Llega un momento en la vida cuando el tiempo nos alcanza. (No sé si expreso esto bien). Quiero decir que a partir de tal edad nos vemos sujetos al tiempo y obligados a contar con él, como si alguna colérica visión con espada centelleante nos arrojara del paraíso primero, donde todo hombre una vez ha vivido libre del aguijón de la muerte. ¡Años de niñez en que el tiempo no existe! Un día, unas horas son entonces cifras de la eternidad. ¿Cuántos siglos caben en las horas de un niño?
Recuerdo aquel rincón del patio en la casa natal, yo a solas y sentado en el primer peldaño de la escalera de mármol. La vela estaba echada, sumiendo el ambiente en una fresca penumbra, y sobre la lona, por donde se filtraba tamizada la luz del mediodía, una estrella destacaba sus seis puntos de paño rojo. Subían hasta los balcones abiertos, por el hueco del patio, las hojas anchas de las latanias, de un verde oscuro y brillante, y abajo, en torno de la fuente, estaban agrupadas las matas floridas de adelfas y azaleas. Sonaba el agua al caer con un ritmo igual, adormecedor, y allá en el fondo del agua unos peces escarlata nadaban con inquieto movimiento, centelleando sus escamas en un relámpago de oro. Disuelta en el ambiente había una languidez que lentamente iba invadiendo mi cuerpo.
Allí, en el absoluto silencio estival, subrayado por el rumor del agua, los ojos abiertos a una clara penumbra que realzaba la vida misteriosa de las cosas, he visto cómo las horas quedaban inmóviles, suspensas en el aire, tal la nube que oculta un dios, puras y aéreas, sin pasar.
Alguno podrá considerar forzadilla la relación de este texto con el tiempo físico pero la igualdad del tiempo para todos los sistemas de referencia ( t=t’) era fundamental en toda la Física Clásica. En la Física Relativista ( término éste que le viene muy bien al texto de Cernuda), todo se complica y el tiempo se puede dilatar y dar lugar a la famosa paradoja de los gemelos. También sobre el tiempo se pronunciaba el gran Juan de Mairena:
El reloj es, en efecto, una prueba indirecta de la creencia del hombre en su mortalidad. Porque sólo un tiempo finito puede medirse. Esto parece evidente. Aunque hablando de Machado, aún más en la línea del texto de Cernuda sería aquello de pero ¿tu hora es la mía? /¿Tu tiempo, reloj, el mío?
P.S: Sin haberlo pretendido hemos traído la reflexión sobre el tiempo de dos sevillanos que vivieron fuera de Sevilla, sirva como homenaje a los sevillanos que están fuera de Sevilla y recuerdan su tiempo sevillano hecho de otra sustancia