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En busca de la verdad sobre 15 cadáveres a 523 kilómetros de Ceuta

 

Llevo clavada su mirada desde la noche del 17 de enero de ­­2011. No es la primera vez que escribo de él, pero es que la mirada serena de aquel chaval de 24 años se me metió muy dentro. Eran las diez de la noche cuando un telefonazo en la redacción del diario local de Ceuta en el que trabajaba nos hizo salir corriendo hacia el Puerto Deportivo porque Salvamento Marítimo había interceptado a un chico subsahariano que había cruzado la frontera del Tarajal a nado, con traje de neopreno, para llegar a Ceuta, para entrar en España. Se me quedó tan grabada no sólo por su templanza sino porque para mí, recién llegada a la ciudad autónoma como periodista, era mi primer encuentro con la inmigración; el primero de muchos, de tantos que no podía ni imaginar en aquel momento.

 

Aquel chico no nos quitaba los ojos de encima ni al fotógrafo, ni al guardia civil ni a mí. Era un par de años más joven que yo, pero yo me sentía mucho más pequeña que él. No fui consciente entonces, pero sí con el tiempo: en aquel momento todo lo preconcebido empezó a desmoronarse. Mis historias mentales de inmigrantes que llegaban a España, la tierra prometida, y que sufrían cuando el sueño se les deshacía al ser descubiertos por las fuerzas de seguridad. Fuerzas de seguridad que actuaban de aquella manera a la que a cada uno nos habían contado. Cuentos de largos viajes. Centros de Estancia Temporal de Inmigrantes que imaginaba sin saber en qué consistían. Vallas, cámaras, vigilancia, violencia, hipotermias, destino…

 

Pateras que a Ceuta no llegaban aunque yo me imaginara por entonces que ese era el único modo de cruzar el mar para un inmigrante. Pero en Ceuta ni hay pateras ni se salta, normalmente, la valla. Se llega en pequeñas embarcaciones, de juguete incluso; se llega a nado; se llega escondido en un vehículo. Por poner algunos ejemplos. Todo lo que había en mi mente no eran más que prejuicios, historias preconcebidas en torno a qué era y a cómo debía de ser (algo que yo creía saber entonces con rotundidad) la relación con la inmigración subsahariana, con cada uno de ellos. Los mismos prejuicios que he ido dejando en cada calle de Ceuta a medida que ha pasado el tiempo, a medida que la información pasaba de ser la de aquel chico de 24 años de mirada penetrante a convertirse en la de, por ejemplo, los más de 1.300 inmigrantes que llegaron a Ceuta a lo largo de todo aquel 2011, mi primer año en Ceuta. Y es mal asunto cuando para un periodista, tan amantes de cifras como somos, la inmigración se convierte en un dato. Pero esos mismos números y, sobre todo, esos mismos prejuicios son los que he escuchado, en repetidas ocasiones, en las últimas semanas.

 

Como periodista y como alguien que ha pasado los tres últimos años de su vida metida en una redacción y en las calles de Ceuta he seguido con atención, ya desde Madrid, la tragedia que dejó quince personas muertas en esa misma frontera que yo, como ciudadana española, crucé en numerosa ocasiones sin arriesgar vida ninguna. Sin embargo, cuando el editor de esta revista me propuso escribir sobre esta historia dudé. Es mucho más fácil escribir cuando pasas una semana en un lugar, analizando en el momento y de cerca la información, que cuando han sido tres años los que has vivido día a día esas historias.

 

“Escribir una historia sobre la verdad”. A veces somos tan vanidosos que nos creemos en posesión de la verdad. He leído notas oficiales; la denuncia interpuesta el 10 de febrero ante la Fiscalía General del Estado por más de una veintena de entidades; el resultado del informe de la ONG Human Rights Watch; las declaraciones del ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, y las que he hecho el delegado del Gobierno de Ceuta, Francisco Antonio González Pérez; he presenciado charlas de amigos –caballas y no caballas– sobre el tema; he hablado de ello con políticos, con guardia civiles y con amigos y conocidos en general…

 

