El mundo de la letra impresa está cambiando a pasos acelerados, casi siempre para mejor, aunque para un lector de cierta edad, como es mi caso, algunos de los cambios que se están produciendo son tan radicales, y a veces tan traumáticos, como debieron ser los que experimentaron los indígenas de América tras la llegada de los españoles en sus carabelas, o como debió ser para los aristócratas de peluca la revolución francesa.
Hasta hace muy poco una de mis diversiones favoritas era perderme entre los angostos pasillos de una librería de viejo en busca de alguna primera edición o de un volumen hace años agotado. Sin ser coleccionista y menos aun bibliófilo, pocas cosas en mi vida me han resultado más gozosas que localizar en una estantería polvorienta un libro ilocalizable o dar con un ejemplar tres veces más barato de su precio habitual. Una librería de viejo para mí es como una cueva de Alí Babá llena de onzas de oro. Sin embargo, el Internet, y últimamente Google Books, están acabando con esa magia.
Pues si de algo carece la informática es de magia. En el ingente almacén de datos constituido por la red el título de cualquier libro, por raro que sea, se localiza en centésimas de segundo. Nada se esconde y todo está expuesto: un simple clic nos lleva directamente al tesoro bibliográfico más recóndito y otro clic nos permite reproducirlo en la pantalla, sea el manuscrito del Poema del Mío Cid copiado por Pere Abad en el siglo XIV, la edición príncipe del Quijote salida en la imprenta de Juan de la Cuesta en 1605… o las Páginas Escogidas de Pío Baroja publicadas por la editorial Calleja en 1918.
Andaba yo justamente con ganas de comprarme esta antología de don Pío que había leído de adolescente en una de las pocas bibliotecas públicas que hay en Madrid (o había; no sé ahora) y lo primero que hice fue irme a IberLibro.com, que es un portal que reúne en su banco de datos más de cien millones de libros. En seguida localicé varios ejemplares repartidos por toda la geografía del mundo hispano. El más barato estaba en una librería de México y no bajaba de 45 euros; con el importe del envío, el precio sobrepasaba ampliamente los cien dólares. Una enormidad. Acudí entonces a Google Books y en menos de un minuto me había bajado el texto entero en un archivo de PDF.
Decididamente el misterioso encanto de las librerías de ocasión se ha perdido, pero prefiero este nuevo mundo sin magia al mundo mágico de antaño. En primer lugar, porque es mucho más económico para bolsillos tan poco abultados como los míos. Y luego porque uno consigue en todo momento el libro que busca. La cueva de Alí Babá, al fin y al cabo, encerraba en su interior las riquezas que los cuarenta ladrones habían ido acumulando en su muchos años de rapacerías, pero Google es como una especie de genio de la lámpara hecho de algoritmos matemáticos que fríamente, sin embelecos ni engaños, te entrega gratis el libro requerido. En cuanto al misterio o la magia perdida, veámoslo del siguiente modo.
El hombre de las cavernas, al hacer fuego, seguramente sentía un borbotón de alegría cuando por fin conseguía hacer saltar la chispa del pedernal y no me cabe duda de que el viaje por mar es una experiencia enriquecedora, pero salvo por diversión o pasatiempo, ¿quién está dispuesto a prescindir del avión al cruzar el Atlántico o del encendedor automático cuando se pone a cocinar? Concediendo que el medio es muchas veces el fin en esta vida, tengo muy claro que para mí el único fin que cuenta cuando leo es tener delante de mis ojos la reproducción clara y exacta del texto en cuestión, como esta versión en PDF de las Páginas escogidas de Baroja, que es una copia inodora, incolora e insípida, pero idéntica, de la edición que leí en mi ya lejana adolescencia.