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AcordeónEn el todo vale. La valla entre Nador y Melilla, una radiografía...

En el todo vale. La valla entre Nador y Melilla, una radiografía política y moral

Ilustración: Gluco

Los hechos

El viernes 24 de junio, recién estrenado el verano y tras meses malviviendo en el monte Gurugú de Nador, unas 1.700 personas procedentes de diferentes puntos de África, la mayoría de Sudán, marcharon decididos hacia la valla pegada al Barrio Chino de Melilla, para superarla y acceder a Europa, dejar atrás el infierno de años de travesía, maltrato y desesperación.

Los migrantes y refugiados cargaban con palos y piedras mientras dirigían sus pasos con determinación hacia el perímetro fronterizo. Los relatos de los vecinos de la zona, acostumbrados a verles en los pequeños colmados, a pedir restos de comida o agua para sobrevivir, a contemplar como deambulaban por carreteras y caminos, les grabaron en vídeos que horas después circulaban en las redes sociales. La prueba de que el ataque estaba “planificado” y sería violento.

Paréntesis: ¿Es posible cruzar de forma ilegal una valla sin que haya violencia? ¿Cómo deberían dirigirse los que huyen de la violencia, la persecución y la pobreza a un perímetro fronterizo que en los últimos años no ha dejado de reforzarse, siguiendo la política migratoria de la Unión Europea en la que la defensa del territorio está por encima de los derechos humanos?

Más hechos. 23 muertos reconocidos por las autoridades marroquíes y enterrados en tumbas sin nombre, sin derecho a una autopsia, ni a que se abra una investigación independiente, ni a ser velados por sus amigos supervivientes, ni a una repatriación para que sus familias sepan que ya no volverán. Las organizaciones no gubernamentales en la zona, en especial la Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH), apoyada por otras organizaciones a ambos lados de la frontera, elevan la cifra a “al menos 37 migrantes y refugiados” muertos, la mayoría por las heridas y golpes, al no recibir asistencia médica durante las ocho horas que permanecieron amontonados en un espacio vigilado por la gendarmería marroquí, como mostraron los vídeos de la AMDH.

También hubo 200 heridos, además de 140 agentes marroquíes y 50 españoles que sufrieron contusiones. Frente al silencio institucional marroquí que, una vez más, organizaba un dispositivo para alejar de la frontera a los que no lograron cruzar a Melilla, subiéndoles a autobuses a pesar de estar heridos, como han relatado los propios protagonistas a periodistas que les siguieron la pista hasta Casablanca (Gabriela Sánchez en eldiario.es, entre otros); en España el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, felicitaba a la gendarmería marroquí por “el buen trabajo” ejecutado para repeler “un ataque violento” orquestado por “las mafias”, sin haberse dignado a ver unas terribles imágenes del estado en el que quedaron las personas migrantes y refugiados tras la actuación de las fuerzas del orden marroquíes. Le costó varios días, durante una de las entrevistas que concedió por la cumbre de la OTAN en Madrid, no tanto retractarse sino reconocer que sus palabras no fueron acertadas.

Seguimos con los hechos. Un intento de entrada masivo para atravesar el perímetro fronterizo de Melilla, que no “un asalto” ni “un ataque”, porque la desproporción de los medios para llevarlo a cabo era absoluta, como se comprobó tanto en la forma de rechazar la entrada como en las devoluciones en caliente que han denunciado organizaciones a ambos lados de la frontera, una actuación que será revisada en los tribunales gracias a la denuncia de la Coordinadora de Barrios de Madrid y organizaciones locales de la ciudad autónoma, y que deberá ser aclarada ante el Defensor del Pueblo. Entraron 133 personas cuyo relato debería ser tan importante como el oficial, a los que en un verdadero Estado de derecho se les debería escuchar, atender y, en caso de que hayan cometido una infracción, juzgar.

La larga espera a la que se enfrentan las personas migrantes y refugiados cuando llegan a Nador y encuentran refugio en el monte Gurugú está plagada de dificultades. Suelen alcanzar el lugar en un estado físico y mental tan precario, tan al límite, que emplean meses para recuperar fuerzas y hacerse a la idea de que tienen ante sí un nuevo desafío. En ese tiempo de descuento, en el que se curan las heridas del camino mientras sobreviven como pueden, están permanentemente en el foco de atención de las fuerzas de seguridad marroquíes que con redadas, detenciones arbitrarias, intimidaciones o la quema de sus campamentos –para privarles de sus escasas pertenencias– les incitan a darse la vuelta, les recuerdan que no han llegado a un lugar seguro, que no son personas sino animales a los que ahuyentar.

Por eso desde el 18 de junio las batidas contra los campamentos a menos de 15 kilómetros de la valla se intensificaron, provocando el enfrentamiento con la policía marroquí y la necesidad de huir a precarios escondites desde los que despistarles. Algunos de los relatos de los que lograron cruzar aseguran que los oficiales de la policía marroquí les dieron 24 horas para abandonar el monte, que les incitaron a dar el salto. Las imágenes de los centenares de personas marchando en las primeras horas del día, a la vista de todos, hacia la frontera, impactan porque saben que van hacia una trampa en la que sufrirán una violencia tremenda, que es probable que algunos mueran, pero que no tienen más remedio que seguir caminando hacia delante. La Guardia Civil recibió el pre-aviso a las 6:30 de la mañana, los gendarmes marroquíes se preparaban para demostrar a la Unión Europea que el dinero que invierte para que Marruecos haga el trabajo sucio por su fracasada política migratoria e incapacidad para ejecutar un sistema de asilo que respete la Declaración de Derechos Humanos y los Acuerdos de Ginebra, da resultados.

