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Novela por entregasEmbelesado en las divagaciones de Bradbury

Embelesado en las divagaciones de Bradbury

Este texto pertenece a la serie Remembranzas

Se atribuye a Blaise Pascal esta reflexión: “Todos los problemas del hombre provienen de no ser capaz de encerrarse en su habitación una hora en silencio y reflexionar sobre su vida”.

Y Ray Bradbury nos pregunta, en Zen en el arte de escribir: “¿Cuáles son las mejores y las peores cosas de su vida y cuándo saldrá a susurrarlas o a gritarlas? ¿Cuánto hace que no escribe una historia así, por pura indignación?”

“Dejando al lado la indignación. ¿Qué es lo que más quiere en el mundo? ¿Qué ama o qué detesta? Busque un personaje como usted que quiera algo con toda el alma. Dele instrucciones de carrera. Suelte el disparo. Luego sígalo tan rápido como pueda. Llevado por su gran amor o por su odio, el personaje lo precipitará hasta el fin de la historia. La historia de cada cuento debería leerse casi como un informe meteorológico. Hoy por la tarde incendie usted su casa. Mañana vierta agua fría sobre las brasas ardientes. Para cortar y para reescribir ya habrá tiempo mañana. Hoy, ¡estalle, hágase pedazos, desintégrese! ¿Por qué no disfrutar de la primera redacción, con la esperanza de que su gozo busque y encuentre en el mundo a otros que, al leer su cuento, también se incendien? Fíjese en los pequeños encantos, encuentre y modele las pequeñas amarguras”

Date prisa, no te muevas, es la lección de la lagartija para todos los escritores. Vean al colibrí: está, no está. En la rapidez está la verdad. Cuánto más pronto se suelte uno , cuanto más deprisa escriba, más sincero será. En la vacilación hay pensamiento, censura. Con la demora surge el esfuerzo por un estilo; y se posterga el salto sobre la verdad, único estilo por el que vale la pena batirse a muerte o cazar tigres. Y entre las fintas y huidas, ¿qué? Ser un camaleón, fundirse en tinta, mutar con el paisaje. Ser una piedra, yacer en el polvo, descansar en agua de lluvia, en el tonel que hace tanto tiempo, junto a la ventana de los abuelos, llenaba el canalón de desagüe.

¿Cómo empezar a escribir algo nuevo, que dé miedo y aterrorice? En general, uno tropieza con la cosa. No sabe qué está haciendo y de pronto está hecho. Es un desarrollo de la vida propia y los miedos nocturnos. El problema para cualquier escritor es quedar circunscrito por lo que se ha hecho antes o lo que se imprime día a día en libros y revistas y ¡por lo que nos acecha nada más abrir el ordenador! Tenía veintidós años cuando una tarde al fin lo descubrí… Me di cuenta de que había escrito algo realmente bueno. Durante años empecé a hacer listas de títulos, a escribir largas líneas de sustantivos. Eran provocaciones que hicieron aflorar mi mejor material. Yo avanzaba a tientas hacia algo sincero escondido bajo el escotillón de mi cráneo, (en el almario de mi alma). Si usted es escritor, o espera serlo, listas similares, sacadas de las barrancas del cerebro, lo ayudarán a descubrirse a sí mismo, del mismo modo que yo anduve dando bandazos hasta que al fin me encontré. Empecé a recorrer las listas, elegir cada vez un nombre, y sentarme a escribir un largo ensayo-poema en prosa. En algún punto, en mitad de la primera página, el poema en prosa se convertía en un relato. De pronto aparecía un personaje diciendo, “Ese soy yo”, o quizás “Esa idea me gusta” y luego el personaje acababa el relato por mí… Y de esos recuerdos/remembranzas ocultas en los nombres, perdidos en las listas, empezaron a estallar, a explotar las historias.

