
Nota bene.- Cuando Maria, la primera esposa de Aldous Huxley, el autor de la celebérrima novela Un mundo feliz, se estaba muriendo, él le susurró al oído El Libro tibetano de los muertos. Y cuando él agonizaba, y expiró, su nueva mujer, Laura, le recitó el mismo libro. Según la creencia del budismo tántrico del Tíbet, El libro tibetano de los muertos es, fundamentalmente –según explican sus introductores- “un manual de instrucciones escatológicas que se leen quedamente a oídos del moribundo, primero, y del muerto, después, el cual logra percibirlas a través de una forma de conciencia sutil que –según el esoterismo tibetano- sobrevive a la conciencia empírica y a la muerte física. El objeto de transmitir al difunto dichas indicaciones, redactadas con gran fuerza dramática, es el orientarlo y exhortarlo para que logre liberarse de las tribulaciones a las que su ‘yo’ metafísico (en sentido literal) se ve inexorablemente sometido, a causa de su karma personal, durante el llamado ‘espacio intermedio’. Este intervalo es el espacio de tiempo que se inicia con la agonía que antecede a la muerte y concluye fatalmente, si mientras tanto no se consigue la iluminación, cuando se asume una nueva forma de vida en el ciclo de las existencias samsáricas, que son el domino del dolor en todas sus formas. El intervalo de tiempo que recibe el nombre global de ‘estado intermedio’ comprende tres fases consecutivas: 1) la fase del deceso, en la que se comienza a experimentar las visiones del más allá, se inicia cuando se presentan los primeros síntomas de la muerte física y concluye al producirse el tránsito definitivo; 2) la fase o estadio de la realidad absoluta, que adviene en cuanto se produce la muerte física y fluye hasta alcanzar el 3) estadio del devenir, cuando el difunto se encamina hacia un nuevo nacimiento del ciclo samsárico.”
Yo quiero que en mis últimos momentos
tus pasos hollen el dichoso suelo
que, fértil, se estatuya en nuestro anhelo.
Tus pasos entre azares suculentos.
Así, mi amor, tus dulces aspavientos
revivirán en mí el mayor consuelo,
compensando ese múltiple flagelo
que padecí en inútiles intentos.
En esos prólogos de la mi muerte,
queriendo que sea plena la mi suerte,
osa, mi amor, a usar literatura
para que yo fallezca con ventura.
Susúrrame, junto a mis miembros yertos,
El Libro Tibetano de los Muertos.
(Memorizado en el viaje en coche
desde Alameda de Cervera a Cuenca
el 25 de marzo de 2025)