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Sociedad del espectáculoLetrasElla era poesía. El vértigo de asomarse a Alejandra Pizarnik

Ella era poesía. El vértigo de asomarse a Alejandra Pizarnik

Alejandra Pizarnik. Autor desconocido. Dominio público

 

“El más grande misterio de mi vida es éste: ¿por qué no me suicido?”.

Once años después de escribir esta interrogante en su diario, Alejandra ingeriría cincuenta pastillas de barbitúricos.

Dejó sus últimas palabras escritas en la pizarra:

“No quiero ir
nada más
que hasta el fondo”

En el ensayo El poeta y la fantasía, Freud expresó: “El poeta hace lo mismo que el niño que juega: crea un mundo fantástico y lo toma muy enserio; esto es, se siente íntimamente ligado a él, aunque sin dejar de diferenciarlo resueltamente de la realidad”.

Pizarnik dejó de diferenciarlo: “La vida perdida para la literatura por culpa de la literatura. Quiero decir, por querer hacer de mí un personaje literario en la vida real”.

Ahora bien: ¿Qué se sabe sobre Alejandra Pizarnik?

Sabemos que nació y se crio con sus padres y hermana, en un barrio de clase media de Argentina.

Sabemos que las letras la encontraron a temprana edad.

También a temprana edad comenzaría a escribir su diario, convirtiéndose en una ventana que nos permite a nosotros, lectores, asomarnos al vasto mundo interno de la poetisa.

“Pensé que, teniendo la máquina de escribir, ya no escribiría más estos morbosos cuadernillos. Mas creo que no es así: escribo como siempre, por lo de siempre: me estoy ahogando”.

Se sabe que leía con asiduidad: Artaud, Rimbaud, Kafka, Freud, Dostoyevski, Baudelaire, Novalis, Proust Vallejo…

“¿La poesía puede? Pensar en Kafka, en Dostoievski. ¿Qué poeta estremece de igual manera? ¿Qué poema da cuenta de los movimientos del espíritu con semejante intensidad?”.

Con algunos poetas se identificaba.

“He ojeado las obras de Artaud y me contuve de gritar: describe muchas cosas que yo siento –en esencia: ese silencio amenazador, esa sensación de inexistencia, el vacío interno, la lucha por transmutar en lenguaje lo que sólo es ausencia o aullido”.

Conocida es su rebeldía, su vestimenta extravagante, como signo de diferenciación, de inconformismo.

Se decía que a ratos su timidez la opacaba. A ratos, su agudo sentido del humor y excentricidad eclipsaban el lugar.

Se sabe que ya de adolescente empezó a sufrir problemas de asma y de acné.

La tartamudez fue una condición con la que siempre cargaría.

“Si llego a distender mi garganta, es decir, a respirar armoniosamente, cambiaría mi relación –ahora tan complicada– con el lenguaje. Pero ya van dos años que los practico y el pecho y la garganta continúan en su estúpida posición defensiva. La misma sensación de que una mano de hierro me oprime por esa zona”.

A los diecinueve años publicó su primer poemario, La tierra más ajena.

“dos manos de flores pendientes resumen la
burda escultura de exóticas formas que
brillan vendiendo a las brujas el
augusto signo de la vida por muerte
leyendo las líneas de miles de
veces que vences o gimes o llores o ríes o
emprendes camino a un paso fijo que
lucha en la noche repeliendo los
viles ataúdes que esgrime el fracaso”

Sabemos que en Buenos Aires comenzó la carrera en Filosofía, para después cambiarse a Periodismo.

Ninguna las terminó.

Alejandra decidió irse a París.

Comenzó a estudiar Historia de las Religiones y Literatura Francesa en la Universidad de La Soborna.

Finalmente abandonó todo estudio sistemático para entregarse de lleno a la escritura.

Conocida es su hambre intelectual: profundizó en la pintura, en el surrealismo, en su inconsciente. E inevitablemente en la poesía.

