Es como si las elecciones catalanas estuviesen produciendo un efecto de mantel extendido sobre la mesa. La mesa es Cataluña. Es una mesa de madera extensible de comedor con su falla ahí en el medio. Las elecciones han puesto algo parecido al orden (florido, incluso, un mantel florido) en el ambiente. El orden temporal que sólo ya (como si fuera poco), y cada vez menos, altera el Puigdemont con su viaje alucinógeno a lo Hunter S. Thompson. Un viaje que comparten in situ, sin necesidad de desplazamientos, sus compañeros de partido. Un viaje estático y virtual a través de esas gafas-máscara oscuras (invisibles aquí) gracias a las cuales uno puede jugar a vivir y a actuar en cualquier época y situación. Sólo así se entiende su campaña (y su existencia) lisérgica, similar a la de Esquerra en la figura, principalmente, de Marta Rovira y esos ojos suyos que parecen humanos cuando se quedan fijos o parpadean. O cuando les acompaña esa voz tan conseguida, también. Lo más natural que tienen a mano, aparte de Tardá y su impronta de oso cavernario (otra cosa distinta es Rufián, a quien imagino caminando de forma autónoma por la casa de J.J. Sebastian) es a Junqueras y su pasión de gavilanes. Es la otra gran versión del videojuego de gran político perseguido junto a la del «exiliado» Puigdemont. Junqueras es el preso político que sufre en la penumbra y entre las frias paredes de una prisión dumasiana. En el castillo de If han convertido la cárcel de Estremera adónde han trasladado la campaña para dar pena. Y lo cierto es que la dan. Así es la vida del circo: un show tras otro. Otra clase de pena es la que da Albiol como un gigante solitario, un gigante CDS cada vez con menos movimiento y menos voz, como si fuera a convertirse en estatua a la que le saldrá musgo y a la que un día se subirán los niños para jugar. Un antiguo coloso al que mirará Doménech como mira a cualquier cosa. ¿Dónde estará Domenech? ¿Quién es Domenech? Quizá pueda descubrírsele por un casual brillo de su característico pendiente. Todo lo contrario que Arrimadas, que cabalga vistosamente hacia la victoria como Sheena, la princesa guerrera, o como Sheena, la punk rocker de los Ramones, a cuyo son sin duda bailaría el simpático Iceta, que sin remedio me recuerda a un diálogo entre Steve Urkel y su amada Laura Winslow: «¿Qué coche es éste», pregunta Laura, a lo que aquel responde: «Es un Isetta, para que yo te la meta».