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Mientras tantoElogio del abuelo

Elogio del abuelo


La muerte de Carlos Saura –al que tuve oportunidad de conocer– y el regreso de Ramón Tamames han coincidido en el tiempo este febrero. Moría el gran cineasta transicional por una neumonía a la vez que Tamames regresaba de la niebla intelectual de la política de los 70. Cuando entrevisté a Saura, hace unos años, se quejó de cómo trataba España a los artistas, pero creo que más bien lo que quería decir es cómo el país condena al olvido a muchos de sus mayores.

Michi Panero, mucho más honesto, decía que un rasgo ibérico común es su desprecio a la gente de cierta edad: síntoma inequívoco de una sociedad de mozos ambiciosos con más proyecciones que lecturas. El más joven de los Panero, postrado en su cama por una pésima salud unida a un estupendo humor, definió bien ese cainismo tan propio de horteras, aquellos que “desprecian lo que ignoran” según el clásico, y que ahora vuelve con fuerza con Tamames.

Hombres adultos con las manos escondidas

Por supuesto, la unión del ex comunista Tamames con el partido ultraconservador Vox no ha ayudado, pero me ha sorprendido ver a los apóstoles de la izquierda quitando méritos a alguien que hizo su carrera sin padrinos y a golpe de oposición. Representante del viejo “cursus honorum” que sobrevivió a la dictadura, es complicado injuriar a alguien que quiere dar un poco de lustre a una vida llena de fracasos políticos. Operación instigada por Sánchez-Dragó, heterodoxo infinito que sería comunista de gobernar Vox, parece una regañina de nuestros abuelos a los nietos díscolos que somos y seremos.

Habría arrasado de existir Tinder de los años 40

Siempre he tenido cariño por esta gente mayor cínica, de voz cazallera, porque hablaban desde la experiencia. De la misma manera que un rasgo común a mi carácter es detestar a gente mesiánica, me es imposible ver un discurso entero de un idealista sin pensar “me está vendiendo mantas zamoranas a 5 reales por 20 duros”, me gustan estos tipos de cabellos plateados, reflejo de inteligencia, y que conocen un poco la especie humana. Hay algo en ellos de ese Pío Baroja taciturno, el que paseaba esquivando a los “cabrones de los falangistas” en el retiro de los años 50, como lección de vida:

“A mí todo lo que sea sistemático en la política o en la vida, me parece que no tiene ningún valor. Son juegos de la inteligencia, fantasías irrealizables, lo mismo en los reaccionarios que en los revolucionarios. Desde la Utopía de Platón hasta la Conquista del pan de Kropotkin, pasando por los libros de Maistre y por los de Proudhon, todo esto no vale nada. Es curioso que personas inteligentes se pongan a trabajar en planes utópicos, como lo hicieron Marx y Engels en su Manifiesto del Partido comunista, o como Pi y Margall en su `pacto sinalagmático bilateral´.
  Yo en esto creo lo que dice el Evangelio: Por los hechos los conoceréis. Las teorías me tienen sin cuidado”.

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