El estudio clínico contra la depresión y otras enfermedades psiquiátricas parte de una hipótesis no demostrada el mundo está hecho para que un ser humano sano sea feliz.
En 1984, la Organización Mundial de la Salud (OMS) definió la salud, como: el completo estado de bienestar físico, mental y social. Así que al equilibrio que debe mantener el cuerpo fisiológicamente hablando se incluye el equilibrio de la configuración mental y las relaciones interpersonales en el objetivo de la medicina como servicio para la sociedad. Obviamente se trata de un equilibrio metafórico en el que la salud de la enfermedad se separa por una línea en la que los desequilibrios comienzan o no a ser suficientemente preocupantes, tanto de cantidad como de cualidad. Lo que sucede es que el horizonte es demasiado borroso como para tenerlo como objetivo, así que, sobre todo para las enfermedades psicológicas, porque está mejor visto, se suele dejar como referente el típico: “… mientras no afecte a tu vida cotidiana”. Como si ‘vida cotidiana’ fuera un parámetro exacto. Si la cosa no cae en extremos, es una elección individual.
Actualmente se atribuyen, entre otras, causas neurológicas a este tipo de enfermedades definidas como: “funciones cerebrales que no se realizan de manera adecuada”. De esta manera, el tratamiento farmacológico para pacientes de psiquiatría que presentan un cuadro de enfermedades, tan dispares algunas entre sí, como la anorexia, la drogodependencia, el Alzheimer o el TOC, se intenta que pueda ser complementado con una intervención quirúrgica que corrija esa parte del cerebro que se considera que está procediendo de una manera incorrecta.
Este procedimiento se llama estimulación cerebral profunda (ECP) y se realiza bajo anestesia local. Se trata de producir altas frecuencias en el núcleo subtalámico a través de la implantación quirúrgica del dispositivo. En una primera intervención, se implantan los electrodos cerebrales y en la segunda, una batería que genera la corriente en la región subclavicular o abdominal del paciente. Es una técnica reversible y ajustable según las necesidades sintomáticas del paciente. Los electrodos se implantan a través de agujeros en el cráneo que han sido medidos escrupulosamente y abarcan normalmente una zona mayor que la zona que se quiere tratar. El cable que los une a la batería va por vía subcutánea en la región cervical. Una vez instalado el sistema, con el paciente consciente, se realizan pruebas para encontrar los parámetros adecuados de estimulación. Estos parámetros se terminan configurando según el balance entre la mejor respuesta terapéutica y el menor número de efectos adversos.
La estimulación cerebral profunda para el tratamiento del Parkinson ya es un hecho. La enfermedad del Parkinson es un padecimiento neurológico degenerativo y progresivo de génesis todavía sin aclarar. Medicamentos, como la común levodopa, ayudan a paliar los síntomas pero su prescripción prolongada provoca problemas motores importantes, además de pasar por etapas de remisión, etapas “off”.
En la década de 1960, el grupo de Grenoble en Francia, dirigido por Benabid y sus colaboradores, inició la estimulación cerebral profunda al observar en un paciente con temblor esencial que sus síntomas eran reducidos cuando se efectuaba la estimulación directa durante la cartografía talámica, antes de realizar la lesionectomía. Estudios posteriores demostraron la utilidad del procedimiento en el temblor esencial y el parkinson. Se reducen los síntomas en las etapas “off” del tratamiento con levodopa. Además, según el artículo de Medicina Interna de México llamado Calidad de vida en pacientes con enfermedad de Parkinson y estimulación cerebral profunda, el tratamiento en pacientes menores de 75 años y sin alteraciones psiquiátricas mejoran en bienestar: menos dosis de medicamentos y mayor capacidad motora. El tratamiento clínico de estimulación cerebral profunda ya ha sido llevado a cabo para más de 100.000 pacientes en todo el mundo.
Por otro lado, el Parkinson en un alto porcentaje lleva asociada la depresión y en el caso de que el tratamiento incluya la operación quirúrgica no se demostraron mejoras, e incluso pueden empeorar debido a complicaciones del mismo tratamiento. La mejora es, digamos, más bien sutil. Para someterse al tratamiento el paciente y sus personas más cercanas junto con sus médicos tienen que sopesar si debe sufrir los riesgos de la cirugía y los efectos secundarios.
La clave del problema es que no está claro, para ninguna enfermedad para las que se ofrece el tratamiento quirúrgico, cuales son exactamente todos los síntomas neurológicos y tampoco cómo funciona en realidad el tratamiento. La teoría del John Stein, de la Universidad de Oxford, con respecto al Parkinson es que en esta enfermedad las células cerebrales se ven atrapadas en un patrón de reventones eléctricos, seguidos de silencios, luego estallidos y después silencios y que la estimulación cerebral interrumpe este patrón. Pero él mismo reconoce que mucha gente no estaría de acuerdo con esa declaración. No está claro, y menos aún si se habla más allá del Parkinson.
En otras enfermedades, de momento, la ECP no es un hecho. De momento existe sólo en etapas primitivas de diferentes investigaciones.
A pesar de lo que dicen diferentes artículos periodísticos (Electrodos en el cerebro contra la depresión, la anorexia y el alzheimer), para el Alzheimer no está demostrado que la ECP haga que los pacientes recuperen la memoria. El Alzheimer en su etapa prodrómica (predemencia) presenta una reducción del hipocampo en la que se ve afectado el mecanismo cerebral que transforma la memoria a corto plazo en memoria a largo plazo. En la etapa de demencia del Alzheimer (que se diferencia de la otra, médicamente hablando, en que los síntomas cognitivos afectan de forma severa a la vida cotidiana) en su últimos momentos las células del cerebro de ese órgano están muertas o moribundas.
