…cada vez comprendo mejor a Trotsky cuando afirmaba que quería acabar de un plumazo con la Rusia de iconos y cucarachas. Vivir la Semana Santa en un barrio cristiano árabe, o fenicio, que diría algún “entendido”, es una verdadera pesadilla. Desde primera hora hay que soportar una música de ultratumba que solo invita al suicidio y que supuestamente constituye todo un lamento por la agonía de Jesús. Pues yo no lo entiendo… anda que no tendrían cosas por las que fustigarse estos cristianos de pacotilla, racistas y talibanizados, (el agua no llega todos los días, lo de la electricidad es un escándalo, internet funciona mejor en Uganda que en este país de Ferraris, la gente no siente el mínimo respeto por nada ni nadie….)pero solo parecen preocupados en colgar cruces por todas partes, del tendido eléctrico, de los espejos de los coches, de las cuerdas para la ropa… hasta el punto que no se ya si vivo en Beirut o en un campamento del Ku Klux Klan.
Solo con la llegada de la tarde las fieras se amansan. Mi terraza se ha convertido en el mejor lugar de lectura. Aprovecho los días nublados para colocar una silla fuera y un pequeño taburete que hace las veces de mesa para el café. En mis manos un libro de aforismos de Lichtenberg, a quien conocí por Nietzsche, en una época ingenua en la que solo devoraba filosofía alemana intentando, en un cursillo acelerado de conocimiento, aprender todo aquello para lo que no encontraba respuesta en la vida ordinaria. Mi fe en Alemania era tal que dejé de traducir canciones de Madonna y adopté el firme propósito de empezar a estudiar alemán. Pocos años más tarde ya arrastraba a mis padres a lugares paradisíacos como Weimar, Gotinga o Jena y daba paseos con aire meditabundo en torno al Eibsee, quizá, para mí, el lago más increíble de Baviera.
Todo esto solo para decir que releo por encima unas notas biográficas sobre Lichtenberg: jorobado, un tanto enano, con gustos un pelín pedófilos y un gran estudioso de matemáticas, física, estética, filosofía, ciencias naturales, arquitectura civil, diplomacia, lengua y literatura inglesas, astronomía, geodesia y un sinfín de trabajos sobre temas de lo más variopintos, como su primer pararrayos en Gotinga, su descubrimiento de la diferencia entre electricidad positiva y negativa, estudios sobre las manchas lunares, polémicas sobre la traducción al alemán de la Odisea o una recopilación de todas las expresiones populares en alemán equivalentes a borracho. Lichtenberg es autor de una genialidad como esta: “Cuando una cabeza y un libro chocan y suena hueco, ¿es siempre cosa del libro?”…
Maravilloso si no fuera porque luego uno tiene que salir a la calle, -alternar con fulanita y menganito, licenciados y masterizados, sobradamente preparados, la crème de la crème expatriada que estrangula el tiempo libre entre cursos de yoga, danza del vientre, repostería libanesa o spinning, cuando no, de forma honesta, eligen directamente la bebida-, para regresar a casa pensando en no volver a salir en los próximos 20 años. No al menos hasta que a alguien se le ocurra que también se puede “echar la vida a perder” leyendo.