De una u otra manera todos sostienen su verdad y ni siquiera es que una verdad sea más cierta que otras, sólo que son matizables, sólo que hay detalles que esos sí son verdad o mentira: hacia dónde estaban enfocadas las cámaras; qué material se utilizó para frenar la supuesta avalancha; cómo fue la actuación de las fuerzas de seguridad; cuántas personas intentaron cruzar el mar; cuántas lo lograron; cuántas murieron; qué tipo de mafias había detrás; qué se sabía, qué no…

 

Yo no voy a intentar aclarar estos aspectos. Lo siento, me queda grande, en conocimientos, en acceso a las fuentes, en tiempo. Pero es eso, precisamente, lo que piden entidades de ayuda humanitaria, y lo que pide la oposición al Gobierno: que los hechos no mueran en el mar como murieron estas personas, sino que se investigue. Durante estos tres años he visto cómo demasiadas cosas quedaban “pendientes para investigaciones” que nunca se completaban, cómo en España (y sobre todo en Ceuta) se crean comisiones que nunca dan resultados. Los periodistas sabemos que el mejor modo de olvidar una noticia es taparla con otra; que es probable que dentro de unos días nadie se acuerde de estos muertos, que nadie se acuerde de Ceuta.

 

Porque una de las cosas que más nos llama la atención a los peninsulares cuando nos vamos a vivir a Ceuta (y más aún si somos periodistas) es que lo que pasa en Ceuta pocas veces trasciende a la península. Ceuta es una gran olvidada. Ni sus dramas ni sus bellezas traspasan casi nunca los 14 kilómetros que la separan de la península. Este inicio de año, sin embargo, Ceuta ha llegado a todos los telediarios porque ha vivido un drama, y Ceuta ha llegado a las televisiones y a las redes sociales porque Telecinco ha fabricado una ficción (“¿A qué vienen tantas alarmas? Todos sabemos que es ficción”, escribía más de uno en Facebook estos días) ambientada en el barrio probablemente más problemático de la ciudad. Curiosamente, ficción y realidad se han unido estas semanas para traer Ceuta al primer plano, para hablar de una ciudad que pocos conocen y de la que muchos tienen formada una idea muy clara y preconcebida, una ciudad que visitan ministros con agendas muy apretadas que no suelen quedarse nunca a dormir allí; una ciudad donde todo el mundo se conoce, con lo que eso implica. 

 

 

Los hechos: 15 muertos

 

El jueves 6 de febrero de 2014, poco antes de las 8 de la mañana, la playa del Tarajal, la zona fronteriza entre Europa y Marruecos, se convierte en escenario de una tragedia que se lleva la vida de 15 personas que mueren por ahogamiento. Los diarios, digitales principalmente, lanzan apuntes de que al menos nueve personas de origen subsahariano han fallecido al entrar en Ceuta. Fuentes de la Delegación del Gobierno no descartan que la cifra vaya en aumento.

 

En aquellas primeras informaciones se contaba que el número de inmigrantes que había intentado acceder a Ceuta en esa avalancha era de 400. Los medios de comunicación comenzaron a recoger testimonios de algunos implicados, de personas cercanas, de políticos, de “fuentes” varias combinadas con respuestas “oficiales”. Las fuerzas de seguridad que habían intervenido para frenar el intento de avalancha comenzaron a ser blanco de críticas y dudas. Las fuentes oficiales dieron informaciones contradictorias. Los elementos antidisturbios utilizados para frenar el intento de entrada se convirtieron en uno de los aspectos clave. De decir –por parte de la Delegación del Gobierno, según recogieron varios medios– que las fuerzas de seguridad no habían intervenido se pasó a que el Gobierno central reconociera los hechos. El director general de la Guardia Civil, Arsenio Fernández de Mesa, visitó Ceuta una semana después de la tragedia para “apoyar” a la Guardia Civil local. Días antes, los partidos de la oposición, Izquierda Unida (sin presencia directa en Ceuta) y el Partido Socialista (segundo partido de la oposición) pidieron dimisiones. El portavoz de IU en la Comisión de Interior reclamó durante la comparecencia del ministro en el Congreso que se creara una comisión parlamentaria de investigación “para delimitar las responsabilidades políticas” en la gestión de lo ocurrido. El diputado y portavoz parlamentario de Izquierda Unida en la Comisión de Interior, Ricardo Sixto, reclamó el día 13 el “cese inmediato” del director de la Guardia Civil, Arsenio Fernández de Mesa, el mismo que se encontraba visitando Ceuta.