A lo largo de la vida nos llenamos de sonidos, visiones, olores, sabores y texturas de personas, pieles, rumores, aromas que te excitan, de personas, animales, paisajes y acontecimientos grandes y pequeños. Nos llenamos de impresiones y experiencias y de las reacciones que nos provocan, reales o soñadas o imaginadas o preconcebidas… asustadas, alejadas, perdidas por temor o por miedo. Al inconsciente entran no sólo datos empíricos sino también datos reactivos, nuestro acercamiento o rechazo a los hechos reales o presentidos o imaginados o deformados u ocultos y transformados por el Ello, conciencia, moral, vergüenza, rubor o lo que sea. De esta materia, de este alimento se nutre el inconsciente. Ése es el almacén, el archivo desordenado, al que hemos de volver en las horas de vigilia para cotejar la “realidad” con el “recuerdo”, y en el sueño para cotejar un recuerdo con otro, lo que significa un fantasma con otro, hasta el colmo del placer o del terror de una pesadilla. Sólo en la totalidad de su propia experiencia, que archiva y olvida, es cada hombre, cada persona, realmente distinto a todos los demás.

Pues nadie asiste en su vida a los mismos acontecimientos en el mismo orden y circunstancias. Todos llevamos dentro eso que siempre ha estado allí y tan pocos nos molestamos en tener en cuenta. Todo lo más original sólo espera que lo convoquemos. Vivimos en una cultura y en una época tan rica en basuras como en tesoros. En ocasiones es un poco difícil diferenciar la basura del tesoro, así que nos contenemos. Todo lo que hice, escribe Bradbury, fue hecho con entusiasmo, porque quería, porque me encantaba hacerlo… Permanece la constante, la búsqueda, el encuentro, la admiración, el amor, la respuesta sincera a los materiales accesibles, por muy raídos que parezcan, cuando un día, en cualquier ocasión no buscada, se vuelve a mirarlos.
Nada se pierde nunca. La inspiración debe tener forma. Escribirá mil palabras diarias durante lo que le reste de vida. En el momento exacto en que irrumpe la verdad, el inconsciente cambia de archivo de desperdicios a ángel que escribe un libro de oro (hermoso).

Cuando superas una etapa de tu vida y te has decidido a emprender otra nueva más acorde con tus circunstancias de edad, salud, profesional, estatus familiar… debes estar preparado a caer y a levantarte, sin cesar, cada día de nuevo. La inercia de los años y vicisitudes pasados es tan fuerte y la desconocemos tanto que siempre nos sorprenderá.  Es inconmensurablemente más grande lo que desconocemos o hemos olvidado o ni siquiera el entorno personal y social permitió que aflorara, aunque sólo fuera para reprimirlo, que las cosas que albergamos en nuestra memoria, de una u otra forma, bajo este o aquel epígrafe, en aquella o en otras circunstancias. El mundo de los sueños está ahí y permanecerá insondable por muchas técnicas sicoanalíticas o de reconversión o de terremoto vital que tengas que afrontar… o doblegarte ante él, perdida toda esperanza.

Las técnicas sicoterapéuticas, de cualquier tipo que sean, jamás podrán aflorar en el momento necesario o bajo la presión o la calma inducida de cualquier método. Ni la “conversión”, en cualquiera de sus formas, ni el más grande de los sufrimientos (los dolores son otra cosa radicalmente distinta al sufrimiento, aunque en algún momento puedan conectarse), de las pérdidas o de las catástrofes de guerras, prisiones, exilios exteriores o los interiores, que suelen ser más ladinos, podrán nunca hacerte recuperar tu pasado, todas tus vivencias y experiencias habidas a lo largo de tu vida, consciente o inconsciente; porque hasta en el sueño o al margen de nuestra consciencia padecemos innumerables ataques en forma de imputs o de ambientes o cegados por la ira, por el temor o el miedo, por ignorancia o baja autoestima, por todas las pasiones y cobardías… que ni siquiera fuimos capaces de detectar. Porque el vivir no transcurre en progresión establecida alguna. Todo, ta panta, sucede al instante, seas o no consciente de ellos, te afecte o no. En ese momento o al cabo de los años, de forma imprevista pero que se fraguó en un pasado ignorado y por lo tanto ni asumido ni experienciado.

No es lo mismo experimentar que experienciar. Los experimentos se repiten y reproducen a voluntad para demostrar o contrastar algo, pero las experiencias, a veces son tan sutiles que ni siquiera te apercibes de ellas, por eso no puedes registrarlas aunque allá en el hondón de tu ser dejen su huella y produzcan efectos que se convierten en causas de otros, no pocas veces, hasta el infinito. Lo que no se conoce no se puede re-conocer ni entra en el campo de la memoria o de los re-cuerdos.