“Aunque llegara a definir la poesía  –aspiración estúpida, por otra parte–, aunque descubriera su esencia, aunque desvelara su origen más profundo, aunque la poesía toda y todos los poetas me fueran tan conocidos como mi propio nombre, llegado el instante de escribir un poema, no soy más que una humilde muchacha que espera que lo Otro le dicte las palabras bellas y significativas, con suficiente poder como para izar sus pobres tribulaciones y para dar validez a lo que de otra manera serían desvaríos”.

El Otro debe ser considerado un lugar, el lugar en el cual está constituida la palabra. El inconsciente es el discurso del Otro, expuso el psicoanalista francés Jacques Lacan.

“Cuento con una carencia casi absoluta de recursos internos, a pesar de tener dentro mí un mundo tan vasto, pero es un mundo independiente de mí, divorciado de mi yo, sólo unido a mí en ciertos instantes únicos. Es extraño desconocerlo tanto, como si yo fuera la sede de esa otredad innombrable que firma con mi nombre. Nada me es tan ajeno como ella. Buscarla, señalarla, hacerla vibrar con mi sangre, apoderarme de sus raíces, he aquí mi necesidad”.

Conocemos su fascinación por el psicoanálisis. Fue paciente de León Ostrov desde antes de irse a París (después siguieron en contacto mediante cartas). En una de ellas, Alejandra le escribe:

“Qué haré cuando me sumerja en mis mundos fantásticos y no pueda ascender. Porque alguna vez va a tener que suceder. Me iré y no sabré volver. Es más, no sabré, siquiera que hay un ‘saber volver’. Ni lo querré, acaso. Por eso dibujo todos los días. Temor de mi desconexión, de mi indiferencia, de mi soñar pasivo”.

En París estrechó amistad con Silvina Ocampo, Julio Cortázar, Octavio Paz, entre tantos.

Cortázar le escribe: “Me dolió tu libro, es tan tuyo, sos tan vos en cada línea, tan reticentemente clara, tan por debajo y por adentro… Lo que siento es lo mismo que frente a algunos (muy pocos) cuadros o dibujos surrealistas: que estoy del otro lado por un segundo, que me han hecho pasar, que soy vos…”.

Hablando de surrealismo, Alejandra bebió de varios artistas inmersos en dicha corriente, entre los cuales se encuentran los poetas malditos.

No son pocos los periódicos que al escribir sobre ella la describen como “la última poeta maldita”. El malditismo como base de la belleza de sus poemas y al mismo tiempo, la fuerza ciega que conduce a la autodestrucción. Malditismo como símbolo de incomprensión, la clase de soledad que no halla su lugar, que no halla consuelo en la mirada del otro.

“Y aún me atrevo a amar
el sonido de la luz en una hora muerta,
el color del tiempo en un mundo abandonado.
En mi mirada lo he perdido todo.
Es tan lejos pedir. Tan cerca saber que no hay”.

Su amistad con Octavio Paz no sólo le abrió las puertas para trabajar en la revista Cuadernos, sino que escribió el prólogo de Árbol de Diana, poemario que se publicó en 1962.

“Cristalización verbal por amalgama de insomnio pasional y lucidez meridiana

en una disolución de realidad sometida a las más altas temperaturas. El producto no contiene una sola partícula de mentira…”.

En efecto, Alejandra alcanzaba esos estados de disolución de la realidad, de exaltación generados por los excesos con las pastillas, noches en vela anhelando, tal vez, ¿escapar?

“El error está en querer sentir una dicha extrema o un total abatimiento. Los estados neutros de mi vigilia sobria –hechos de una leve angustia y una sorda ansiedad– me son insoportables. Soy trágica, admitámoslo. Todo lo que me sucede tiene que llevar el rótulo de peligro de muerte”.

A su vez, trabajó como traductora y crítica de varios escritores franceses, que, sin duda, contribuyó a la evolución ya notoria de su poesía publicada:

“explicar con palabras de este mundo
que partió de mí un barco llevándome

*

una mirada desde la alcantarilla
puede ser una visión del mundo
la rebelión consiste en mirar una rosa
hasta pulverizarse los ojos

*

El poema que no digo,
el que no merezco.
Miedo de ser dos
camino del espejo:
alguien en mí dormido
me come y me bebe”

No solo llevaba al límite sus abusos con las sustancias. También arrastraba la poesía al límite (¿o la poesía a ella?).

