De vez en cuando necesitas robarle una hora al tiempo y salir corriendo con tu abrigo nuevo en busca de aire. Trazar espirales con tu mirada y gritar a los cuatro vientos que sigues ahí, viajar al centro del huracán con tu mejor sonrisa, esa sonrisa que nadie ha conseguido aún apagar del todo. El tiempo te ha enseñado que no se puede sucumbir a la nostalgia de algo que ya no existe y te entregas como una niña aplicada en busca de nuevos sueños a los que aferrarte.
Cuando tu vida se tiñe de gris mientras preparas oposiciones, la vida se detiene. Todos los días terminan por ser iguales: los lunes y los martes no se diferencian de los demás, de un jueves o de un viernes cualquiera. Echas de menos el cansino tic-tac del despertador que ya no suena más, casi tanto como de menos echas aquellos desayunos con los compañeros que tanto bien te hacían y que ya no son más que una lejana ausencia. Y lejanos los recuerdos, que empiezan ya a desdibujarse, la cama deshecha parece engullirte entre sus sábanas revueltas, sus arrugas se te clavan y te arañan y te abandonas sin querer sobre un montón de dudas extrañas y disparatadas: – ¡Despierta!: la vida es ahora distinta y tú lo sabes.
Ante las adversidades uno se crece, es lo que me repetía mi abuela con su gesto cansado, infatigable una vez y otra… y yo, ni caso. Tienes que aprender a seleccionar tus pensamientos como lo haces con la ropa que te vas a poner todos los días, decía… sólo así verás que es posible, que no todo es igual de importante… ya verás que de todo se sale y de todo se aprende. Las palabras de la abuela revolotean en la cabeza, pero tú, sigues dando vueltas y vueltas en una cama que se hace enorme, mientras el frío de fuera hiela las plantas y el sol entra silencioso y quebrado por las ventanas. No puedes pasarte los días llenando el vacío con latidos desbocados y recreándote en tu locura. Dicen que los fantasmas llegan con la oscuridad, y a veces es cierto, pero otras no, aparecen a plena luz del día: fantasmas que habitan en tu cabeza, ronroneando agazapados, al acecho, esperando un desliz para atacar sin piedad en este mundo torcido.
No sé qué tiene este Madrid loco que me vuelve frágil. Te obliga a detenerte, coger aire y respirar. Por eso buscas, sin darte cuenta, a alguien que te coja de la mano en esa huida interior, en esa huida con tu abrigo nuevo. Necesitas alguien que te ayude a soportar el peso de tantas dudas sobre tu espalda, que te ayude a confiar, a creer, a emocionarte, que se cuele en tus sueños. Necesitas una cerveza fría un viernes por la tarde tanto como necesitas convencerte a ti misma de que puedes atravesar el espejo como una Alicia en ningún país de las maravillas.
Recuerdas aquellas palabras de Kurt Cobain, “Hay un lugar donde no hay tierra, ni hay agua, donde no hay fuego ni aire… donde no hay límites, sólo espacios infinitos…”, mientras esperas que no, que aún no sea demasiado tarde.
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Foto: Kurt Cobain