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En defensa de la Tierra

Desde hace cuatro décadas en la mayoría de los países del mundo se crearon numerosas organizaciones medioambientales y animalistas con la intención de paliar y reducir lo que el progreso de la sociedad humana estaba originando en la destrucción de nuestro medio natural y la extinción de especies cada vez con mayor velocidad.

Por aquel entonces todos estos grupos que levantaron su voz en defensa de la biodiversidad de nuestros ecosistemas y en la protección animal fueron denominados por los gobiernos y una gran mayoría de la sociedad como movimientos hippies que querían destruir el progreso alcanzado por la humanidad y les tachaban de antisociales, de movimientos radicales comunistas, de querer ir contra el bienestar de los ciudadanos, de exigir volver de nuevo a las cavernas. Pero todas estas críticas eran infundadas y correspondían a una campaña organizada por los estados de medio mundo, ya que las acciones activistas de protesta pacífica las consideraban un estorbo para sus políticas destructivas contra el medio ambiente, llegando incluso a ser consideradas algunas de estas organizaciones como eco-terroristas.

Los informes que elevaban tras sus acciones de protesta los grupos de acción civil informaban siempre del grave peligro que corría la humanidad si se seguía de forma continuada con el uso de los recursos naturales sin ningún tipo de control. Estas denuncias públicas eran totalmente ignoradas por los políticos mientras la comunidad científica callaba y se mantenía en silencio y la sociedad miraba hacia otro lado.

Lo que antes era solo parrafadas de melenudos y anti-sistema hoy es una realidad tratada y denunciada a nivel mundial, donde ya sí los científicos están dando la cara y los ciudadanos dejan de esconder la cabeza. Pero aún queda mucho camino. Los políticos siguen sin tomar decisiones manejados por las multinacionales y los defensores del medio ambiente están siendo en muchos lugares perseguidos y asesinados. Siguen molestando a los depredadores de los recursos básicos de la Tierra y el tiro en la nuca es a lo que a menudo se recurre en numerosos países donde defender el medio ambiente es comprar el 80% de tu propio ataúd. Paramilitares, multinacionales, gobiernos… siguen expulsando a los pueblos indígenas de sus tierras y no les importa recurrir a la violación de los derechos humanos y a crímenes de lesa humanidad. Por otro lado, el movimiento ecologista y animalista activo en los países llamados “civilizados” o pertenecientes a los G-7, G-8, G-12, o como quieran llamarse, siguen sin ser vistos con buenos ojos, porque son sinónimo de problemas y reivindicaciones, de moscardones que molestan a los políticos sin que muchas veces quieran comprender la importancia de sus llamadas de atención.

Según datos de Global Forest Watch en su informe presentado en Oslo el planeta ha perdido 15,8 millones de hectáreas de bosque tropical sólo en el 2017, el doble del tamaño de Andalucía. Es como si se hubieran perdido 40 campos de fútbol cada minuto durante 12 meses. Este estremecedor dato viene lógicamente acompañado de numerosos daños colaterales que experimentan poblaciones locales e indígenas, así como un agravamiento del cambio climático. Numerosos científicos advierten de que la destrucción de los bosques tropicales afecta de forma directa a los vientos planetarios que naciendo desde el ecuador donde se encuentran los principales pulmones del planeta provocan cambios en la temperatura del mar que como efecto dominó altera el clima mundial provocando situaciones devastadoras en distintas partes del mundo. Se da mucha importancia al CO2 en las cumbres mundiales porque son objeto de comercio por su compra-venta entre países, y sin embargo el papel de los bosques es el factor más importante en la lucha contra el cambio climático. Detener la deforestación a escala mundial y restaurar los bosques eliminaría 7.000 millones de toneladas métricas de carbono al año, que es el equivalente de neutralizar los efectos de 1.500 millones de automóviles, más que todos los que existen hoy en el mundo. Además, el mismo informe señala que proteger, restaurar y administrar árboles podría contribuir a evitar los peores impactos del cambio climático. Pero los bosques del mundo, especialmente los de América Latina, el sudeste de Asia y África Central, están cada vez más amenazados por la producción en constante expansión de soja, ganado, monocultivos de palma de aceite y productos de madera.