“Una noche del 54 lo juré. No se trata de fidelidad sino de saber quién soy y para qué estoy aquí. No se trata de obligarme sino de arder en el lenguaje. Todo signo de huida me duele porque me niega, me desaparece. Esto es orgullo y locura. Lo es y también a causa de lo que hago con mi cuerpo: castigarlo hasta que diga palabras, es decir poemas. Yo moriré del método poético que me cree para mi uso y abuso. Nada menos poético, pero nada más cercano –dadas mis limitaciones naturales– al verdadero lugar de la poesía”.

La exaltación de su sentir, el desbordamiento de sus emociones.

“Por momentos, la poesía debería ser un paroxismo, me digo, semejante a un aullido de dolor infinito. A veces la siento como frenesí, tambores, desenfreno, rabio, gritos, truenos, rayos.

Ahora es un gesto tristísimo, como la mirada de un niño perdido”.

La fragilidad que permea su prosa:

“Mata su luz un fuego abandonado
Sube su canto un pájaro enamorado
Tantas criaturas ávidas en mi silencio
y esta pequeña lluvia que me acompaña”.

La infancia. El miedo. El sexo. Poesía.

“Ahora sé que cada poema debe ser causado por un absoluto escándalo en la sangre. No se puede escribir con la imaginación sola o con el intelecto sólo; es menester que el sexo y la infancia y el corazón y los grandes miedos y las ideas y la sed y de nuevo el miedo trabajen al unísono”.

El vínculo entre Sexualidad y Muerte:

“Luego, por más que crea haber progresado y madurado, mi sentimiento del amor y del deseo es difuso y confuso como a los cinco, diez y a los quince años. Una noche sexual es un corte tajante No puedo, no sé, no podré nunca unir esa noche a las obligaciones, relojes, horarios, etc. Siempre, después de una noche sexual, hago planes de orden: ordenación de escritos, de lecturas, etc. Como quien estuvo al borde de la muerte y al incorporarse proyecta actos sanos y enérgicos.

Una noche sexual es agonía, es muerte y es la única felicidad”.

El vínculo entre Muerte y Poesía, cada vez más inminente.

“…lo principal, el núcleo de mi proyecto es así: esperar una esperanza algunos años en los que nada importará salvo ese encuentro desde ya declarado imposible. Luego, a los treinta, me suicido. Ni siquiera pensaré en la poesía. Es decir, ese encuentro es El Poema tal como lo sueño y tal como jamás escribiré y tal como nadie escribió nunca”.

Casi nadie supo que Alejandra estuvo embarazada, fruto de un encuentro sexual fortuito. Casi nadie supo que decidió abortar, aparte de una íntima amiga que en esos momentos la acompañó.

“Y las voces lloran o se lamentan con un gran miedo antiguo, ya conocido por semejanzas increadas, la mañana se abre como un canto, te hieren, tiran de ti, te atenazan, tiran de ti, en plena noche de creación tiran de ti, con las piernas abiertas piensas en árboles, en colores puros, pájaro tal vez, tal vez si fue niñita, se andaba de un castillo de arena a otro transportando un balde de agua que perdía, perdía el agua en el trayecto, tal vez, mientras tiran de ti, tu cara debajo de la máscara sostenida por tu mano, aspirando y no obstante no aspirando, no obstante jugando a aspirar, manteniendo la máscara a una distancia necesaria para sentir el dolor en su pura calidad, temblando las piernas que sin embargo quisieran cerrarse, tiran de ti, un claro en lo espeso, en lo especioso de una oscuridad de formas movedizas, dispuestas con perfección para esta liturgia que es el reverso de dos manos tirando de entre ti para arrancar el pequeño corazón de un embrión que iba a ser una forma dotada de voz y de movimiento y de peligrosos relieves, la noche relampagueando dentro de la máscara te cortan con ruido a graznido, sierran pájaros negros, con una sierra morosamente los determinan en partes sangrientas, formas rojas, sombras vestidas de dudosos terciopelos rojos cruzan rápidas el bosque relampagueando, aspiras y no aspiras, pero no gritas, no por orgullo sino por no unir las manos que asesinan entre tus piernas a las formas despavoridas de la máscara”.

