Dicen que lo difícil no es perder sino escoger el momento de la pérdida.
Porque todos perdemos cosas. Paraguas. Auriculares. Las llaves del trastero. La tarjeta de metro. El boli que te has llevado del despacho. Un mechero. La funda de las gafas. El punto de libro.
También se pierden otro tipo de cosas como la vergüenza. El miedo. La ilusión. La inocencia. La memoria.
Perdemos el tiempo. El sentido.
En otro orden de cosas, también perdemos a personas. Los abuelos. La madre. El padre. El amigo. La novia. El marido. El hijo.
Hay pérdidas que se agradecen –el miedo– y pérdidas que hacen la vida más delgada y angulosa. Más difícil de llevar.
Se dicen todo tipo de tonterías cuando se pierden las cosas. Ya lo encontrarás –el paraguas–; ya la recobrarás –la ilusión–; te acompaño en el sentimiento –los abuelos–, hay más peces en el mar –la novia–; te mereces algo mejor –el marido–.
Es bien sabido que a veces no hay nada que decir; hay pérdidas que no tienen vuelta atrás. Sin embargo, ayer, hablando con una amiga, me dio una buena frase: “Siempre habremos hecho un trozo de camino juntos”. Sé que no sirve para el paraguas ni para los abuelos. Pero es una pequeña variación –un poco menos superficial– de la idea de que hay más peces en el mar.
Saber perder es importante, ya lo decía David Trueba.
La de mi amiga me pareció una frase sincera. Una versión más amplia de aquel Siempre nos quedará París pero un poco menos trillada. Me la apunto: siempre habremos hecho ese trocito del camino juntos, aunque ya no sigamos haciéndolo más.