Ay democracia, las barbaridades que se cometen en tu nombre.
Peruano anónimo
Desde 1980 los peruanos gozamos de cierta sensación de democracia. Es verdad que el gobierno de 1980 a 1985 fue muy malo y que durante el gobierno de 1985 a 1990 la mayoría de peruanos nos preguntábamos si no sería mejor que los militares se echaran abajo al presidente de turno. Es verdad que en 1992 los tanques cerraron el Congreso y el Poder Judicial. Es cierto que en esos años el Congreso escogió a otro presidente y los peruanos tuvimos dos. Es verdad que se reescribió la Constitución para que el presidente de turno pudiera reelegirse por tercera vez. Es cierto también que este presidente, tras descubrirse el amañe y la farsa orquestada en 10 años por sus servicios de inteligencia se fue a Japón y renunció por fax dejando un vacío de poder.
Es cierto también que superado el impase, los peruanos escogieron a un nuevo presidente y que pese a sus conocidos vicios por la coca, las putas y el alcohol, el Perú que este personaje nos dejó podía enseñarle al mundo indicadores económicos alentadores. Es cierto que el impresentable que arruinó al país entre 1985 y 1990 fue reelegido para gobernar entre 2006 y 2011 y que a pesar de acusaciones de abuso de su poder para indultar a narcotraficantes ─entre otros detalles─, dejó el gobierno con la sensación de la misión cumplida (y a muchos peruanos asombrados por nuestra buena fortuna).
Es cierto que en 2011, asustados nuevamente por la posibilidad de que el candidato de la izquierda convirtiera al Perú en una copia desmejorada de la Venezuela de Chávez, los peruanos estuvieron a punto de darle el poder a la hija del presidente que renunció desde Japón. Éste ─sorpresas de nuestra democracia─sigue en prisión, cumpliendo una larga condena por corrupción y violación de derechos humanos. Al final, convencidos de la buena voluntad del candidato de izquierda, haciéndole caso a un Premio Nobel de Literatura que le lanzó su apoyo desde Madrid, los peruanos escogimos a un presidente que─para alivio de quienes temíamos el colapso─no convirtió al país en satélite chavista.
Hoy, viernes santo de marzo en que proso estos versos, los peruanos miran con incertidumbre el tan cercano domingo 10 de abril en que celebrarán otra vez, juntos y revueltos (y obligados: a quien no vota le cae una pesada multa) la vida en democracia. Es un proceso delirante. Dos de los candidatos con mejores opciones han sido excluidos del proceso. Uno se había plagiado el logo y apariencia del PODEMOS español y el otro se había copiado el 95% de su trabajo de tesis para obtener un Doctorado en la Complutense.
La hija del presidente que renunció desde Japón sigue primera en las encuestas. Alrededor de un 30% de los peruanos quiere que saque de prisión a su padre pues le adjudican a él (y a esa oscura alianza que hizo con sus Servicios de inteligencia) el incuestionable avance económico peruano y la victoria contra Sendero Luminoso y otros grupos terroristas. Un 30% los peruanos cree que el papá de la candidata sólo hizo las cochinadas que «había que hacer» para sacarnos del hueco profundo en que nos dejaron nuestros primeros 10 años de democracia. Un 30% cree que sin un presidente de mano dura, como su padre, el país volverá a hundirse en el caos. Otro grupo de electores sigue protestando y organizando marchas para combatir esa tendencia. Entre los que hay que convencer se cuenta, al parecer, un número importante de taxistas limeños.
El resto de peruanos se divide entre candidatos que representan posturas parecidas y opuestas a la de la candidata que lidera. Unos podrían liberar al padre de esa candidata, otros han jurado dejarlo que se muera en prisión. Unos creen a rajatabla en las políticas neoliberales que nos sacaron del subdesarrollo, otros creen que es necesario repensar el modelo económico y ayudar a la población que no ha sido servida por el dinero que entró al país producto del crecimiento económico.
Es curioso como el nombre de Chávez se sigue moviendo en la política peruana, asociado a ciertos negociados oscuros de la primera dama y al discurso de la candidata de las fuerzas de izquierda. Hay opciones moderadas que prometen virar un poco hacia el centro sin largarnos del todo hacia la izquierda. Hay opciones que no van a cambiar nada. Hay candidatos que guardan silencio y esperan el voto. Hay peruanos hartos y peruanos entusiastas.
Cuando propongo que los únicos candidatos que me parecen decentes en esta elección son un socialista moderado y una izquierdista, una amiga peruana que sufre cada cinco años cuando nuestro país se detiene a elegir su futuro frente una cartilla de múltiples senderos que se bifurcan, me dice: «Tú te ríes porque estás en Nueva York».
Si bien es verdad que los malabarismos democráticos del país se viven con menos tensión desde la distancia y sin que estén tan comprometidas la familia ni el trabajo, no es verdad que los inmigrantes nos riamos de estas elecciones. Sólo se ve el proceso desde otra perspectiva.
Quizá sea que andamos más cansados y más viejos, pero pareciera que tras este largo camino de crecimiento democrático que empezó en 1980 y que tuvo tropezones serios, hoy los electores parecen capaces de identificar con mayor precisión a los farsantes, a los improvisados y a los vendemiedos. También queda claro que si bien nuestra democracia carece de partidos sólidos, la mayoría de los peruanos no votan desde el fanatismo de una camiseta y por las promesas de dinero, sino por ideas y planes ─distintos en muchos casos (y eso está bien)─ para que el país que quieren, por el que darían la vida, siga mejorando.
Desde lejos ─y eso no lo puedo explicar sino como un pálpito─ resulta aparente que nuestras elecciones delirantes sólo son la confirmación de que salga quien salga, nuestro futuro será mejor.