Realmente, hay millones de imputs que no detectamos, ni somos conscientes de ellos… pero que, de alguna manera, nos han impactado. De hecho, se han llevado a cabo experimentos con varias personas fiables sobre lo que recuerdan “haber visto” en el trayecto en autobús desde su casa a su puesto de trabajo, o haciéndolo en coche, en bici o andando, en similar hora y circunstancias… sin haberles dicho que iban a hacerles un test o que tenían que fijarse en nada: un paseo o viaje en un día corriente en el que se trasladaban de un lugar a otro. Los resultados han sido impresionantes y esclarecedores de muchas sombras, tendencias, represiones o anhelos del que trata de “recordar” lo que no pasó por su corazón (cor-cordis) pero sí por su experiencia consciente o, la inmensa mayoría de las veces, inconsciente.

En un trayecto no muy largo, una persona corriente y que no va leyendo sino viendo por la ventana… se pueden producir miles de imputs, cientos de miles, que esa persona no “recuerda” pero que si los responsables del estudio tienen en su mente el trayecto con anuncios, gente que pasa, trajes, peinados, edificios, colgaduras o plantas, coches o lo que sea y saben ayudar a que afloren imputs que en realidad recibió durante el viaje y que realmente estaban en su mente… pero qué no los recordaba o no quería recordar o simplemente no le “interesaban” y no fijó su atención en ellos… pero por asociaciones libres o inducidas llegaban a reconocer.

Esto es importante porque ¿hasta qué punto somos responsables de todos nuestros actos u omisiones, aun conociendo las normas establecidas, legales o por la costumbre establecida?

Cierto que las costumbres, las normas, los principios éticos o morales (que no son idénticos), los hábitos etc nos muestran a los ciudadanos lo que está establecido, las inercias, las grandes líneas de nuestra cultura, creencias o tradiciones. Pero allá en el hondón de la mente se producen desconocidas relaciones, asociaciones, sinergias que hasta inconscientemente una gran mayoría suele seguir sin reflexionar, porque siempre se hizo así, porque no se lo plantean salvo cuando se quebrantan y te pillan. Pero en general, todos los pueblos, comunidades, grupos sociales, clases, niveles de educación y hasta los más diversos caracteres conocemos y solemos respetar. Pero sin ser conscientes de ello, y como mal menor o para no meterse en problemas o porque ni se lo plantean.

Pero llegado el momento, cualquier momento “relacionado” con una situación corriente… puede producir, allá en lo más profundo de nuestro ser, atracción o repulsión, afecto o curiosidad, incomodidad o desasosiego, y a la inversa. La norma, la costumbre, el orden establecido, la rutina… a veces no pueden dejar de percibir una cierta descarga emocional, casi desapercibida y que instintivamente se rechaza o se borra o se avienta o te llega a estremecer de forma tan sutil que no te atreves ni a “registrarlo” conscientemente. Pero, llegada la ocasión, la oportunidad, la circunstancia, el momento emocional o establecido en el que te desenvuelves, por rutina y para no liártela… dejas pasar, pero deja una huella que… volverá a producirse y a ser contemplada por unos instantes o rechazada para no sufrir, pero sin darte cuenta de que esa “prevención” o alerta van siendo cada vez más reconocidos, o asumidos o soportados o rechazados con mayor o menor esfuerzo… ¿Y si…? ¿Y por qué vuelve…? Es mejor no pensar, ni angustiarse ni preocuparse, tú, a lo tuyo, estar a lo que estás… o a lo que se supone o está ¿“establecido”? o porque es lo ¿normal? … porque siempre se hizo así, o porque es mejor no complicarse.