Carlos Nobre, uno de los mayores expertos en clima del mundo, dice que estamos ya fuera de tiempo, que existen signos preocupantes de que los trópicos no van a continuar comportándose como hasta ahora, recogiendo tanto carbono de la atmósfera. Anuncia que no podemos actuar despacio, necesitamos cambios inmediatos y no tenemos ni 30 ni 50 años para hacerlo. Esto es urgente. Sin embargo, a pesar de ello, los políticos siguen en su boina particular ajenos a la realidad y viviendo su mundo de intereses para no perder los sillones que tanto aprecian y tanto beneficios y privilegios les da.

Mientras, la represión contra los que luchan por defender nuestro medio ambiente y por una Tierra donde sus ecosistemas no sean destruidos continúa de manera brutal y criminal.

Según la revista Nature Sustainability, las poblaciones indígenas gestionan la cuarta parte del planeta, 38 millones de kilómetros cuadrados, 87 países. Sus territorios se superponen en un 40% de todas las áreas protegidas. Un 28,9% directamente son manejados por estos pueblos, verdaderos guardianes del bosque. Dos terceras partes de estas tierras indígenas están catalogadas como “esencialmente naturales” o “relativamente intactas a nivel ecológico”. Pero estos datos que podrían ser beneficiosos no sólo para ellos localmente, sino para toda la humanidad, nuevamente se encuentra en peligro por la deforestación, expulsión de pueblos indígenas de sus tierras, asesinatos y represión, violaciones de los derechos humanos y un sinfín de atropellos que están poniendo en jaque a muchos pueblos que han convivido con sus bosques.

El movimiento animalista está abriéndose paso en las sociedades actuales y muchos comportamientos a base de denuncias y acciones para concienciar a la ciudadanía. Está dando sus frutos y ya se perfilan leyes de protección animal. De forma continuada los medios de comunicación no dejan de difundir imágenes de animales para propiciar la empatía hacia otras especies. Los seres vivos no humanos no son meros objetos, sino vidas únicas con sentimientos que nos hacen muchas veces llorar y amarlos con el mismo cariño que ellos nos proporcionan. Incluso en sedes judiciales están despertando y tomando conciencia a la hora de la defensa de los animales, dictando sentencias insólitas, como cuando en Argentina una chimpancé llamada Cecilia fue declarada “persona no humana con derechos” y aceptando un hábeas corpus que la ha sacado del zoológico de Mendoza donde se encontraba en pésimas condiciones. Fue trasladada a un santuario de chimpancés del Proyecto Gran Simio en Brasil. Noticias como ésta nos hace abrigar grandes esperanzas. Pero no debemos bajar la guardia y luchar con nuestra voz de forma pacífica por el bienestar de todos los seres.

En un informe de la FAO publicado en el mes de julio de este año se nos advierte igualmente de que el cambio climático amenaza con transformar los ecosistemas marinos y los de agua dulce, con el grave peligro que ello conlleva por ser el mar una de las fuentes principales de alimentación y el agua un elemento indispensable para la vida. Su alteración está poniendo en peligro la subsistencia de millones entre los más desfavorecidos del planeta. Pero como rebote acabará afectará a todos los países de la Tierra. La situación es muy grave y los peligros son muchos. No podemos guardar silencio. Los responsables de evitarlo han de ponerse manos a la obra de inmediato para atajar lo que se nos viene encima. Por desgracia para todos existen grandes intereses económicos, políticos y empresariales, además de estatales, que buscan por encima de todo el beneficio y cierran los ojos ante la evidencia de su coste para toda la humanidad. Por eso todos los pueblos deben unirse en un frente común que aborde el principal problema del mundo: el cambio climático y el asesinato de cientos de defensores del planeta.

El planeta lanza voces de alarma. Pero no seamos ingenuos. No nos necesita. Si el hombre dejara de existir el planeta seguiría evolucionando y otras formas de vida ocuparían nuestro lugar.