 

Por su parte, el secretario general del PSOE de Ceuta, José Antonio Carracao, pidió también que se efectuara una investigación. Considera “imprescindible” abrir una investigación que “aclare los hechos y que determine el grado de coordinación entre España y Marruecos en la reacción al intento de entrada en territorio nacional del grupo de inmigrantes, la proporcionalidad de los medios de contención utilizados y el respeto a los derechos humanos”.

 

“El problema humano es la cara más dura de la problemática de la inmigración pero también existe la parte de la necesidad de preservar la seguridad en el paso fronterizo, por lo que en este sentido coincidimos, porque lo hemos pedido, la necesidad del incremento de efectivos y la necesaria inversión para la prolongación del espigón como medida disuasoria que evite el intento de entrada por esa zona y por lo tanto el riesgo para la vida de los inmigrantes que esto supone”, manifestó Carracao el día 9. El día 13, el ministro comparecía para anunciar la prolongación del espigón de El Tarajal y “reforzar la seguridad de esta frontera frente a la creciente presión migratoria”.

 

La cifra de personas muertas, por entonces, ya había ascendido. Finalmente eran 15 cuerpos los que se encontraron en el mar y en la playa; 15, los muertos de Ceuta.

 

Finalmente el ministro de Interior compareció el día 13 e informó así de los hechos: 

—A las 05:45 horas del pasado día 6 de febrero, un equipo de vigilancia del perímetro fronterizo, con cámaras térmicas, detectó, en los montes próximos al vallado, la presencia de 200 inmigrantes acercándose al mismo. Esta circunstancia fue comunicada al Centro de Operaciones Complejas (COC), que alertó a las diferentes unidades operativas de la Guardia Civil, así como a las autoridades marroquíes. Asimismo, se informó al Cuerpo Nacional de Policía y a la Policía Local de Ceuta, por si fuera necesario su apoyo.

 

—Sobre las 07:30 horas se puso de manifiesto que el grupo de inmigrantes, de no ser interceptados, llegaría al vallado fronterizo en la zona de obras próxima a la aduana de El Tarajal y del puente del Biutz. Por ello, se desplegó el Módulo de Intervención Rápida de la Guardia Civil, especializado en el control de masas e impermeabilización de la frontera.

 

—A las 07:35 horas, la zona de obras fue finalmente alcanzada por los inmigrantes. Al constatar la imposibilidad de acceder a España por ese lugar, los inmigrantes emprendieron en grupo compacto una carrera en dirección al extremo del perímetro fronterizo (zona en la que se ubica la aduana de El Tarajal y la playa del mismo nombre). Durante su desplazamiento se pudo observar cómo un pequeño número de ellos portaba unos objetos para utilizar supuestamente como salvavidas. Ante esta situación, efectivos de la Guardia Civil se desplazaron hacia la zona de la aduana de El Tarajal y la playa colindante. En ese momento se pudo observar que el grupo de inmigrantes mostraba una inusitada actitud violenta, agrediendo continuamente con palos y piedras al personal del Ejército marroquí que trataba de contenerlos.

 

—Sobre las 07:38 horas, los inmigrantes llegaron a la playa de El Tarajal, donde se encontraron con un nutrido grupo de militares marroquíes, que impidió que se introdujeran en el interior de la aduana (permaneció cerrada en su parte española, entre las 07:55 y las 8:24 horas, ante la posibilidad de entrada a través de la misma) y los mantuvo en la zona de la playa.

 

“Ante la llegada de los inmigrantes a la playa, la Guardia Civil delimitó un área con medios antidisturbios y, para frenar su avance, se lanzaron medios para delimitar la traza fronteriza en el mar. (…) Todos los lanzamientos se hicieron desde tierra, con una distancia superior a 25 metros, y la zona de impacto siempre correspondió a aguas españolas. (…) El lanzamiento de esos medios de dotación fue acorde a los principios de congruencia, oportunidad y proporcionalidad”, arguye el día 13 el Ministerio del Interior en un comunicado oficial. Un total de 23 inmigrantes lograron llegar a Ceuta y sobrevivir. Un total de 15 murieron.

