Todos los partidos políticos, quizás salvo uno, se están recolocando con vistas a las elecciones del 10 de noviembre. Y todos estos movimientos en su conjunto responden a un cierre del sistema tras su aparente apertura en los últimos años a cambios esenciales.
Ese cierre del sistema, o su reordenación (o vuelta al orden anterior), se produce en dos ámbitos esenciales, los dos más problemáticos en España: la cuestión nacional, por un lado, y la socioeconómica, por otro.
En lo que se refiere a la cuestión nacional, la búsqueda de una solución a la crisis catalana pudo haber tomado otra dirección, con la apertura de una mesa de diálogo, primero quizás bilateral, y a continuación, general, que involucrara a todos los territorios y a todas las fuerzas políticas, con objeto de hacer balance del estado de las autonomías tras sus cuarenta años de existencia y plantear su avance hacia un modelo federal, asímetrico posiblemente.
La correlación de fuerzas pudo hacer pensar en una solución negociada, conciliadora, dialogada. Aunque sólo fugazmente, es cierto. Únicamente durante el tiempo en que el PSOE habló de la España nación de naciones. Sólo en el momento en que el alma catalanista del PSC, que fue temprano apoyo del Sánchez más heterodoxo y más contestado por los barones jacobinos, tuvo un papel más relevante. Ahora está más callada y, cuando se expresa, lo hace en términos muy diferentes.
Esos tiempos coincidían con la presencia de una izquierda a la izquierda del PSOE que nunca antes había tenido tanta fuerza parlamentaria y que tradicionalmente ha sido menos centralista, más consciente de la realidad conflictiva de la idea de España y, por tanto, más comprensiva con los nacionalismos periféricos. Se daba una conjunción perfecta para la transformación de España como realidad política estatal. Y, quizás, para la solución de sus problemas para la próxima generación.
Pero esa conjunción de un PSOE más abierto a los cambios y una izquierda más fuerte a la que podían unirse otros partidos, como el PNV, para formar una mayoría, tenía, necesariamente, que enfrentarse a la reacción de las derechas.
Alineación del PSOE con las derechas en la cuestión nacional
La posición inflexible de Ciudadanos, que ha convertido a la cuestión nacional en su único argumentario, y la emergencia de Vox como fuerza que ha recogido el descontento de cierto electorado del PP con la que entendieron tibia gestión del problema del Gobierno de Rajoy terminaron por arrastrar al PSOE a su terreno.
Las dinámicas en Cs y en Vox también provocaron que en el PP fuera Pablo Casado quien se hiciera con el mando y no Soraya Sáenz de Santamaría. Con esta última al frente, la posibilidad de una salida negociada a la cuestión catalana hubiera cobrado más fuerza.
Pero, conforme fueron desarrollándose los acontecimientos, el Partido Socialista concluyó que no le convenía confrontar con la derecha en esta materia. Y su disposición a aplicar el artículo 155 según lo que suceda después de la publicación de la sentencia sobre el procés, además del detalle de su lema de campaña, “Ahora, Gobierno. Ahora, España”, da muestras de que no desea que en la campaña electoral se le pueda acusar de blandura o connivencia con el nacionalismo periférico. Por no hablar de que uno de los variados argumentos para no formar gobierno con Unidas Podemos que han utilizado los socialistas ha sido que no querían tener que depender de ERC.
Con lo sucedido en los últimos meses, el PSOE ha buscado una enmienda a la totalidad del discurso de la derecha sobre la complicidad de los socialistas con “los que quieren romper España”.
El Partido Socialista ha cerrado la posibilidad de un debate o de una negociación sobre la cuestión nacional. El PSOE sigue siendo garante del orden y de la irreformabilidad del Estado.
Los socialistas, paradójicamente, han puesto la cuestión nacional en el centro de la precampaña. Pero para alinearse con el discurso de quienes han sido sus feroces críticos.
La cuestión socioeconómica
Si Pedro Sánchez abogó finalmente por no formar una coalición con Unidas Podemos fue posiblemente porque la cuestión nacional se hubiera convertido en un motivo de conflicto. Bien en el seno del gobierno, si en el PSOE hubiera imperado su alma más jacobina y Unidas Podemos se la hubiera discuto; bien con la derecha, en el caso de que el nuevo ejecutivo hubiera optado por la reforma del Estado, con consecuencias difíciles de predecir y potencialmente peligrosas, atendiendo a la historia reciente de España.
