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Elogio de los veinte. Escoge cuál leer. O lee los tres, aunque 549 sea trampa

 

 

Puedes abandonar la mirada en este frutero empíreo y en sus granadas sin guerra. Yo lo observé y pensé en escribir un elogio de los veinte, por ese afán mío de que la fotografía sea un pretexto y yo me limite a ponerle un par de guirnaldas por debajo. Estoy disfrutando mucho de la veintena. Y aún me quedan casi cuatro años más de ella. Espero no llegar desollado a los treinta con tanta precarización, que es el camino por el que nos van a sacar de esta crisis. Porque los periódicos andan discutiendo sobre si mudamos o no de piel. Pero en la calle el debate es otro: ¿no nos la estarán arrancando a jirones? En los veinte –imagino que como en décadas posteriores– se aprende mucho. Al menos en mis veinte, que son los que conozco porque son míos. Yo, por ejemplo, he descubierto que mi vocación no lo es tanto de periodista, como sí de transeúnte, conversador y vividor. Querría contar algún hallazgo más, pero ciento ochenta y tres palabras dan para lo que dan. ¿No vas a seguir leyendo?

 

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Como decía en el anterior post, que no deberías haber leído, estoy disfrutando mucho de la veintena. Es una edad –algún cincuentón se te estará riendo al leerme– sin los pájaros de la adolescencia. Uno se acepta y lo escribe en un blog, usas menos la gomina y más los marcapáginas, te miras menos en el espejo y más en los charcos. O será en mis veinte. Tengo una amiga a la que le preocupa quedarse soltera. A mí no. A mí me preocupa morirme. Mi padre y mi abuelo murieron pronto. A los veinte te cercioras de que la tristeza forma parte de este deambular. Y que eso no es necesariamente malo. Te anclas a los amigos. Descubres que no tienes ni pajolera de casi nada. Lo aceptas. O te frustras. Sólo te enfadas con razón, pero se te pasa. El año pasado entrevisté a dos ancianos: a Domingo Núñez, fundador de la salmantina Hermandad de Jesús Flagelado, y al expresidente de la Xunta Gerardo Fernández Albor. Ambos, cerca de ser centenarios, me contaron que la vida es, sobre todo, muy corta. 


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Y así concluyo la trilogía, que lo es y no al mismo tiempo. Habrá quien se haya quedado contemplando la foto. Para algo está colocada encima y ya animé a hacerlo en el primer post, que no deberías leer si estás leyendo el tercero, aunque trampear es oportuno cuando la ley es cínica. Reitero y resumo: los veinte son para elogiar, aunque menos que los noventa, que no sé si alcanzaré. Se lo debería pedir a Dios, con mi fe miope y a ratos con más astigmatismo que otros. Esto lo puedes estar leyendo en fronterad, que es donde «Diafragma 183» nació y donde sigue inédito cada jueves. O en salamancartv, una nueva ventana a la que me asomo con Pablo los viernes desde la semana pasada. Porque compartir es vivir. Y abrazar. Y escribir. ¿Escribir mentiras también es vivir? ¿Y si nos comemos una granada? ¿O son pomelos? Ya dije que a los veinte sabes que lo desconoces casi todo. En cualquier caso, puede que las piezas del frutero –del taller del pintor bejarano Manuel G. Blázquez– sean de pega. ¿Lo comprobamos?

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