 

Mientras estas consideraciones se suceden, entra en juego otro elemento: el vídeo, las supuestas cámaras de seguridad. La Guardia Civil –recogen diversos medios– anuncia primero que no hay cámaras y que, por lo tanto, no se pueden consultar imágenes; la Delegación del Gobierno lo contradice; la Guardia Civil se suma a ello pero sin haberlas visto; La Sexta emite un vídeo, supuestamente grabado desde el centro de salud del Tarajal, en el que se ve a varios inmigrantes llegando a la playa. También la agencia Atlas difunde un vídeo en el que se oyen disparos. Mientras, Bruselas se suma y pide a España que aclare lo sucedido. 

 

Días antes, el 10 de febrero, en la Fiscalía General del Estado, una veintena de entidades presentan una denuncia conjunta al respecto y se suman a la exigencia de esta investigación. “Intentaban acceder a la playa del Tarajal aprovechando la marea baja provistos de flotadores neumáticos, chalecos salvavidas y rudimentarios chalecos hechos con botellas de agua para evitar el hundimiento”, reflejan en la denuncia. Recogen testimonios en primera persona en los que se habla de agresiones, de auxilios negados; aluden a la Guardia Civil y a la Gendarmería marroquí. Hablan de rezos a pie de playa. También comparan cómo se están sucediendo en cada caso las repatriaciones de cadáveres o los tratamientos en centros sanitarios de Marruecos. Aluden a Helena Maleno Garzón, investigadora del Colectivo Caminando Fronteras, que se entrevistó con personas involucradas en los hechos. De dicha investigación se recogen también denuncias. “Los testimonios de los supervivientes atribuyen la autoría de los disparos a las Fuerzas de Seguridad del Estado, realizadas desde la playa, el espigón de piedras que hace las veces de frontera natural y embarcaciones del estado”, recogen. Mientras, el delegado del Gobierno utiliza su Facebook para defender a la Guardia Civil ante lo que él considera “críticas desmedidas y tendenciosas”.

 

Ese mismo día, la ONG Human Rights Watch dio a conocer un informe bajo el título Abusados y expulsados. Maltrato de migrantes del África subsahariana en Marruecos. En él analizaban hechos sucedidos en casos en que las fuerzas de seguridad tenían bajo su custodia a migrantes subsaharianos que habían fracasado en su intento por llegar al enclave de Melilla o,  antes de septiembre de 2013, cuando estas fuerzas organizaban redadas sin respeto al debido proceso para luego expulsarlos a Argelia. “Sin embargo, investigaciones realizadas a fines de enero y comienzos de febrero de 2014 en Oujda, Nador y Rabat indican que miembros de las fuerzas de seguridad marroquíes aún continúan empleando la violencia contra migrantes expulsados de Melilla”, señalaban.

 

“La nueva política de Marruecos en materia de migración y asilo se desarrolló a partir de recomendaciones formuladas por el Consejo Nacional de Derechos Humanos (CNDH), que fueron avaladas por el rey Mohammed VI. Las reformas incluyen el otorgamiento de residencia legal a migrantes a quienes el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) haya reconocido como refugiados. Una vez completado el trámite ante la Oficina Nacional para los Refugiados y las Personas Apátridas, que comenzó a funcionar de nuevo recientemente, los refugiados reciben tarjetas de residencia que los habilitan a trabajar y recibir otros beneficios sociales”, indica el informe. Un texto que se elaboró sobre la base a entrevistas realizadas a 67 migrantes subsaharianos en las ciudades de Oujda y Nador y en zonas próximas, durante noviembre y diciembre de 2012, así como entrevistas a funcionarios, agencias internacionales y organizaciones no gubernamentales.

 

“Si bien Human Rights Watch reconoce aspectos positivos en la nueva política sobre migración de Marruecos, considera preocupantes las nuevas denuncias de violencia policial contra migrantes cerca de la frontera con Melilla. Como parte de sus reformas, el Gobierno marroquí debería asegurar que las fuerzas de seguridad se abstengan del uso excesivo de la fuerza contra migrantes y respeten las garantías de debido proceso de cada migrante que esté bajo su custodia”, apostillan. Human Rights Watch evaluó “el trato que reciben los migrantes en Marruecos en relación con el objetivo anunciado por la Unión Europea de controlar sus fronteras con la colaboración de terceros países con los que limitan”. “Marruecos debe establecer procedimientos rigurosos que garanticen el respeto de los derechos de debido proceso de los migrantes y les permitan solicitar asilo”, destacaban en el informe.

