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En el pasillo francés

 

Estábamos en estado de alarma. Lo decía un gran titular del diario on line de PedroJota en la pantalla de mi PC. Me asusté mogollón y como estaba sola decidí ir a compartir mis miedos con el prójimo y no se me ocurrió mejor idea que ir a un club swinger. Allí, lo que se dice hablar no se habla mucho. Pero follar sí. Lo que más me gusta de los clubs swingers es el pasillo francés: esas celosías con sus agujeros de distinto tamaño por donde los chicos introducen sus penes erectos y las chicas (o chicos) se los comen desde el otro lado. Me parece hasta poético fíjate: una ristra de pollas puestas a modo de perchero. Lo que pasa es que en el club swinger se ve poco y yo que soy muy miope, me voy dando de trompicones con las paredes. Se ve que lo hacen por preservar la identidad de los asistentes o quizás por darle un aire romántico al tema, pero se gastan poco en iluminación. Los hay que tampoco gastan mucho en decoración: unos divanes recubiertos de plástico, a modo de camas, que cuando te sientas te quedas pegado, no se sabe si en el sudor del que se sentó anteriormente o en otros fluidos más íntimos. Mejor no pensarlo. Unas cortinas cutres que dan paso a la pista de baile o zona de tocamientos.

Muchos de los clubs de intercambio de la capital madrileña están alrededor de la calle O’donell, tampoco sé el por qué de esta concentración de antros de perdición en esta zona. La otra noche era velada dedicada a parejas, pero la primera vez que acudí a uno fue cuando se celebraba un gang Bang. Imaginaos, me sentí como un corderito en el matadero sobre todo porque el público masculino que frecuentaba el local no era de mi agrado. Todo lo contrario.

Cuando la cosa es de parejas el ambiente es más distendido. Me gusta ir a mirar cómo las parejitas se lo hacen entre ellos o se unen a otros pero lo que más me pone es el pasillo francés, que me atrae como un imán, será que soy de lenguaje oral. Me gusta imaginarme allí, a cuatro patas, vestida únicamente con un elegante antifaz negro, comiéndole la polla a un desconocido mientras otro me penetra… Ay las fantasías, qué aburrido sería el sexo sin ellas. La semana pasada una encantadora chica (gracias mcanales por tus comentarios) nos contó su aventura con un repartidor de la compra. ¿Por qué no os animáis, queridos lectores/as, aquellos/as a los que el caos aéreo ha dejado en tierra este puente, y me contáis vuestras fantasías? Venga, no seáis estrechos, contadme algo calentito (tipo Zar de la Noche) que fuera hace mucho mucho frío…

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