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El yoga de la escoba

Este cuento corresponde a la serie Cuentos ancestrales
Remembranzas de Sergei
¡Yo tampoco sé por qué estoy aquí, pero llevo años y años superando todas las dificultades que se me presentaron con la esperanza de poder terminar mis días en la paz y en el silencio»
Sergei, que de todo se enteraba, supo que un anciano había llegado al monasterio ofreciendo sus servicios. Intentaron disuadirlo por la dificultad de adaptarse a la vida de comunidad a una edad tan avanzada. Además, él había fundado una familia y, aunque su esposa acababa de morir, lo natural es que envejeciese al lado de ellos. Lo cuidarían y él podría transmitirle su experiencia. El anciano insistía en que lo admitiesen, aunque sólo fuera para barrer los claustros y los jardines. Los priores se oponían porque temían que aquello se convirtiese en un asilo para personas mayores. Por otra parte, dada la aparente incultura del anciano, sería difícil formarlo para que se pudiera integrar en una vida tan organizada como la de un monasterio.
– «Además -le dijo el Abad-, si usted ha esperado hasta tan tarde para encontrar el sentido a su vida e iniciar un camino espiritual, no veo por qué no puede conseguirlo en medio del mundo en el que ha conservado durante tantos años ese anhelo de silencio y de soledad».
– «Miren ustedes, yo tampoco sé por qué estoy aquí, pero llevo años y años superando todas las dificultades que se me presentaron con la esperanza de poder terminar mis días en la paz y en el silencio del Buda» -les respondió con humildad el anciano.»
– «¿Acaso no sabe que el Buda no recomendó a todo el mundo la vida monacal, y que admiraba y animaba a los padres de familia en su camino de santidad? Si usted lleva tantos años esperando es porque no descubrió que en su quehacer diario está la perfecta sabiduría.”
– «Nunca rechacé mis obligaciones ni me quejé en las adversidades. Todo lo veía conforme al plan del Cielo y, aunque no soy versado en las Escrituras, sí me enseñaron mis padres a contemplar el universo en una gota de rocío. Pero una vez cumplidas mis obligaciones familiares y habiendo cuidado de mi esposa hasta que alcanzó sus días, algo me dice que puedo cumplir los míos en la contemplación y en el sosiego.»
– «Aquí la vida es dura y es difícil integrarse en una comunidad que tiene sus normas y sus tradiciones. A usted no le podemos dar libros para que aprenda todo lo que aquí se nos enseña desde jóvenes. Ni podría interpretar las Escrituras.»
– «Pero siempre me podrían dar una escoba. En cuanto a los libros, me bastará con ver el comportamiento de la comunidad y, respecto a las Escrituras, o ustedes las viven y resplandece en todo cuanto hacen o habrán perdido el tiempo.»
Los monjes le dieron una escoba y le permitieron alojarse en una humilde cabaña al lado de las caballerizas. Podría comer en la cocina y asistir a los oficios desde la puerta para mantenerla siempre cerrada”.
– ¿Es fuerte, de pelo algo cano y tiene los ojos del color gris del acero? – preguntó admirado el Maestro.
– ¿Cómo lo sabes, Luz del Otoño? – preguntó asombrado Sergei.
– ¡Ya ha llegado! Ya ha llegado, es el tiempo propicio.
– Maestro, pero ¿quién es?
– Es el Maestro del yoga de la escoba, y de otros saberes. Mañana iré a saludarlo, cuando haya descansado.
– ¿Tú a él, Luz que Ilumina?
– ¡Ay, Sergei, Sergei!
José Carlos Gª Fajardo. Emérito U.C.M.
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