 

En otros ámbitos, como en la red, ha habido protestas y reivindicaciones desde el 6 de febrero. El día 20 se convocó una manifestación en la Plaza de los Reyes, donde tiene su sede la Delegación del Gobierno. Un movimiento social formado –según ellos se definen– por “ciudadanos comprometidos con el cambio hacia una sociedad más inclusiva, solidaria y justa” y que se hacen llamar ‘Pedagogía ciudadana’ están detrás de las concentraciones. Amnistía Internacional se suma y también pide una “investigación independiente” de las muertes de inmigrantes en Ceuta.

 

Estos son los hechos, la verdad que he logrado recopilar leyendo informaciones publicadas en medios de diferente formato y color político, y en conversaciones y alegatos, presenciales y virtuales, de ceutíes y peninsulares. Mientras todo esto ocurre, los muros de muchos amigos ceutíes se llenan de videos promocionales defendiendo lo bonita que es Ceuta. Políticos, contrarios al Gobierno, que giraron la cabeza hace meses cuando vieron fotografías que reflejaban atentados contra los derechos humanos de los inmigrantes, se suman ahora a la marcha popular y exigen investigaciones y cabezas (de sus contrarios) en bandeja; políticos, afines al Gobierno, también se aprovechan del clamor popular de sus fieles para decir lo que no se atrevieron a pronunciar en público; periodistas que –queriendo ser más políticos que periodistas– se suben al carro del sensacionalismo y sacan a la luz “testimonios” cuya veracidad no tiene fácil confirmación; fuerzas de seguridad que mienten o que dicen la verdad o que ven peligrar sus trabajos o que han visto peligrar la vida de los otros, o que no; ONG, entidades no lucrativas y organismos de variada índole que abanderan los derechos humanos y su presencia en Ceuta, ahora más mediática que nunca, cuando no han cruzado el Estrecho ni una sola vez en los últimos años; público que cree tener en sus bolsillos la respuesta exacta. “Quien no conoce la frontera se hace enseguida una idea firme de lo que hay que hacer allí”, me dijo una periodista hace unos días. Y están ellos, 15 personas de entre 20 y 30 años, sin nombre, sin futuro, sin vida y sin explicaciones.

 

Mi amiga Cristina, con la que comparto miedos y sueños desde que teníamos nueve años (y ya vamos para treinta) se ha ido a vivir a Latinoamérica. Ella es de Huelva, estudió Psicología, después hizo un máster y luego una especialización en autismo. Pero apenas encontraba trabajo en España. Así que hace cuatro meses cruzó el mar (en avión, no a nado con traje de neopreno) y se fue a vivir a Bolivia, en busca –también ella– de la tierra prometida. Hace unos días me escribía diciéndome que dudaba si había hecho bien marchándose. “¿Por qué nos ha tocado vivir esta situación?”, me preguntaba alegando que la vida con la que nos hemos encontrado al crecer no es como la que nos habían contado nuestros padres cuando éramos niñas. Es cierto. Crecimos en una relativa seguridad de familias de clase media que hacían muchos esfuerzos por llegar a fin de mes, pero llegaban y nos sentíamos protegidos. Había trabajo y nos enseñaron que si estudiábamos (en nuestras escuelas y universidades públicas) seríamos felices porque tendríamos trabajo y, en consecuencia, dignidad e independencia. Pero no fue así. Nos graduamos y tuvimos que emigrar para encontrar esa dignidad que al final, ni siquiera sabíamos si estaba o no en el trabajo. Se me pasa por la imaginación que mi amiga, al llegar a Bolivia en busca de ese mundo mejor que aquí no encuentra, se hubiera dado de bruces con una valla de seis metros como la de Ceuta y que la hubieran recibido con pelotas de goma, y que hubiera muerto.

 

 

 

 

Patricia Gardeu es periodista. En FronteraD ha publicado Palabras para cruzar la frontera, Ceuta, puerta de EuropaEl calidoscopio de Ceuta, Tienes madera de artista y, con Cristina Durán, Tío Alberto, el hombre que creó una ciudad para niños. Este es su blog

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