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Mientras tantoEl verano invencible

El verano invencible

Filosofía para profanos   el blog de Maite Larrauri

 

Leyendo a Camus he vuelto a encontrarme con el mismo ejemplo. Ya me sorprendió este invierno cuando preparaba mi curso sobre Hannah Arendt. Es este: el maestro Eckhart decía que prefería estar en el infierno con Jesucristo que en el cielo sin él. Hannah Arendt además lo refuerza con este otro, del mismo estilo: Cicerón decía que preferiría estar equivocado con Platón que estar en la verdad con los pitagóricos.

 

Hannah Arendt los utiliza para explicar los criterios subjetivos del juicio moral y estético. En su artículo “Cuestiones de filosofía moral” quiere llegar a descifrar no sólo por qué la mayoría de los alemanes, intelectuales o no, cedieron ante la concepción del mundo nazi, aceptando una inversión de los valores del bien y del mal que hasta el momento habían sido dominantes, sino también cómo fue posible que unos pocos resistieran y no colaboraran. ¿Dónde encontraron estos últimos la fuerza para hacerlo?

 

En efecto, se puede decir que los no colaboradores tenían un recurso que fallaba en la gran mayoría: el de pensar por sí mismos en soledad. Es decir, estar habituados a conversar consigo mismos para decidir sobre las cosas importantes, acostumbrados a reflexionar sobre lo que se ha hecho o se ha dejado de hacer. Esa reflexión sobre el pasado, en forma de relato que uno puede hacerse a sí mismo, constituye la memoria que permite el arrepentimiento, si es el caso. Pensamiento y memoria van juntos.

 

Quienes, por el contrario, olvidan con rapidez, no vuelven sobre lo acontecido, y no pueden hacerse responsables del pasado, es como si no tuvieran raíces. Por eso, dice Hannah Arendt, el mal no puede ser radical. Sí extremo y brutal, pero no radical. Sólo el bien es radical, es decir, tiene memoria (en el film de Von Trotta, Hannah Arendt dice que el único error que contenía su libro sobre Eichmann era la expresión “mal radical”).

 

Pero del pensamiento así concebido no salen reglas morales. El que piensa no dice en un momento crucial “esto no debo hacerlo”, sino “esto no puedo hacerlo”. Y no lo puedo hacer porque discuto conmigo misma, porque me veo a mí misma, lo que soy y lo que deseo ser. Quiero estar en mi propia compañía, y no podría estarlo en paz si hiciera esto o aquello.

 

Ahora bien, en el momento en el que ya no soy una sino dos, porque soy yo la que estoy conmigo misma, he introducido al otro, a los demás, al mundo en mis pensamientos. No a todos, sino sólo a aquellos que para mí son un ejemplo, con los que querría vivir al igual que quiero vivir conmigo misma. No tengo normas de acción, sólo ejemplos encarnados en los que apoyarme. Y de ahí Eckhart y Cicerón: ellos saben qué compañía quieren, incluso contra el cielo o la verdad. Arendt concluye su ensayo diciendo que si bien hay quien es peligroso porque ha elegido compañías peligrosas, el que es verdaderamente peligroso es aquel a quien no le importa la compañía. Esto último es la banalidad del mal.

 

¿Y Camus? Su “hombre rebelde” es también alguien que niega, que se pone límites. “Un homme ça s’empêche” parece ser que dijo el padre de Camus ante el horrible espectáculo de los cadáveres torturados de unos soldados franceses en la Primera Guerra Mundial. “Un hombre es alguien que se pone impedimentos”, podríamos traducir. Esa herencia paterna es la que incorpora Camus a su definición del hombre rebelde, el que dice “eso es llegar demasiado lejos”.

 

Tampoco aquí encontramos unos valores que puedan orientar los límites de la acción humana. O aún más, cuando detrás de la violencia y los crímenes hay una doctrina o una ideología que los razona, estamos en el peor de los escenarios. Esta afirmación, hecha en los años 50 del pasado siglo, dirigida igualmente contra el totalitarismo nazi y el totalitarismo comunista, le valió a Camus el desprecio de una gran parte de los intelectuales franceses del momento.

 

De nuevo aquí nos enfrentamos al problema de saber de dónde sale la rebeldía. No de unos valores que la preexisten, de acuerdo, pero de algún criterio que no por ser subjetivo tenga que ser al mismo tiempo arbitrario. Y Camus usa la elección de Eckhart como regla de conducta: saber con quién se quiere estar.

 

La rebeldía de Camus es pensamiento y memoria. Para Arendt pensamiento y memoria son los medios para elaborar un juicio crítico. Es posible que de una confrontación entre ambos autores se pueda extraer más luz acerca de nuestro tiempo.

 

Aún tengo todo el verano por delante para estudiarlo. El verano invencible. Es una expresión de Camus, una metáfora, creo, para señalar que en los humanos hay un sol como el del Mediterráneo, un sol mezclado de mar, con el que poderse decir “sí” a sí mismo y “no” a las injusticias. ¿Es ese sol parte de nuestra naturaleza? ¿Es el mismo sol para hombres y para mujeres? Arendt, una mujer, era cauta: el pensamiento está menos extendido de lo que creía Sócrates, aunque más de lo que afirmaba Platón.

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