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El Transatlántico: a modo de presentación

Pocas fechas mejores que las proximidades del 23 de abril para la botadura de un blog dedicado a explorar en Hispanoamérica y dar a conocer en España autores y obras que no tienen o han tenido recorrido a este lado del océano. Centrado en la literatura más actual, sin renunciar a los clásicos, dos referencias en el horizonte de El Transatlántico: la primera, el relato de Carlos Fuentes titulado Las dos orillas, unidas al fin y al cabo y quizás para siempre por un idioma común. La segunda, una reflexión del crítico Ignacio Sánchez Prado, leída hace años, en la que se lamentaba de la escasa y mala circulación de libros entre los diferentes países hispanoamericanos, un mal endémico que quizás explique el éxito y la necesidad de organizar esas ferias del libro estupendas que permiten a los autores encontrarse y conversar, y a los lectores acceder a libros y ediciones inalcanzables por otras vías.

 

La cuestión, al fin y al cabo, es compartir. Husmear en el siempre estimulante panorama literario transoceánico para descubrir y comunicar. Seguir a escritores en las redes sociales, suscribirse a revistas digitales, prestar atención a premios, noticias y recomendaciones cazadas al vuelo en facebook. Echar un vistazo a todas esas iniciativas -estoy pensando en Rialta, Hypermedia Magazine, Jugo de Caigua, Otra Parte, El Malpensante, W Magazine, Travesías, Gatopardo, Guaraguao, Literal Magazine, Latin American Literature Today, Cuadernos Hispanoamericanos, claro, América sin nombre, Letral– y muchas más que me dejo atrás- que dan pistas oportunas y valiosas sobre lo que se escribe y se publica desde los Estados Unidos -donde florecía, veremos ahora, una interesante literatura escrita en español- hasta los glaciares de Chile y Argentina.

 

El objetivo, entonces, no es otro que la difusión. Con unas reglas del juego bien claras y definidas: no hay intereses comerciales, los libros elegidos lo son por su calidad e interés, no se busca nada más que poner en contacto, ser útil, servir de nexo -ojalá- entre autores de mérito y editoriales avispadas. Es un sueño, quizás demasiado inocente, pero la ingenuidad a menudo ha conseguido más que los intereses inmediatos, y a nadie puede perjudicar que un lector atento en España trate de impulsar, sin más bagaje que sus lecturas y sus ganas de escribir, el (re)conocimiento que el trabajo de otros pueda merecer.

 

¿Por qué El Transatlántico? Hoy, la idea asociada a esta palabra es la de un crucero de lujo, que navega plácido por el Mediterráneo, ofreciendo placer y turismo tranquilo a sus pasajeros, a veces inundando de gente bulliciosa y molesta las ciudades en las que hace escala. Pero durante muchos años, los escritores de ambas orillas surcaron el mar para llegar al otro lado, con sus obras, sus estilos, sus propias curiosidades e intereses. Una mañana comencé una modesta investigación artesanal, con resultados llamativos. Ya en 1871, José Martí fue deportado a España a bordo del Guipúzcoa, que hizo la travesía entre La Habana y Cádiz. Germán Rodas, de la Universidad Andina de Quito, ha calificado la estancia de Martí en España como “el destierro purificador”, ya que Martí completó sus estudios en España, profundizó en sus reflexiones filosóficas y entró en contacto con la masonería. Sin dejar el siglo XIX, en 1892 es Rubén Darío quien viaja a España, a bordo del León XIII, tras haber sido designado secretario de la delegación de Nicaragua para las fiestas del Cuarto Centenario del Descubrimiento de América. Partirá del puerto de Colón, en Panamá, rumbo a Santander, con escala en La Habana. Sería la primera de innumerables travesías.

 

El siguiente viaje que debe ser mencionado es el que hace Jorge Luis Borges en 1914, a bordo del Reina Victoria Eugenia, en un viaje familiar que se acortaría por el estallido de la Primera Guerra Mundial. En Barcelona, poco tiempo después de su llegada a Europa, los Borges embarcan de nuevo, en el mismo buque, de regreso a Buenos Aires. Los siguientes viajes más relevantes llegan en la década de los años 20 del siglo XX. En 1923, se produce el decisivo viaje de César Vallejo, que embarca en Lima (El Callao) en el vapor Oraya el 19 de junio de 1923 para desembarcar en el dumasiano puerto de La Rochelle el 13 de julio y llegar a la Ciudad de la Luz el 14 de julio, día más que señalado. Ese mismo año, será Miguel Ángel Asturias quien embarque en Guatemala en un vapor alemán, rumbo a Panamá, donde subirá a un barco de bandera inglesa que le llevará hasta Londres, para continuar sus estudios.