Pero llegará el momento kairológico, no cronológico ni moral ni sospechado, en que caes en la cuenta, you realize que estaba ahí, que siempre o desde algún momento o experiencia o suceso o imagen vista en cine o leída o escuchada y no sólo oída, o vista “mil veces” pero no mirada ni relacionada con tus modos y hábitos… pero que estaba ahí, que alentaba o palpitaba en el rumor del aire o del olor o del tacto involuntario o del medio, o de una libre e insospechada asociación con algo que no recordabas que había sucedido. Como cuando tu madre te preguntó que qué hacía tu padrino con la cocinera mientras tu madrina estaba de viaje… y tú casi en la adolescencia o en la pre adolescencia, me he preocupado por indagar, recuerdas vivamente el color salmón de la faja de ballenas que se estaba anudando, en su cuarto, junto a una cortina que ahora podrías describir, y el ambiente y la temperatura y la luz cuando tú sin vacilar respondiste “jugábamos a caballitos con Manuela la cocinera”. “¿Tu padrino… (silencio cósmico…) también?” y tú sabías lo que ella quería que le respondieras y, en fracciones milmillonésimas de segundo, tú sentiste un dolor desconocido que brotaba del amor incondicional e inmenso que desde muy niño profesabas a tu padrino… que te cogía en brazos, que te montaba sobre sus hombros, que te enseñó a nadar entre risas y gritos en la orilla, que te hacía hueco para la siesta sobre una manta bajo los pinos de Samil… que te tenía embobado cuando te “ocultaba” bajo su gabardina para hacer que me colaba en el fútbol de Balaídos mientras yo escuchaba la socarrona y risueña voz del portero mientras rompía su entrada y le preguntaba “¿por dónde anda ese balandrán?”. “Pues a saber… con su madrina quizás…” y yo “veía” la sonrisa pícara bajo su bigote rubio de entonces y sus ojos verdes que motivó el apodo que nadie se atrevía a decir en su presencia “O roxo”, ¡El rojo!

Y en aquellos tiempos de la inmediata postguerra civil en aquella zona nacional de Galicia. Pero era por el color del pelo que era rubio, pero en los brazos y en el cuerpo algo dorado, áureo o pelirrojo. Mi padrino olía a lo que más tarde supe que era como brea o resina o “loción abrótano macho”. ¿Qué será esto, quizás el nombre de alguna loción para después del afeitado? A mí me encantaba sentarme sobre la tapa del wáter y contemplarlo mientras se afeitaba, después de la ducha, con una camiseta blanca de esas de entonces, con tirantes y de algodón… que mostraban su constitución atlética de antiguo jugador de fútbol,  de ahí el ritual de los domingos en la puerta del estadio estuviera quien estuviera controlando las entradas… Ah, y de jinete en los curros de Mougás “na rapa das bestas” sobre caballos que pasaban el año entero en los montes bajo el sol y la lluvia y a los que se aprovechaba en esas fiestas inolvidables para cortarles algunas crines o colas enmarañadas, o para marcar a los potrillos con alguna señal… no, no recuerdo olor a hierro ardiente sobre anca alguna… pero sí que tengo presentes los gritos de los mozos cuando le pasaban a cada bestia una especie de escoba impregnada en brea o en petróleo para eliminar garrapatas y otros bichos que les chupaban la sangre y que por esto, en esas partes, les era imposible ni arrancar con los dientes o con la cola o rozándose contra la corteza de los árboles… Vociferaban los mozos y jaleaban las mujeres de las aldeas que venían “para a rapa, para a festa, para asar as sardiñas nos fogos que habían prendido hasta facer ascuas en grandes agujeros de más de un metro de diámetro que hacían en la tierra para asar las sardinas, los chorizos o lo que fuera… y que se expandían por el aire en la cima de la montaña mientras los hombres bebían en cuncas los vinos de la tierra”.

A los niños nos daban gaseosa de Troncoso, con bolas verdes de cristal que cuando se rompían las botellas los niños nos disputábamos por ellas por ser tan escasitas como algunas de mármol para jugar a las bolas. Recuerdo ahora con viveza visual, nasal y hasta en la piel, a Álvaro Cunqueiro viniendo a donde estaban las señoras y los niños alejados del fuego, con una cunca de cierto vino de la tierra que ofrecía a mi madrina y detrás llegaba José María Castroviejo con su barba de todos los colores y tratando de mantener quieta y casi estable otra cunca de otro caldo que sostenía a viva voz que era mucho mejor que el de Cunqueiro y lo retaba a seguir… degustando estos elixires “propiamente de los dioses”.

Curros da Valga, de Mourás, de XX y de XX cantas lembranzas traédes que mollan os ollos de este vello que, daquela era un neno que pronto iría a entrar no instituto de Santa Irene de Vigo… pa facerse un home.

Vou deixar aquí as lembranzas porque afoganme na gorxa.

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