A Elena Medel (Córdoba, 1985), Antonio Machado le recuerda a la estantería de la habitación de sus padres. A un tomo que decía: Poesías completas, y en concreto a una anotación del interior, “Araceli, diciembre 1978”. O sea: a su madre antes de ser su madre. Por tanto, podríamos decir que el poeta sevillano la ha acompañado desde siempre, incluso antes de que ella naciera. Leyó a Machado guiada por las marcas de su madre. Y ya se sabe: los libros subrayados determinan un camino y una dirección: nos abren a una multiplicidad de significados. Pero sí: la primera vez que Elena Medel leyó a Antonio Machado lo hizo guiada por una chica que era su madre antes de ser su madre.
Antonio Machado nos conecta a muchos con nuestra infancia. Con poemas que hemos leído en tantas ocasiones que parecen formar parte del refranero popular. Algunos de sus versos huelen a goma de borrar, al bocadillo de recreo, al polvo del borrador de la pizarra en la que algún pobre alumno buscaba figuras retóricas que pocos sabíamos pronunciar. Aliteración. Polisíndeton. Hipérbaton. En realidad, todos hemos vivido –aunque sea un poco– con Antonio Machado.
No hace falta introducir al poeta sevillano. Pero vayamos a por Elena Medel: tiene treinta años, es de Córdoba y de niña prefería leer que dormir (ahora le ocurre lo mismo). Es poeta, escritora y editora de La Bella Varsovia. También, aunque no lo diga casi nunca, ha ganado algunos premios que reafirman lo que ya sabíamos: que es una de esas mujeres que sabe escoger las palabras adecuadas y que tiene una sensibilidad especial para detenerse en lo importante. Consiguió el Andalucía Joven por Mi primer bikini (2001), el Loewe en la categoría de Creación Joven por Chatterton (2014). Libros que, junto a los de Vacaciones, Tara y Un soplo en el corazón acaba de reunir en Un día negro en una casa de mentira (Visor, 2015). Ahora se pasa al ensayo con El mundo mago. Una vida con Antonio Machado (Ariel). Pese a que este año haya escrito tres libros –aunque uno sea una recopilación–, tardó siete años en terminar Chatterton. De este último, la crítica dijo muchas cosas. Una de ellas, que era un libro generacional.
—Y pensé: ocho años para esto –dice ahora sonriendo.
Es legítimo decir que lo es, pero quizás sea más pertinente decir que Chatterton es un libro que aborda situaciones universales. La precariedad laboral es una constante de nuestra época pero también de muchas otras. Y en realidad el libro va mucho más allá de la crisis. Escrito con ironía, en sus versos retrata las expectativas incumplidas: la soledad dentro de un autobús, las mudanzas y el desarraigo en casa de los padres cuando se ha cumplido la treintena.
Elena Medel no es de esas autoras que tiene prisa por publicar: ella aboga por una escritura lenta. Afirma que empezó a escribir como consecuencia directa de sus lecturas. Primero fue prosa, relatos, incluso tiene un libro inacabado que no acaba de convencerla. Y ahora, sobre todo, se dedica a la poesía, un género que empezó a leer de jovencita cuando a los once años sus padres le regalaron una antología de la Generación del 27.
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Dar con los motivos por los que alguien escoge a Antonio Machado para contarse a sí mismo es preguntarse por esa persona. En el prólogo leemos: “Resulta difícil hablar sobre Antonio Machado sin hablar sobre uno mismo”. Siendo ya mayor, Medel se compró su propio libro de Machado para seguir el rumbo de sus propios subrayados. Y en esta lectura del poeta sevillano, ese poeta que contiene dentro de sí tantos niveles como las muñecas rusas, Elena Medel traza una cartografía de sus propias inquietudes y certezas, de manera que en su lectura asoma la propia niña que era, la que leía en la cama, robando horas al sueño y escondida para que no la encontraran. La misma que pese a no entender a Federico García Lorca de Poeta en Nueva York intuía que ahí había algo importante que descubriría con los años.