Al cabo de cuatro años en la ciudad parisina, regresa a su tierra natal como poeta consolidada.

En 1969 gana la prestigiosa Beca Guggenheim.

“Ayer me enteré de que me concedieron la beca. Mi euforia por el aspecto económico del asunto, es decir: hablar de millones con mi madre sabiendo las dos que esa cantidad enorme proviene de mi oficio de poeta. En efecto, es como si algo a modo de destino me ayudara a afrontar mi destino de poeta. Cada año de mi vida, cada sufrimiento, cada jornada de total soledad, todo parece una conjuración o una benévola asamblea cuya finalidad sería la de confirmar mi destino (no elegido sino fatalmente impuesto) de poeta”.

Ese mismo año conoció a Daniela, mujer con la que mantuvo su primera relación estable.

“…Pero cómo hacen los demás para vivir sin esta exigencia de un amor absoluto.

Por eso me intereso en las vidas ajenas. Aprender qué es lo que les permite vivir sin amor –y cualquier amor que no sea como yo lo entiendo no es amor–. Ya nadie o casi nadie es amado de la manera que yo deseo”.

Eventualmente, la relación termina, quizá porque su pareja no podía seguir respondiendo a las demandas afectivas de Alejandra, a los sube y baja emocionales, a la voracidad de sus afectos, continuos miedos. A la búsqueda de un amor Absoluto.

La voracidad se manifestaría con más fuerza, en sus lecturas, fantasías. En su relación con la comida.

“Nunca me odio tanto como después de almorzar o cenar. Tener el estómago lleno equivale en mí, a la caída en una maldición maldita. Si me pudiera coser la boca, si me pudiera extirpar la necesidad de comer. Y nadie goza en esto tanto como. Siento un place absoluto. Por eso tanta culpa, tanta miseria posterior”.

Conocemos la dificultad para gestionar sus acaso caóticas experiencias internas:

“Advierto que tengo demasiada confusión, no puedo asimilar todas mis experiencias y sensaciones. Son excesivas. Y yo soy tan lenta, y ellas giran, ellas giran y me asfixian como si se bebiera una botella de vino interrumpidamente, sin tomarse el tiempo necesario para respirar”.

La imposibilidad de la palabra:

“Lo que más me asusta desde que volví a este país extraño: la distancia, o la voluntad de distancia, entre la palabra y el acto. Esto parece literario en el peor sentido del término, pero se puede morir de distancia”.

De nuevo, la imposibilidad…

“He aquí el único problema: entre mis deseos y mi realidad, un puente insalvable. De allí, esta nada”.

Su batalla con el lenguaje.

“No sé dónde detenerme y morar. El lenguaje es vacuo y ningún objeto parece haber sido tocado por manos humanas… Mundo despoblado, palabras reflejas que solo solas se dicen. Ellas me están matando”.

Su batalla constante con el lenguaje.

“Cuando hablo siento que me traiciono, también cuando escribo. No se oculta que todo esto deriva de mis deseos demasiado fuertes, estridentes, absolutos. El lenguaje es la valla de los deseos, el lenguaje los recorta y los encierra. La tremenda intensidad de un instante amoroso es indecible. No es un desafío al lenguaje pues el lenguaje no existe en un instante así”.

Continuaría con el psicoanálisis.

Fue paciente de Claire Lauret, y de Enrique Pichon-Rivière.

Se conocen los sentimientos contradictorios que albergaba. Y la combinación de fuertes medicamentos que el psiquiatra y psicoanalista Pichon-Rivière le recetó en momentos cuya fragilidad psíquica se hacía insostenible.

“Problema atroz con los medicamentos (todos innecesarios, y al mismo tiempo, urgentes). Primer día con todos estos remedios: miedo, incluso terror, semiasfixia, imposibilidad de hacer algo”.

