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En el principio era el Verbo

 

De todos los comienzos de novelas que conozco –y conozco muchos- ninguno me parece tan raro como el comienzo del Evangelio de San Juan. «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios». Tuve la suerte de ir a un colegio laico, pero también tuve la suerte de que nos hicieran ir a misa una vez por semana. Nuestro cura, el padre Trías, había vivido mucho tiempo en Francia. A veces, durante sus sermones, le salía una acusada pronunciación francesa. «En el pgincipio ega el Vegbo, y el Vegbo ega con Dios, y el Vegbo ega Dios«, decía desde su altar en la capilla (que era un aula más, porque nuestro colegio no tenía iglesia propiamente dicha). Cuando oigo a mis amigos que se quejan del colegio de curas, me acuerdo del padre Trías, que estuvo en nuestro colegio como un misionero destinado en tierra de infieles. Su influencia entre nosotros era nula, aunque todos le apreciábamos porque era un hombre bondadoso que nunca pretendió adoctrinarnos. Imagino que se había resignado a que nos interesaran otras cosas (los tebeos, las películas, los discos, las chicas). Y a veces hasta imagino que él mismo había empezado a dudar. Una vez, en clase, nos estuvo hablando de experiencias extrasensoriales. Otra vez nos contó el caso de de un hombre que había tenido una visión de su madre justo en el mismo instante en que su madre moría a miles de kilómetros. Quizá aquel buen sacerdote acabó creyendo en los platillos volantes.

 

Pero la frase del Evangelio de San Juan nunca dejó de intrigarme desde que se la oí al padre Trías. «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios». A veces se me viene a la cabeza en el momento menos pensado. Estoy subiendo por la escalerilla de un avión, o haciendo cola en un supermercado, y de pronto vuelve a resonar en mis oídos. Todos podemos entender que el Verbo es el principio de todo, porque el mundo no es posible sin un lenguaje que lo explique. Y todos podemos entender que el Verbo es Dios, porque Dios tampoco es posible sin un lenguaje que le permita inventar el mundo a través del mito del Génesis. Está claro que San Juan conocía a Platón, o al menos se había relacionado con gente que lo había leído. Los estudiosos de la Biblia citan a Filón de Alejandría como el vínculo entre el helenismo platónico y el Evangelio de San Juan. De hecho, la frase inicial de su Evangelio sería inconcebible sin la existencia previa del «Timeo». Pero la frase sigue siendo misteriosa. Sobre todo su oración intermedia, «Y el Verbo era con Dios». ¿Cómo es posible eso? ¿Y de qué está hablando?

 

Esta frase me ha parecido indescifrable, hasta que hoy he dado con la clave, mientras miraba jugar al fútbol a mis hijos en un parque helado (11º marcaba un termómetro, aunque el viento era glacial). Yo estaba tiritando en un banco, cuando he oído que un pájaro se movía en una rama. Ha sido un movimiento muy leve que apenas ha dejado un temblor en un árbol. Pero yo lo he oído. Y entonces he caído en la cuenta. El acto de crear no es más que un acto de intensa atención, de predisposición espiritual, de escucha a lo que nadie más está escuchando. En el parque sólo yo he oído a ese pájaro. Mis hijos jugaban al fútbol y un policía corría persiguiendo a alguien. Pero yo he oído el leve crujido de una hoja. Y entonces he tenido el chispazo de un poema. He notado la presencia de unas frases que se acercaban con paso tenue. He oído unas palabras que nunca antes había oído. Y en ese momento, mientras esas palabras resonaban en mi mente y el parque y mis hijos se disolvían en la nada, me he trasladado a un lugar que no se veía y que ni siquiera me parecía posible, un más allá que antes no existía. Ha sido así. San Juan diría que en ese momento el Verbo ha estado con Dios. Y yo lo diría de otra forma, no sé muy bien cómo, porque el proceso de la creación no se puede explicar en términos racionales. Ocurre. Y eso es todo lo que se puede decir.

 

Bueno, se pueden añadir algunas cosas. Por ejemplo, se puede decir que la creación es caprichosa, igual que Dios. Y severa, igual que Dios. Y bondadosa, igual que Dios. Durante meses, durante años, uno escucha y uno mira, pero no ve ni oye nada. Ni los mirlos, ni los árboles, ni el rostro de los niños. Ni los coches. Ni las nubes. Ni las frases de los desconocidos en el autobús. Nada de eso existe, nada de eso tiene sentido. Nada, nada, nada. El mundo está mudo y ciego, no hay nada que merezca nuestra atención. O dicho al estilo de San Juan, el Verbo no está con Dios. Pero el día menos pensado, un pájaro salta en una rama y la atención se tensa como un arco y de repente el Verbo se eleva y asciende y llegan las palabras y todo vuelve a estar nimbado como en un sueño en el que nosotros nos vemos hablar y oír y mirar y escuchar. El milagro ha sucedido. Y el mundo que se fundó con la palabra, hace cien mil años, o quizá antes, hace un millón de años, de pronto vuelve a aparecer por vez primera ante nosotros.

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