Dice Medel que Machado es un poeta enraizado en la vida. Le recuerdo un verso de Benjamín Prado que pertenece a ‘Lo mismo y lo contrario’:
“Hay verdades sin límite
y hay cosas que se acaban:
los ríos son Machado;
yo te amé a tumba abierta;
los alacranes brillan a la luz de la luna
y después son, de nuevo, venenosos y oscuros…”
¿Los ríos son Machado? Nunca entendí esa frase. Me responde Medel que para el poeta, los ríos son marcas de vida. Porque Machado, ya lo he dicho, es un poeta anclado a la vida. En el ensayo El mundo mago. Una vida con Antonio Machado se obvian las lecturas infantiles a las que estamos acostumbrados: “aquí Machado dice, esto significa que…”. Porque la poesía, como el arte en general, no puede leerse como si fuera la guía de una ciudad. La exactitud no es para la poesía, es para el GPS del coche. Porque se equivocan los que buscan el significado a los versos. Aunque lo intentemos, lo que quiso decir el autor lo sabe solo el autor, que por algo lo escribió. El texto, una vez escrito, ya no le pertenece sino que pasa a pertenecernos a nosotros, los lectores, que nos leemos a través de los versos del otro. Cuenta Elena Medel que recientemente, en un examen de literatura del colegio, a la pregunta de “¿A quién está dedicado este poema?”, un alumno dio una respuesta inesperada: “A mí”. La maestra, claro, le puso un diez. No podía hacer otra cosa. Porque esa es una interpretación tan de válida como la real.
Todos hemos tenido la sensación de que hay párrafos, versos o libros que parecen escritos explícitamente para nosotros. ¿Qué poemas siente Elena Medel que están dedicados a ella?
—‘Camisetas’, de Luis Muñoz, y ‘Ya no será’, de Idea Vilariño.
Me estremezco al pensar en aquel verso final del poema de Vilariño, “No te veré morir”.
Tengo los libros de Medel subrayados y me encantaría preguntarle qué quiere decir en muchos de sus poemas. Pero entonces la entrevista no acabaría nunca. Pienso en aquel verso del poema ‘De vacaciones’: “Con las muñecas rotas te estoy diciendo adiós”. ¿Cuántas veces habré leído esa línea tratando de meterme en la cabeza de Medel? Es cierto: no puedes decir adiós con las muñecas rotas, ya no puedes hacerlo porque te has despedido tantas veces que incluso las muñecas han terminado por romperse. Crac. O tal vez se refiera a las muñecas rotas de la infancia. Interpretar es tratar de resolver un acertijo: solo sirve para darnos cuenta de la distancia que separa al autor del receptor. La verdad del arte, de la poesía es esa: la de cada uno.
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No deja de ser sorprendente que una poeta de 30 años dialogue con Machado. Me hubiera esperado un diálogo con Sylvia Plath, con Sharon Olds, tal vez con Wislawa Szymborska.
—Pero… ¿por qué Machado?
—Porque dentro de él hay muchos poetas. En cada poema hay multitud de poemas. Por ejemplo, el de ‘A Jose María Palacios’ es, a la vez, un poema de amistad, amor, desamor y contemplación.
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En El mundo mago Medel dice: “Jugué a dejar que Antonio Machado adivinada mi futuro. Un día cerré los ojos, lancé una pregunta y abrí el tomo grueso al azar, dejando que me respondiera y leí:
“Aunque me ves por la calle,
También yo tengo mis rejas,
Mis rejas y mis rosales”.
Porque el libro habla sobre rejas y rosales, pero no solo de los de Machado o de ella misma, sino de los de la vida. De esos cuatro o cinco temas básicos y universales que nos ocupan a todos, seamos poetas o no. Por tanto, es acertado decir que este no es un libro sobre Antonio Machado. Es un libro sobre Elena Medel leyendo a Antonio machado. Es decir: es un libro sobre Elena Medel.
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El poeta andaluz no nos da sus razones para la escritura. Medel, ahora, en esta cafetería de Barcelona llena de bullicio y de reuniones de trabajo, en un mes de mayo lluvioso, dice que la escritura no tiene únicamente una razón:
—Escribes porque te falta algo y porque quieres encontrarle un remedio a la realidad.
