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El Universo tras la Cortina

 

Con la atmósfera de Ligety, acaso como los suelos resecos que contienen la sangre negra de Paul Thomas Anderson, se asiste a un espectáculo inusual, desconcertante y, pese a todo, clásico. Álvaro Cortina no es  un escritor sino un campesino autosuficiente aspirante a latifundista. Tantos años, o tan pocos, de arar tierras manuscritas para sacar una enorme cosecha plena de excedentes. Al autor le bastaría para ser, y para empezar, una recolección económica y práctica como la de Thoreau, pero la siembra le invade en una suerte de infestación creativa voluntariamente (des) controlada.

 

Está el Deshielo y el blanco masivo de Hommstadt, el folio literal sobre el (y por el) que se narra la peripecia del cazador Isaac Erikson-Vargas, cuyo nombre en sí (como todos los de la novela) ya es una declaración de principios; está el argumento: un cazador millonario que viaja junto a otro (Groz Lowsla) a una partida en tierras remotas organizada por la YTTPA para cobrarse renos, armadillos gigantes, cripobobos, y rabalcenos y rubalosnegros y pulpos terrestres (los nombres, siempre los nombres); y están las junturas de todo esto y de lo siguiente, como la articulación del metro sobre la que uno parece flotar, permitiéndole pasar de un vagón a otro, y donde se tiene la sensación de que acecha cualquier peligro, incluido el de accidente mayor por descarrilamiento. El autor se lanza al vacío desde la colina 456- T sin estrellarse, sin ni siquiera posarse; y es más: inicia una ascensión sin límites, mucho más allá de las cuatro voces que enmarcan este engendro fantástico, y clásico, impulsado (incluso rebotado) por esa argamasa inagotable indicadora de futuras y grandes conquistas.

 

Pero Deshielo y ascensión es un logro presente del autor y un hallazgo de Jekyll y Jill, la editorial. Temeraria como Lowsla, se atreve a salir de la seguridad de su cubil en medio de un páramo de certidumbre para cortarle la cabeza al monstruo y llevársela a casa. Uno mismo, lector del manuscrito original hace unos tres años, antes hubiera creído en la fuga de Solange Heddar, la esposa del ingeniero Stefano Lenz, con el rudo marino Mallent Des Pres, que en su publicación. Y no por un defecto de calidad, la cual mana como la sangre amarilla de las cucarachas antropófagas de la Confederación del Norte, las cucarachas tiroteadas por el, a estas alturas, ya despojo Erikson Vargas, sino porque de haber cumplido las normas de la YTTPA, su propia YTTPA, jamás se hubiera llegado a Sitka.

 

Aquella es una ciudad de tramperos. Sitka. Un remedo de Fort Yukon en un mundo perdido donde Weedon Scott encuentra a Colmillo blanco. En vez de indios hay mendigos, y las cucarachas, seres caníbales, se adentran en sus calles confundiéndose entre ellos igual que los zorros y los osos de las poblaciones limítrofes con lo salvaje. Escalan los pisos y roban a los niños que devoran luego entre los callejones. Allí hay también un artista inmortal devorado por los medicamentos y una mujer, la suya, devorada al fin por la melancolía. En medio de la modernidad todo corre peligro de ser devorado, como si se caminase por una tabla sobre un foso de fieras que en este caso habitan bestias caníbales de ojos amarillos y androides fagobitas (una vieja orden) devoradores, otra vez, de madera. Pero no son éstos los depredadores más terribles, sólo en la teoría, en el espectáculo. La depredación está en el interior de los protagonistas, por ejemplo en la figura del anodino ingeniero Lenz, en quien se puede ver al Saturno de Goya devorando a su hijo (a sus hijos), con su afán científico por la educación.

 

No es fácil recorrer la Confederación del Norte. Pese a la desolación, uno tiene siempre la sensación de pasar por lugares conocidos. Se ha visto a Luke Skywalker, la princesa Leia y Han Solo huyendo de los soldados del imperio en el interior de un destructor, aunque en vez de bajo las notas de John Williams bajo las del The end de los Doors siempre amenazante en el Apocalipsis (Now). El corazón de las tinieblas siempre alertando con su latido inquietante de que puede pasar algo, como en un cuento de Faulkner. Uno cree haber leído Deckard en vez de Eckhart y se ve transportado a la altura de los rascacielos de Blade Runner para, de repente, escuchar a Solange Heddar interpretando a George Gershwin mientras lejos, en la tundra, en la base Furth Isoko 3000, su ex marido bebe Ballantines al son del viaje de invierno de Schubert.

 

Deshielo y ascensión es una cascada invertida donde el agua sube y arrastra (o eleva) todo a su paso. Hay que arriesgar la integridad para adentrarse en ella. El autor es verdaderamente el hombre que destruyó la Abadía de Isenheim volando sus acuarios y metiendo en todo ese torrente la propia vida, retando sólo al lector valeroso a descubrirlo. A encontrar la auténtica belleza dentro del caos de sus plantaciones arrasadas por él mismo.

 

 

P. D.: ¡Ah! Y la Filosofía. Ésta es un líquido inyectado con alevosía en el sistema circulatorio de un volumen de trescientas veintiséis páginas. A veces uno imagina a Álvaro Cortina con las gafas redondas de Harry Potter posando con su novela filosofal.

 

 

 

 

Deshielo y ascensión, de Álvaro Cortina. (Jekyll y Jill editores, 2013)

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