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Mientras tantoEmbarazoso huésped

Embarazoso huésped


 

Tenía que ir a ver El cónsul de Sodoma, no sólo porque Jaime Gil de Biedma es uno de mis poetas más queridos y admirados, ni porque la biografía de Miguel Dalmau me pareció excelente (la semana pasada la elegí entre “los treinta libros de mi década”), ni porque, en verdad, me picaba el morbo; sino también porque, al fin y al cabo, esta página está bajo su advocación. En la película me he encontrado luego con que se dice la frase: “Soy un poeta de domingo con conciencia de lunes”. Y se dice además la que sacó Jabois del poema «Contra Jaime Gil de Biedma»: “Si no fueses tan puta”. Así que El cónsul de Sodoma es en parte una promo de FronteraD.

 

La película no está tan mal como me esperaba; pero es que me esperaba algo terrorífico. Antes de ir al cine, tenía anotado otro título para este comentario: “La inteligencia interpretada por la estomagancia”. Sí, confieso que le tengo manía a Jordi Mollà; pero su trabajo aquí es digno: un poquito afectado quizá, con un pelín de pluma y con asomos de emotividades más propias de un Antonio Gala; pero, por usar una frase que se cita en la película, “se detiene a tiempo”, y resulta al cabo aceptable. Sí hay un pequeño desajuste. En la biografía de Dalmau se asegura que el poeta poseía una notable herramienta; la de Mollà, en cambio, en el plano de su desnudo integral, no le responde al método Stanislavski.

 

El problema de El cónsul de Sodoma es que, para el público interesado, resulta imposible de ver. Y el otro no creo que vaya a verla. Me temo, por tanto, que la película no tendrá ningún espectador limpio: ningún espectador que no conozca ya el “argumento de la obra”. Yo no sé exactamente lo que he visto, ni en qué medida exacta ha contribuido mi conocimiento a lo que sucedía en la pantalla. Ha sido un visionado por superposición (en comparación constante). Me he entretenido, e incluso me he emocionado en los momentos en que se recitaban sus poemas; pero sospecho que la película no se sostiene por sí sola.

 

Algo cargante es que los escritores son demasiado escritores. Gil de Biedma, Barral y Marsé me han dado la impresión de ser como los hombres-libro de Farenheit 451, hablando con frases sacadas de sus obras. Queda forzado, aunque las de Gil de Biedma brillan siempre, porque son brillantes en sí. Lo que chirría es cuando se usan versos en la conversación. La interpretación de Barral está muy bien; un tanto papanatas, pero como era papanatas Barral (también con encanto). Marsé, en cambio, falla: demasiado artificioso y como inocentón. Es la segunda vez que el productor Andrés Vicente Gómez se la juega a Marsé: la primera fue cuando le quitó el proyecto deEl embrujo de Shangai a Erice para dárselo a Trueba. Quizá Marsé está que trina más por esto que por cómo han tratado a su amigo. En cuanto a Bimba, no está bien pero reconozco que tampoco está mal (como se ve, esta película ha supuesto un paréntesis en mis detestaciones).

 

A Gil de Biedma, por supuesto, no le hubiera gustado nada El cónsul de Sodoma: a él, que escribió lo de “la humillación imperdonable / de la excesiva intimidad”. No sé si habría llegado a pensar que Mollà es un “memo vestido con sus trajes”; pero sin duda sí un “embarazoso huésped”. Lo que no entiendo es el movimiento de escándalo de lo que queda de la gauche divine en lo concerniente al sexo: parece como si se arrepintieran de lo único realmente bueno que hicieron, que fue follar. (Lo otro, lo que no fue follar, ha terminado teniendo a Montilla como su producto más acabado.) Lo importante, en cualquier caso, es que la película no mata a Gil de Biedma; lo enturbia en parte, por la cariturización y la sentimentalización: pero se sale con ganas de volverlo a leer, si es que en algún momento habíamos dejado de hacerlo.

 

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