Como decía Carles Dachs “Escric potser perquè no sóc capaç de viure tot allò que em passa” (Quizás escribo porque no soy capaz de vivir todo lo que me ocurre). Algo de eso habrá. Hay algo que se nos escapa, si no lo hubiera, no escribiríamos. Pero ese algo varía según el momento de la vida en el que nos encontremos. Los poemas van cambiando desde el preciso momento en que se empiezan a gestar. Medel empieza anotando ideas en una libreta. Después las deja procesar. Y las cosas cambian, tienen vida propia. Porque ella también lo hace.
Me viene a la cabeza ahora, y se lo comento, un verso comprendido en ‘Maceta de hortensias en nuestra terraza: pulgón’. Dice así: “Porque cuando todo va bien, algo se mancha”. Me pregunto qué tendrá que ver eso con la escritura: ¿Es esa mancha la que nos lleva a escribir? ¿Hace falta que algo vaya mal para escribir?
—No mal. Pero es necesaria cierta falta de certezas. Y sobre todo: no haber encontrado el lugar. No es preciso ser infeliz pero sí tener cierto desasosiego vital.
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Supe que quería conocer a Elena Medel un día en la M-30. Había cogido el autobús número 28 con destino a casa de mi padre en las afueras de Madrid. Parada en medio de un atasco, mirando a través de la ventana, me fijé en la conductora del Range Rover de mi lado. Era una compañera de clase de la universidad. Ella también me vio y al principio tardó en reconocerme. Me saludó con la mano y justo el autobús arrancó y me quedé, ahí, mirando a través de la ventana saludando a la nada. Me sentí absurdamente pequeña en mi autobús de línea. Es un pensamiento infantil pero la comparación existe. Tú vas en un autobús lleno hasta los topes y tu compañera en un coche tapizado de piel de color beige. Yo llevaba, por aquellas casualidades de la vida –los libros y las canciones siempre aparecen en los momentos adecuados–, el poemario de Chatterton en el bolso y releí ese poema infinitamente subrayado: ‘A Virginia, madre de dos hijos, compañera de primaria de la autora’. En él, Medel se encuentra en un autobús que viaja desde la periferia de Córdoba al centro de la ciudad. Se encuentra a Virginia, una antigua compañera de colegio, y pese a que la otra no la reconoce, Medel va armando un poema a lo largo del tiempo –se encuentra a Virginia varias veces– y construye unos versos que la llevan al territorio de la infancia, al centro de Córdoba, pero al centro de la vida misma también. El poema habla de muchas cosas. Pero sobre todo se centra en una: en el fracaso. En volver a casa de los padres. En las uñas mal pintadas, en los consejos del papel cuché, en el bolso colmado de galletas que dos niños devoran en los asientos de un autobús.
La vida también iba a ser eso cuando de niño, en el colegio, te preguntaban qué querías ser. Medel traza, en el que para mí es uno de sus mejores poemas, un viaje al centro de un mundo, el de las expectativas frustradas. En veintiocho minutos que dura el trayecto del autobús Medel desmenuza los años pasados, los años en los que el futuro era algo lejano y lo confronta con un hoy vacío de promesas y lleno de manos ásperas que huelen a lejía y a productos de limpieza. No es un poema alegre. Es sarcástico, irónico. Y reconozco que si me preguntaran a quién está dedicado, diría, como el alumno, que está dedicado a mí. Al menos, aquel día del autobús y el Range Rover, lo estaba.
La grandeza de Elena Medel consiste en eso mismo: en que es capaz de unir autobuses que están a muchos kilómetros de distancia. Y que con sus versos logra hacer más humano y luminoso este mundo que a menudo se nos antoja tan descabellado.
Laura Ferrero es filósofa y periodista. Trabaja desde hace años en el mundo de la edición. En FronteraD ha publicado Un café con Leila Guerriero, Las infidelidades, o la gran crisis del deseo, El Chad: lejos del desencanto, En letras mayúsculas y Miedo de ser William Stoner, y mantiene el blog Los nombres de las cosas