Hasta tal punto es grave la situación que en el 2015, el Papa Francisco, en su encíclica Laudato Si, ha exigido a los gobernantes que escuchen “el grito de la tierra” y respeten la naturaleza. Los miembros de la Iglesia, obispos incluidos, ya no pueden ver como lo hicieron hace décadas a los ecologistas y defensores de la naturaleza como gentes en “pecado”. Al contrario, el Papa ha advertido a los católicos que maltratar la tierra es un pecado y propone al público en general un cambio de vida de acorde con la naturaleza, además de hacer hincapié y añadir “el cuidado de la casa común” a las obras de misericordia tradicionales (visitar al enfermo, dar de comer al hambriento), ya que cuando se maltrata a la naturaleza se maltrata también a los seres humanos.

Este llamamiento a de católicos debería ser el comienzo de una revolución ecológica que obligue a gobiernos y multinacionales a cambiar sus planes y negocios, a levantar los muros de una nueva sociedad empeñada en el respeto a la vida en todas sus formas y en la conservación de todos nuestros ecosistemas: una gran burbuja que abarque la sostenibilidad mundial, el verdadero progreso, aire limpio y profundo respeto hacia a la naturaleza y todos los seres vivos, incluidos por supuesto los no humanos. Pero sigue habiendo demasiados católicos con los oídos taponados y una buena parte de la Iglesia ha ignorado este llamamiento de Roma. Seguramente muy pocos católicos han leído el Laudato Si sobre el cuidado de la casa común, una encíclica que no tiene desperdicio. Un llamamiento que seguramente no ha convenido airear desde loss púlpitos por temor a herir la sensibilidad de los feligreses. Tampoco se ha convertido en una prioridad para la mayoría de los obispados.

Entre otras cosas se hace un reconocimiento de los defensores medioambientales: “Deseo reconocer, alentar y dar las gracias a todos los que, en los más variados sectores de la actividad humana, están trabajando para garantizar la protección de la casa que compartimos. Merecen una gratitud especial quienes luchan con vigor para resolver las conciencias dramáticas de la degradación ambiental… el movimiento ecológico mundial ya ha recorrido un largo y rico camino, y ha generado numerosas agrupaciones ciudadanas que ayudaron a la concienciación”. Esta frase sacada del Laudato Si habla a todos en general, católicos y no católicos, sin distinción, unidos por un mismo bien común. Lo nunca escuchado en palabras salidas de un Papa que ha comprendido, más allá de la religión, que debemos conservar nuestra Tierra para beneficio mutuo. En otro de sus apartados nos dice: “Es loable la tarea de organismos internacionales y organizaciones de la sociedad civil que sensibilizan a las poblaciones y cooperan críticamente, también utilizando legítimos mecanismos de presión, para que cada gobierno cumpla con su propio e indelegable deber de preservar el ambiente y los recursos naturales de su país, sin venderse a intereses espurios locales o internacionales…”.

Pero no se queda ahí. “El movimiento ecologista mundial ha recorrido ya un largo, enriquecido por el esfuerzo de muchas organizaciones de la sociedad civil. No sería posible aquí mencionarlas a todas ni recorrer la historia de sus aportaciones. Pero, gracias a tanta entrega, las cuestiones ambientales están cada vez más presentes en la agenda pública y se han convertido en una invitación constante a pensar a largo plazo”. Palabras que se agradecen y que nunca ningún gobierno del mundo ha dirigido estas mismas o parecidas palabras a las asociaciones civiles. Al contrario, siempre han estado contra ellas buscando el modo de silenciar las Voces de la Tierra.

Como remate final el Laudato Si hace este llamamiento: “Dado que el derecho a veces se muestra insuficiente debido a la corrupción, se requiere una decisión política presionada por la población. La sociedad, a través de organismos no gubernamentales y asociaciones intermedias, debe obligar a los gobiernos a desarrollar normativas, procedimientos y controles más rigurosos. Si los ciudadanos no controlan el poder político (nacional, regional y municipal), tampoco es posible un control de los daños ambientales”. Impresionante llamamiento en defensa de una realidad actual.

Respecto a los seres vivos, el papa Francisco sostiene que “también sería equivocado pensar que los demás seres vivos deban ser considerados como meros objetos sometidos a la arbitraria dominación humana… El corazón es uno solo, y la misma miseria que lleva a maltratar a un animal no tarda en manifestarse en la relación con las demás personas. Todo ensañamiento con cualquier criatura, es contrario a la dignidad humana”.