Pero en la decisión de Pedro Sánchez de negarse a formar una coalición con Unidas Podemos, además de la cuestión nacional, también intervino la material. Al igual que ha quedado atrás la posibilidad de una reforma del Estado, también se ha cerrado la ventana de oportunidad de la transformación del orden socioeconómico que favorezca que la intervención pública en los mercados de bienes y servicios tenga mayor protagonismo, con una reforma impositiva de calado que permita mejorar el Estado de bienestar, la retirada de las últimas y dañinas reformas laborales, la construcción de un sistema de pensiones suficiente y sostenible, la transición ecológica radical, por ir a su raíz y no a la cosmética, o la regulación del mercado inmobiliario para que dé garantías de acceso al derecho a la vivienda.
El PSOE ha optado por no confrontar con las derechas en la cuestión nacional y por no hacerlo tampoco con los poderes económicos, cuando en algún momento (como mostró en la famosa entrevista que Pedro Sánchez concedió a Jordi Évole en Salvados) pudo parecer que sí lo iba a hacer. Ahora el PSOE ha manifestado que hay ciertos límites que no se van a traspasar.
Todos giran
Los socialistas no ha sido los únicos que han girado. También lo ha hecho el PP, que ha virado a posiciones más moderadas, lo que se demuestra, no sólo en el cambio de tono y discurso de su líder, Pablo Casado, sino también en el anuncio de ciertos relevos en sus listas, con, por ejemplo, la incorporación de Ana Pastor como número dos por Madrid, lo que deja relegado a Adolfo Suárez Illana.
Y, junto al PP, también el Ciudadanos de Albert Rivera se suaviza. Si en el último tramo posible para las negociaciones para la formación de Gobierno se postuló como posible socio para Pedro Sánchez, en los últimos días se ha terminado de caer el veto que levantaron los naranjas contra el “sanchismo”. Por este camino de radicalización y después mesura, Cs se ha dejado valiosos activos, credibilidad y, de acuerdo con las encuestas, también muchos votantes.
Ahora Rivera plantea una asociación con el PP y con el PSOE, que podría ser el germen de un tripartito, bien como coalición, bien como acuerdo de legislatura, para después del 10 de noviembre. O bien, como se habla, de apenas permitir o facilitar que gobiernen los socialistas, si repitiera los escaños de las pasadas elecciones, para evitar el pacto con Unidas Podemos y los nacionalistas y, también, un nuevo bloqueo político. Con ello, la operación vuelta al orden habría concluido.
Aunque podría haber otros ingredientes u otras posibilidades para ese cierre de régimen.
Comencemos con los ingredientes. En primer lugar, Más País, si es cierto que al final merma la presencia de Unidas Podemos en el Parlamento y, por tanto, la presión sobre el PSOE tanto para abordar la cuestión nacional de otra forma como para en una gestión económica con mayor ambición y sensibilidad social de una crisis que parece próxima. Más País se presenta como una fuerza menos conflictiva y más cómoda para el PSOE. En segundo lugar, el aislamiento de Vox que implicaría la propuesta de Cs a PP y PSOE. En tercer lugar, que el PP vuelva a ejercer su labor histórica de integración de la derecha, lo que sería más factible si los resultados de Cs y de Vox fueran muy malos.
Pero cabe otra posibilidad, que quizás llevaría a un cierre de régimen mucho más perfecto que la asociación de PSOE, PP y Cs, o que la gran coalición PP-PSOE con la que también se especula. Que PSOE no necesite al PP para nada y pueda aliarse con Cs y con Más País. Es lo que Errejón planteó en la Comunidad de Madrid para evitar un acuerdo de las tres derechas. Si cuaja y termina siendo creíble el proyecto ecologista de MP, si Cs continúa aflojando el tono, el PSOE no tendría problema en asumir un pacto de legislatura con estas dos fuerzas. El PP sería el partido hegemónico de oposición en la derecha y Unidas Podemos ejercería su labor de oposición en la izquierda. Casi volveríamos al esquema previo a 2014, aunque ahora haya más actores políticos en el Parlamento.
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