pese a que muchos de aquellos actores se creían grandes políticos, Obiang sí captó rápidamente la idea y los llamó y se avino a instaurar un sistema democrático, pero con una condición: en las elecciones de cualquier tipo el ganador siempre sería él, o la persona que él decidiera. Todas las siglas familiares y algunos partidos lo entendieron a la primera, y fue la época en que Modu Akuse, Awong Ada, Nsue Mokuy y Buenaventura se hicieron claves en el apuntalamiento de Obiang. (Una actitud que, por sí misma, supone una traición al pueblo entero de Guinea, y por la que se les debe pedir drásticas cuentas cuando toque). Hubo partido que no entendió a la primera lo que quería Obiang, pero a día de hoy el mensaje ha calado hondo, hay que practicar una “democracia auténticamente a la ecuatoguineana”, en la que siempre gane el dictador. De hecho, en las últimas, “elecciones”, en las que el partido en el poder, demostrando suficiencia, o sea, presumiendo de violar las normas, no presentó lista alguna, uno de los partidos concurrentes se declaró perdedor muy antes de la proclamación de los resultados.
A nuestro juicio, y habiendo leído todo lo que se ha dicho sobre el “proceso democrático”, reiteramos nuestra sorpresa de que los guineanos, estén donde estén, sigan insistiendo en democratizar un país en el que no se respeta las libertades de ningún tipo. Nosotros, lo juramos, creíamos que la democracia era el estadio tardío en la evolución de una sociedad. O sea, con la exigencia de la democracia estábamos dando cuerda al reloj de Obiang, con un régimen en el que siguen vigentes los criterios coloniales, y racistas, aplicados para la dominación de África. Esta verdad hace que no se comprenda la existencia de la actitud de resistencia pasiva prolongada adoptada por casi todos los aspirantes al poder, como si la inteligencia humana pudiera comprender que los hombres estuvieran con los brazos cruzados mientras el pueblo, con todas sus casas, arden en llamas. Es decir, la resistencia pasiva para los casos graves de violaciones de la dignidad del hombre no se entiende. Urge una reclamación general, y conjunta, de la restitución de la humanidad a sus niveles aceptables, que permita el florecimiento de la democracia. O sea, no se puede condicionar el goce de cualquier tipo de libertad a las elecciones. En definitiva, no se puede esperar ningún proceso electoral para vivir como personas. (Consecuentemente, lo de buscar “espacios políticos mínimos” suena a burla, o a excusa incomprensible).
El hecho de que no parece que esto sea asimilado por los guineanos aspirantes a los puestos públicos, dondequiera que se encuentren, hace que les recordamos que la historia reciente de la humanidad ha demostrado con creces que los políticos nunca han contado con el pueblo en sus planes. Esto se aclara para recordar a todos los guineanos que aspiran al poder que la historia de esta falta de interés por el destino del pueblo es la que impide que esperen del sacrificio de este pueblo para gozar ellos de prebendas futuras. Esto no debe volver a ocurrir. Pero como los derechos pisoteados son básicos, siempre habrá hombres y mujeres que darán lo mejor de sus vidas para alcanzar la dignidad, empeño en el que los primeros espadas deben ser precisamente estos políticos aspirantes.
En los círculos de opinión de los guineanos, percibimos cierta sensación, apenas verbalizada, del convencimiento de que el proceso sucesorio emprendido por el dictador Obiang seguirá su curso, y aunque las opiniones emitidas hacen creer que es un hecho que los guineanos no tolerarán, e incluso que “la comunidad internacional” impedirá de manera tajante que se lleve a cabo. O sea, hay ciertos sectores que, ante la inminencia de este hecho, piensan adecuar su discurso para que no suponga menoscabo alguno a sus particulares intereses, justificando sus posturas. Este es un hecho que debemos denunciar. Y porque, si ya es extraño que pidan la democracia en un régimen de semi esclavitud, sería harto condenable que supieran justificar la sucesión en un país que todavía se llama república.
Esta reclamación, presentada como testamento abierto, surge a raíz de los comentarios esperanzadores de ciertas personas de renombre sobre lo que sería necesario para la defenestración internacional del ya podrido régimen de Obiang, o por ciertos comentarios surgidos a raíz del inesperado desenlace de nuestra acción de protesta de febrero de 2011. Al respecto, creemos que ya no es necesaria ninguna tropelía para enjuiciar el régimen de Obiang, pues su maldad hace años que es manifiesta. Aún más, nadie debe entregar su vida por otros si los mismos aspirantes a grandes puestos no quieren asumir ningún compromiso que comporte un riesgo mínimo para ellos. Además, sorprende la vana esperanza en la acción de antiguas potencias coloniales si es un hecho histórico que la independencia se consiguió a regañadientes. El sentido común no esperaría una respuesta favorable para Guinea de los que recurrieron a la violencia para evitar las independencias de los países africanos. O sea, hace tiempo que, para estos asuntos de lograr nuestra libertad, debemos valernos por nosotros mismos.
La mención somera del proceso de las independencias, y como consecuencia de nuestros asertos, tenemos que recordar que hay un número indeterminado de españoles, alguno de ellos relacionados con la oficialidad, que con el pretexto de brindar su apoyo a formaciones o a líderes guineanos de variado signo y promover la “democratización”, ha contribuido en la consumada atomización de la oposición guineana, agotada la misma en una carrera inútil de reproches y desacreditación mutuos que ha impedido hacer causa común, dejándola a los actuales niveles de mera latencia, o a merced de los designios del dictador, del que podemos creer que está detrás de estas maquinaciones en forma del resalte de tal o cual bondad de los “líderes” en falsa liza, pues todavía no hay en Guinea campo propicio para confrontaciones electorales. Nosotros creemos que la desactivación de esta amenaza sería un paso decisivo en la toma de conciencia y encauzar mejor los esfuerzos contra la deplorable situación.
Reiterado setecientas veces, es la última ocasión en que lo hacemos partícipes a los que todavía son capaces de leernos, en la esperanza de que no compartan con nosotros los lamentos por su actitud adoptada de manera libre, a veces por intereses egoístas.
Malabo, 19 de agosto de 2013