Ya no estamos hablando de fe, de religiones… sino del sentido común que aún no ha penetrado en la mayoría de los políticos. Por eso debemos seguir en esta línea, aunque ya estamos viendo y sufriendo las consecuencias del desastre ambiental.

Ante todo lo relatado, no es de extrañar que Naciones Unidas, en marzo de este año, haya lanzado en Ginebra una iniciativa para hacer frente a las amenazas, la intimidación, el acoso y el continuo asesinato de defensores del medio ambiente en el mundo. En 2017 cuatro personas han sido asesinadas cada semana por defender su derecho a un medio ambiente limpio y saludable. Entre 2002 y 2013, 908 personas murieron defendiendo el medio ambiente en 35 países, sin contar con los cientos que han pasado inadvertidas o la vulneración de derechos humanos (violaciones, mutilaciones, expulsión de sus tierras, esclavitud…) de miles de personas. Por todo ello, este organismo, insta a todos los gobiernos a dar prioridad a la protección de los defensores del medio ambiente en todo el mundo y a llevar ante la justicia de forma rápida y definitiva a los que atacan o amenazan a los defensores. El problema de esta buena voluntad es que en muchas ocasiones es el propio gobierno quien realiza o consiente las amenazas y muertes a los guardianes del planeta.

En su informe, Erik Solheim, director ejecutivo del Programa de Naciones Unidas para el Ambiente (UNEP), defiende que “los defensores son héroes que luchan por proteger el planeta y sus habitantes, pero la triste realidad es que muchos de ellos están pagando un alto precio con su seguridad y a veces con sus vidas. Es nuestro deber apoyar a aquellos que están en el lado correcto de la historia, eso significa defender el más fundamental y universal de todos los derechos humanos, que es la vida”.

El Alto Comisionado de la Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Zeid Ra´ad Al Hussein, ha declarado que “los Estados tienen la responsabilidad de prevenir y castigar los abusos cometidos por las empresas dentro de sus territorios y las empresas tienen la obligación de respetar los derechos humanos de los demás”.

Existe una tendencia preocupante a intentar algunos países limitar las actividades de las organizaciones no gubernamentales. Es de temer que este llamamiento quede hundido o escondido en los miles de informes que nunca son leídos por los responsables que tienen que poner en práctica las medidas para garantizar la vida del mundo global ante el cambio climático. Al igual que la Laudato Si, que ha quedado sumido en la oscuridad en el silencio.

Los que llevamos muchos años en la lucha por un medio ambiente sostenible, de unos ecosistemas protegidos, en la defensa de los animales, en una protección integral de todo lo vivo, tenemos que seguir avanzando sin desmayo, trabajando en la educación, consiguiendo avances a nivel judicial en la defensa de los no humanos, continuar denunciando y exigiendo a nuestros responsables políticos, únicos responsables del cambio climático, que tomen un nuevo rumbo en defensa de la vida en todas sus manifestaciones.

Lamark, un gran naturalista francés del siglo XIX, amigo de Darwin y precursor de la Teoría de la Evolución, hace casi dos siglos, escribía: “Por su egoísmo, el hombre parece empeñado en acabar con sus medios de conservación e incluso en destruir a su propia especie. Ha logrado que vastas regiones del globo sean ahora pobres y estériles, inhabitables y desiertas. Descuidando los consejos de la experiencia y entregado a sus pasiones, vive constantemente en guerra con sus semejantes, y en cualquier paraje los destruye… Diríase que el hombre está destinado a exterminarse después de haber vuelto inhabitable la misma Tierra”.

Sólo espero que estas palabras que son reales, al dirigirnos precisamente hacia una hecatombe sin precedentes, podamos parar a tiempo la profecía de Lamark. La razón, la unidad, la empatía hacia los que no tienen voz sea animal o persona y la coherencia, sean suficiente para frenar  esta loca carrera contra los recursos de la Tierra y podamos reinventar nuestra sociedad con dignidad, abrazando lo vivo, protegiendo nuestros ecosistemas naturales que son el termómetro de nuestra única casa, respetando a los pueblos indígenas sabedores de la sabiduría ancestral y del contacto natural con la naturaleza, conservando y protegiendo los bosques tropicales que son los pulmones y el motor de nuestro planeta.

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