«Es inútil que sigas pensando en Oki –decía su madre, cuando la instaba a casarse–. No puedes hacer nada. Esperar a Oki es lo mismo que esperar al pasado… El tiempo y los ríos no corren para atrás».
Lo bello y lo triste, Yasunari Kawabata
El otro día mi abuelo se perdió. Se equivocó de autobús, de manera que se bajó en el lugar que no era.
Podría habernos llamado con ese teléfono que tiene unos números gigantes. Decirnos: no llegaré a tiempo al médico, no me esperéis, que me he perdido.
Cuando alguien se pierde –alguien que se olvida de las cosas– es difícil saber qué hacer para encontrarle. Puedes recorrer todas las paradas de todas las líneas del autobús que frecuenta, ir a sus cafeterías favoritas, al lugar donde compra el pan o donde juega a cartas con su amigo Juan.
Cogimos un taxi para «patrullar» –esa fue la palabra que nos dijimos– el barrio, deteniéndonos sobre todo en una avenida en la que creíamos que podía estar. El taxista nos escuchó barajar distintas posibilidades: ¿Podía ser que se hubiera vuelto a casa? ¿Y si había acabado en la otra punta de la ciudad? ¿Habría tropezado y estaba en un hospital?
Sin preguntarnos, empezó a llamar a sus compañeros por la radio, y se giró hacia nosotras:
—¿Cómo iba vestido?
Alertó a otros taxistas. A continuación llamó a un hospital cercano y también a una residencia de ancianos por la que pasamos. ¿Lo han visto? ¿Ha entrado un hombre mayor con un abrigo gris oscuro y un sombrero de fieltro de color claro?
La búsqueda no dio resultado, así que decidimos bajarnos en un parque cerca de casa. Quizás, pensamos sin mucho convencimiento, habría ido a dar una vuelta. Cuando fuimos a pagarle a aquel taxista tan amable, con la intención de darle también una merecida propina, no había ninguna cantidad en el taxímetro: lo había apagado.
—No hay taxímetro para estas cosas –dijo. Y se negó a aceptar dinero.
Puede parecer un relato de Dickens, incluso una película de Disney, pero si escribo esto es porque siempre nos quejamos de lo malo. Así que solo quería recordar que hay gente muy buena por ahí. Gente que apaga los taxímetros, aunque no haga falta. Que no espera propina cuando hace las cosas bien y que las hace de corazón. Y eso, qué queréis que os diga, me hace muy feliz.
A mi abuelo extraviado lo recuperamos pronto: había vuelto a casa y se quejó de todas nuestras preocupaciones.
—No sé por qué tanto follón; he ido solo al médico.
Lo peor de ser viejo no es serlo sino que los demás te vean como viejo. El tiempo pasa deprisa y los que se olvidan, desgraciadamente, no vuelven a recordar. Me volví a decir que esperar determinadas cosas era lo mismo que esperar al pasado. Y que Kawabata tenía mucha razón cuando decía que el tiempo y los ríos no corren para atrás.