Las conductas, cada vez más dañinas.

“…Naturalmente, salí corriendo y me compré docenas de chocolates que comí como quién se suicida, que vomité para tener espacio y seguir comiendo, envenenándome, anonadándome, aniquilándome”.

Su declive psicológico…

“Mis poemas de ahora están muertos. Siento que nada vibra dentro mí. Hay una herida y eso es todo”.

Especial fijación con Kafka, al que vuelve una y otra vez.

“…Y sobre todo a Kafka
a quien le pasó lo que a mí, si bien él era púdico y casto –“¿Qué hice del don del sexo?”– y yo soy una pajera como no existe otra;
pero le pasó (a Kafka) lo que a mí:
se separó
fue demasiado lejos en la soledad
y supo –tuvo que saber–
que de allí no se vuelve”.

En 1971 un año antes de morir, gana la Beca Fullbright. Beca que rechaza, en parte por su pésima experiencia al visitar Nueva York.

Ese año coincide con su gran último amor: la lingüista Martha Isabel Moia, la cual se fue a especializarse a Estados Unidos días antes de la muerte de Alejandra.

“No escribiré más. Tal vez corrija algo, lo cual ya sería mucho. Quiero atestiguar que nadie me ha herido tanto como Martha.

Tampoco nunca quise tanto a nadie.

Mi relación con ella si no se rompe del todo –tiene que cambiar.

Hoy me hizo el mayor daño que se me puede hacer, a aún más.

Ojalá tuviera fuerzas para tirarme por la ventana (la tentación de llamarla no está lejos).

El sábado puedo tomar Seconal y Amytal. Hay una buena cantidad y yo ya no puedo más”.

Sabemos que estuvo meses internada en un instituto psiquiátrico de Buenos Aires.

“Sala 18
Cuando pienso en laborterapia me arrancaría los ojos en una casa en ruinas
y me los comería pesando en mis años de escritura continua,
15 o 20 horas escribiendo sin cesar, aguzada por el demonio de las analogías,
tratando de configurar mi atroz materia verbal errante,
porque –oh viejo hermoso Sigmund Freud– la ciencia del psicoanálisis
se olvidó la llave en algún lado:
abrir se abre
pero ¿cómo cerrar la herida?
El alma sufre sin tregua, sin piedad, y los malos médicos no restañan la herida que supura”.

Se conocen sus dos intentos de suicidio.

Tras el segundo intento le escribe a Cortázar: “Me excedí, supongo. Y he perdido, viejo amigo de tu vieja Alejandra que tiene miedo de todo salvo (ahora, oh, Julio) de la locura y de la muerte. Hace dos meses que estoy en el hospital. Excesos y luego intento de suicidio –que fracasó.

Julio, fui tan abajo. Pero no hay fondo.

Julio, creo que no tolero más las perras palabras”.

*    *    *

—¿Qué te sugiere su poesía?  –le pregunté a Luis Luna, poeta y artista visual.

—La poesía de Alejandra es espejo y guía. Espejo en el sentido de que la modernidad no puede dejar de mirarse en el desgarro y la verdad poética que destila en sus libros. Alejandra reflexiona sobre la incapacidad de la voz para decir lo que sucede o lo que nos sucede y, al mismo tiempo reconoce que el solipsismo de la metapoesía no es la vía suficiente para acabar con esa batalla. En este sentido es guía, porque la modernidad no puede, necesariamente, dejar de pasar por su voz, por la voz que nos advierte de lo terrible y esperanzador que es ser frágiles y estar vivos.

—¿Por qué ha trascendido?

—Creo que su poesía ha trascendido porque en ella reside esa verdad poética que te decía antes, ese construir con la palabra un mundo posible. Su poesía no es solo una respuesta artística al mundo, sino una forma de crear mundos posibles en donde habitar.

“…Tal vez la noche sea la vida y el sol la muerte
Tal vez la noche es nada
y las conjeturas sobre ella nada
y los seres que la viven nada.
Tal vez las palabras sean lo único que existe
en el enorme vacío de los siglos
que nos arañan el alma con sus recuerdos”.

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