En el estudio que se ha realizado sobre el Alzheimer mediante el tratamiento de ECP, llevado a cabo en la universidad de Toronto y dirigido por Andrés Lozano, un paciente tuvo un aumento del hipocampo de un 5% al año y otro paciente de un 8%. Sintomática hablando uno de los pacientes, tras un año de estimulación se encontraba mejor por lo que Lozano declara que se puede decir que el Alzheimer ha remitido. Según Mayberg, profesora de neurología en la Universidad de Emory, Atlanta, que ha sido la primera en probar la “efectividad” del tratamiento en la depresión, con el tratamiento se consigue atacar la parte del cerebro que no responde a la medicación. Lo que ahora falta es “entender el proceso fundamental de la estimulación”.
La etiología del Alzheimer, el origen de la enfermedad, es desconocida. Tiene rasgos neuropatológicos y neuroquímicos característicos pero la totalidad de la enfermedad todavía es sólo una palabra que engloba características, no un concepto cerrado. Quizá unas cuantas vueltas más al estudio del premio nobel del año pasado, el GPS cerebral, ayuden a tener más pistas. Del estudio de Toronto solo mejoraron dos pacientes, los cuales presentaban síntomas suaves, y la mejora fue un aumento del hipocampo pero no pudieron demostrar que se mejorara efectivamente la memoria. En un estudio posterior, cuatro de seis pacientes experimentaron mejoras, en especial en test neuropsicológicos, pero no fueron efectivos ni para la demencia ni para la depresión.
Con respecto a la depresión, existe en proceso un ensayo clínico con ECP de 200 pacientes que se consideran con depresión severa y para los cuales, tras haber remitido más de dos veces, se ha considerado que otro tipo de terapia no puede ayudarles. Se dice que se ha podido observar que la depresión conlleva una hiperactividad en el circuito cerebral de la tristeza, lo cual, según Lozano, se puede ajustar mediante impulsos eléctricos hasta lograr apagarla.
Esto del “circuito cerebral de la tristeza”, en realidad, es una licencia poética. El área del cerebro sobre el que se proyectan, en este caso, los electrodos es el área 25 de Brodmann que, en pacientes con depresión, está metabólicamente hiperactiva y que mediante la ECP reduce su metabolismo de manera similar como lo reduce si se encuentra bajo tratamiento farmacológico. El área 25 de Brodmann forma parte de una estructura cerebral que regula la importancia de las emociones frente al control intelectual de la corteza frontal. Esta estructura consta de un circuito que viaja desde el hipocampo, pasa por una circunvolución cingulada que rodea un cuerpo calloso y vuelve al hipocampo. Este circuito está conectado con la amígdala, el hipotálamo, el tronco cerebral y la corteza frontal. En el cíngulo anterior, que es donde se encuentra el área 25, se hacen conscientes las emociones.
No hay un circuito localizado donde se encuentre la emoción de la tristeza, son todas estas conexiones que presenta el área 25 las que hacen que esta sea pueda funcionar como mecanismo regulador de emociones: con el hipotálamo que controla el sueño y el apetito, con la amígdala que controla las respuestas de estrés y la reactividad emocional y con la sustancia gris periacueductal del tronco encefálico, que libera serotonina, noradrenalina y opiáceos endógenos. Sin embargo, el mismo procedimiento de ECP funciona por ensayo y error en el momento, contrapesando efectos adversos con efectos positivos para la localización de la estimulación de los electrodos.
El resultado cognitivo por el que dicen los directores de las investigaciones que el tratamiento supone una mejora se manifiesta, siguiendo las declaraciones de los pacientes, en que un “foco interno” que les consumía ahora desaparece. Ese foco interno era como un ruido sin descanso que de repente se calla. Y surge la frase “Con el estimulador no siento esa mirada hacia dentro”.
Para Mayberg, la estimulación cerebral profunda apaga la negatividad como si fuera un interruptor y luego el paciente, ayudado por la terapia convencional, puede decidir si quiere sentir placer o no. En definitiva el mérito consiste en transformar la negatividad en un estado apático. Porque el planteamiento de esta investigación es que si el cerebro mediante medicación no realiza esta transformación no es porque quizá es necesario que el individuo siga trabajando con la negatividad, sino porque algo funciona mal.
En los ensayos clínicos, ni para el Alzheimer, ni para la depresión, ni para el TOC, ni para la anorexia, etcétera, se muestran signos de mejora en cuanto a la dependencia de esas personas hacia otras (en el caso del Alzheimer), ni hacia los tratamientos. Un dato curioso: mientras tanto, en España, el concepto de “terapeuta ocupacional” en los hospitales todavía es algo mitológico.
Nada está claro, se trabaja en áreas desconocidas con métodos que quieren ser directos pero no disponen de la precisión necesaria. Con la ECP aparentemente se consigue relajar el mecanismo individual para la autoconciencia, desenfocando a través de eliminar la negatividad. El mecanismo de aprendizaje a través de la superación de lo negativo puede que si se realiza de forma inconsciente pierda buena parte de su esencia eliminando profundidad intelectual en el individuo. Además los pacientes, para eliminar esa negatividad, se vuelven dependientes a un tratamiento que requiere que cambien su batería cada 9 años. Pero bueno, Lozano dice que no solo hay argumentos clínicos para utilizar la ECP en cualquier enfermedad psiquiátrica sino argumentos económicos: se reducen los costes de los pacientes por bajas laborales.