 

Las imágenes / la denuncia

En las manifestaciones que se multiplicaron por toda España durante los siete días posteriores al intento de salto de la valla, las organizaciones y particulares que llevan décadas siguiendo y analizando la cuestión migratoria en el sur de Europa compartían la desazón por las imágenes difundidas el 24 de junio. Muchos no daban crédito a que pudiera ser cierto que a las puertas de Europa, ese Occidente culpable por apoyar regímenes corruptos y dictatoriales, explotar y contribuir al aumento de la pobreza, centenares de personas hubiesen arriesgado su vida en una acción conjunta desesperada, suicida, a la que Marruecos había respondido con una violencia desmesurada avalada por España, por Europa.

“Veo imágenes; fardos humanos –muertos y vivos– hacinados en el suelo mientras se pasean entre ellos policías marroquíes que, para cerciorarse si respiran o se mueven, los sacuden con la punta de las porras y bastones”, escribió el 27 de junio Esteban Beltrán, director de Amnistía Internacional España, tras confirmar que uno de los investigadores de la organización obtuvo “imágenes inéditas en las que se ve cómo policías españoles entregan a posibles refugiados a policías marroquíes, sin ningún tipo de averiguación o trámite sobre si necesitan protección. Una vez entregados estos policías les vuelven a golpear”.

 

La reflexión

Sabemos que la historia se repite porque se ha implantado un sistema securitario en el que para el valor de la vida de los que están fuera de nuestro sistema es inexistente. Como recuerda Amnistía Internacional en 2005 murieron al menos 13 personas a manos de las policías marroquí y española; en 2014 otras 15 personas se ahogaron intentando llegar a la playa del Tarajal mientras los policías españoles les disparaban pelotas de goma y usaban material antidisturbios para impedir que tocaran tierra.

La nueva violación fragrante de los derechos humanos, ejecutada en la misma frontera a finales de junio, es la respuesta de Marruecos –mucho más meditada y orquestada que la que el Gobierno español asegura que realizan las mafias para organizar “asaltos” a la valla de Melilla– al restablecimiento de las relaciones de amistad, cooperación y buena vecindad entre España y Marruecos. La contención de la desesperación ajena conlleva riesgos y el país magrebí no está dispuesto a asumirlos en solitario. Sigue sin tener problemas en ejecutar masacres y barbaries como la del pasado 24 de junio, pero esta vez permite que sea grabada y difundida, que los periodistas se paseen indignados por las calles de Nador intentando robar alguna imagen de los migrantes detenidos, sin importarles que las fosas preparadas circulen por las redes sociales. Ya no hay vergüenza, nada que ocultar, porque el cheque en blanco es más real que nunca. Marruecos está en posición de fuerza frente al sur de Europa, ante un vecino del norte, España, a su merced, y aprovecha para explotarlo y establecer reglas del juego que no solo llevan al límite, sino que sobrepasan lo inaceptable, sin que peligre absolutamente nada.

Mohamed, un costamarfileño de 23 años, al que entrevistó el periodista Nicolás Castellano en Nador, aseguró que necesitaban tiempo para que “reposen las lágrimas”. Impresionado por la brutalidad policial a ambos lados de la frontera, tras una matanza que le obligó a esconderse aún más, y salir sólo cuando sintió que apenas les quedaban fuerzas por la falta de comida y agua, pidió que “cese la guerra contra los inmigrantes”.

 

La acción

Lo piden los que más sufren, los que han tenido que dejarlo todo para emprender un camino incierto, violento e inhumano, los que han resistido hasta llegar a la frontera en la que les habían dicho que al atravesarla alcanzarían cierto descanso, pero desenlaces como el del pasado 24 de junio les imponen ceñirse a una realidad que el respeto a los derechos humanos en Europa en una fantasía. Al menos para ellos, que por haber nacido en un país que no está a las puertas de Europa y tener un color de piel diferente, se les ha prohibido la solidaridad y legalidad de la que ya disfrutan en España 124.000 ucranianos que escaparon de una guerra que comenzó a finales de febrero.

Hay información, organizaciones que llevan décadas haciendo un seguimiento pormenorizado, que denuncian y logran sentencias que frenan repatriaciones porque son ilegales, los testimonios llegan con claridad y son desgarradores, difíciles de asimilar ante la premisa de que todo ser humano merece disfrutar de derechos básicos. Permanecer impasible, creyendo que por no sufrirlo en carne propia no va contigo, es un error. La degradación de la situación humanitaria en las fronteras nos afecta a todos y tendrá consecuencias cada vez mayores mientras no seamos capaces de reconocerlo y pasar a la acción, exigiendo que los que toman decisiones no violen los derechos más elementales de la persona.

Hace más de veinte años, en un campamento de migrantes y refugiados de Maghnia, en el territorio argelino que colinda con el marroquí, una frontera cerrada excepto para el tráfico ilegal de personas, un migrante se negó en rodondo a hablar conmigo “porque no serviría para nada contar su travesía”. Mientras iba dando forma a una rama, decorándola con símbolos, yo le explicaba que al negarse a hablar dejaba de existir, que se auto-imponía desaparecer en vida. Tras varios tés y muchos silencios accedió a hablar. Ellos siempre lo hacen, no se fallan a sí mismos, en cambio, nosotros, desde nuestra privilegiada frontera, hace tiempo que vamos a la deriva, llegando a tocar fondo en la mediocridad mirando para otro lado, no sintiendo o permitiendo que nos afecte una masacre como la del pasado 24 de junio para impedir que, personas iguales a nosotros, entren en nuestro mundo.

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