 

En 1924 es Gabriela Mistral quien cruza el Atlántico a bordo del Oropesa, y lo hace desde México, país en el que residía y trabajaba, invitada por José de Vasconcelos, y al que llegó ella misma en el vapor Orcoma. En esas mismas fechas también llegará a España su protector, José de Vasconcelos, ministro de instrucción pública, que haría una celebrada gira -también lo fue la de Gabriela Mistral-, tras viajar a bordo del Reina Victoria Eugenia. En este mismo barco viajará Rómulo Gallegos en 1926, un viaje que le permitirá reencontrarse en Lourdes con su fe perdida, pero también tejer los lazos que llevarían a que fuese Barcelona la ciudad donde se publicó en 1929 Doña Bárbara, una de sus más conocidas novelas.

 

Los siguientes viajes destacables -salvo error u omisión- son los que harían Pablo de Rokha a bordo del Reina del Pacífico en 1927 y Alejo Carpentier, en 1928, en el mismo barco, con París como destino final para el cubano, envuelto en refriegas políticas. Se da la circunstancia de que a finales de ese año fallecería en Nueva York el autor de La vorágine, José Eustasio Rivera, y que su cuerpo sería repatriado a su Colombia natal, al puerto de Barranquilla, a bordo de un barco de nombre olvidado de la tristemente célebre United Fruit Company. Siguiendo con los itinerarios transatlánticos, ya en 1934 sería Pablo Neruda el viajero, también en el Reina Victoria Eugenia, mientras que en 1935 lo haría Roberto Arlt en el Cabo Santo Tomé, con destino a Cádiz, buque donde coincidirá con el boxeador español Paulino Uzcudun, según recuerda en sus Aguafuertes. La reciente publicación en España del libro Memorias de España 1937, de Elena Garro (Bamba Editorial), permite reconstruir el viaje que hicieron ella y Octavio Paz para asistir en Valencia al II Congreso de Escritores Antifascistas: una larga travesía desde México hasta Québec, en Canadá, donde embarcarían en el “imponente” Empress of Britain rumbo a Londres.

 

Tampoco el boom latinoamericano escapa a estos viajes marinos transatlánticos: como curiosidad, recordar que Julio Cortázar embarcó en Buenos Aires en 1950 en el Conte Biancamano, para llegar tres meses después a París, donde conocería a otra pasajera de ese mismo buque y esa misma travesía, Edith Aron, que se convertiría en musa del escritor y posible origen de la Maga de sus obras. En 1955, Gabriel García Márquez llegaría a Europa para instalarse en Ginebra a bordo del Andrea Gritti (un buque con su propia historia), que hacía la ruta entre Veracruz y Génova, mientras que Carlos Fuentes viajó en avión -en 1950, como miembro de la legación mexicana a la conferencia de la OIT en Ginebra-, el mismo modo de transporte utilizado por Mario Vargas Llosa, que en El pez en el agua rememora su viaje de dos días en Avianca, en 1958, para recoger en París el premio que había ganado con su relato El desafío.

 

Lógicamente, hay toda una corriente de vuelta, desde antes de la Guerra Civil, y sobre todo vinculada al exilio. Lorca llega a Nueva York -un viaje decisivo en su estética- a bordo del RMS Olympic. Manuel de Falla viajará de Barcelona a Buenos Aires en el Neptunia, camino del exilio, en octubre de 1939. El Mexique transportará a María Zambrano, el De Gresse a Luis Cernuda. Otros barcos protagonistas de este exilio de los intelectuales españoles a Hispanoamérica, tras la guerra civil, fueron el Sinaia, el Ipanema, el Flandra o el Nyassa. Y de la mano de Pablo Neruda lograron llegar a Chile al menos dos mil perseguidos a bordo del Winnipeg. Juan Ramón Jiménez y Zenobia Cambrubí llegarían a Miami, también en 1939, a bordo del Numargo, mientras que Isabel Oyarzábal embarcaría en Goteborg en el SS Drottningholm, rumbo a Nueva York, camino de México.

 

Este blog, El Transatlántico, quiere ser un homenaje a esa permanente y fluida comunicación entre las dos orillas del océano, unidas por la lengua compartida y una Historia común, pese a las miradas miopes y resentidas y los nuevos-viejos odres de los nacionalismos y orgullos patrioteros. Muchos de los viajeros citados huían de la situación política, otros muchos viajaron para conocer, para divulgar, para investigar, para revelar, en Europa y en América. Muy pronto llegarán las primeras reseñas, los primeros contenidos, los primeros descubrimientos. La travesía acaba de comenzar.

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