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Elegancia en el armario

Tenía ganas de que el buen tiempo estallase como lo ha hecho, tiñendo de primavera y color plazas y calles. Harta estaba ya de tanta grisura con la que nos ha castigado este caprichoso invierno y mirad por dónde, pese a mis ganas de sol, este calor bochornoso y traicionero me ha pillado un tanto desprevenida, como siempre, con las botas de tacón y las medias aún danzando por la habitación, como si la cosa esta del cambio climático no fuera ni con ellas ni conmigo, y no distinguiésemos ya de primaveras y veranos.

Pero hay cosas que no se pueden dejar por más tiempo, ineludibles, una de ellas es el cambio de armario que este asombroso calor impone. Ya sabéis, sobre todo vosotras, que el cambio de ropa estacional más que una opción es una obligación y no miento si os digo que además, en mi caso, es todo un quebradero de cabeza: la ropa se acumula repartida por todos los armarios de la casa, incluido el trastero, que tiene el dudoso privilegio de esconder, entre naftalina, los vestidos del verano pasado. Y en esto ando, de paseítos trastero arriba, trastero abajo… cargada de trapos metidos en esas enormes bolsas de ikea.

Y ya en mi habitación el panorama no puede ser más desolador: perchas vacías, jerseys de cuello alto, pantalones de pana y bufandas de lana gorda… todo encima de la cama o tirado por el suelo, esperando mi decisión fatal: ¿pero cómo se me ocurrió comprarme este pantalón de perro flauta imposible de que me siente bien y tan alejado de mi estilo?; ¿y esta camiseta tan ajustada y escotada? Recuerdo que tenía unas sandalias rojas que me las ponía un montón…. ¿dónde las metí? ¿qué hago ahora con tanto bolso que ni uso ni usaré…? Mira que vestido tan chulo…, no me acordaba ni que lo tenía… La culpa la tiene mi inevitable afición de comprar “al tuntún”, que diría mi madre: pañuelos, bolsos, camisetas…y zapatos, zapatos sí, esas piezas clave en cualquier armario que presuma de completo…zapatos, que ni en tres vidas tendría pies para ponérmelos.

Ojalá tuviera un vestidor que se pudiera llamar de verdad así, “vestidor”, que es lo que siempre pienso cuando veo los de esas dos o tres amigas triunfadoras del matrimonio y de la vida, todo ordenado, los zapatos girando y las camisas matizadas por colores… todo en su sitio: siempre me asalta esa insana envidia cuando me enfrento a la primaveral tarea del cambio de armario. Algo que implica además de organización, una autoestima a prueba de bombas y una paciencia de la que en ocasiones carezco. Organización para dirigir el cotarro con éxito, sin olvidarte de nada; autoestima para aceptar con serenidad que los años no perdonan, que los kilos están ahí y que mucha ropa ya no te entra ni con calzador y, desde luego, paciencia, mucha paciencia para volver a poner orden en todo ese desaguisado sin salir huyendo ante la primera incógnita.

Ya metidas en harina, me pregunto cómo se las apañará la Inés de la Fressange, esa modelo a la que alguien le escribió aquel encantador librito, “La Parisina”: no me la imagino ante estas simples cavilaciones, más bien la veo inmersa, con su estilista, en un vestidor del tamaño de un apartamento, preguntándose: ¿sacaríamos alguna exclusiva tendencia de estos viejos “trapitos”…? Para ella una regla de oro de las parisinas es no seguir esas mismas tendencias a rajatabla, con unos simples toques de actualidad bastan.

Y es que es verdad: lo importante es la elegancia natural, no ser esclava de lo efímero de la moda, saber apañarte con un par de complementos, con un vestidito de Zara… Para mí la elegancia es una canción de Ninna Zilli, el saber estar de Cary Grant, Steve McQueen conduciendo un Jaguar… la elegancia es algo innato, no se debe hacer notar, simplemente debe estar, es una cuestión de estilo. Es el silencio maravilloso de lo que llevas puesto, del vestido que se mimetiza con tu cuerpo, de tu personalidad… encanto, presencia.

…es algo que no se puede sacar de un cambio de armario, ni siquiera haciendo más grande tu maltrecho presupuesto para ropa: elegancia, clase, estilo… son cualidades minusvaloradas y sus palabras ya tan maltratadas. Porque son virtudes que no nacen del bolsillo, que no caben en un armario: son cualidades que nacen desde la profundidad del corazón y desde la ligereza de la inteligencia.

Como decía Coco Chanel, que de esto del vestir sabía un poco, “… viste vulgar y sólo verán el vestido; viste elegante y verán a la mujer”.

Filosofías aparte, yo sigo con lo mío, renovando armarios…no sea que se me escape un poquito de clase entre un trapito y otro.

 

 

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Foto: Steve McQueen por Willian Claxton.

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