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En la redacción imposible de Teatra

 

 

El reloj de cuco, con sus pesas cargadas de tiempo, presidía las reuniones nocturnas de la revista Teatra en la buhardilla de Don Pedro.  El loro de Moriarty se colgaba feliz de su percha, mientras los redactores leían en voz alta el texto de sus compañeros. El avión de latón dorado que construyera Berridi como logotipo espacial de El Aeroplano Producciones Teatrales (tercer nombre de la misma productora de espectáculos, que tenía residencia en Don Pedro, 7)  gravitaba sobre el cilindro de luz de una pantalla de lámpara. El cartel de Operación ópera, diseñado por Teatra D. G. (J.M. Sánchez & J. A. Vizcaíno) adornaba la menguada estancia.

 

 

De izquierda a derecha puede verse a José Andrés Rojo leyendo, a Alfonso Armada absorbiendo con prosodia gallega el jugo de unos folios; a Juan Manuel Sánchez en recogida actitud de escucha; a Rojo –de nuevo- con los brazos por encima de la cabeza; a Blanca Suñén recitando un artículo, nobleza de actriz, obliga; a Ernesto Caballero bajo una serigrafía –La mirada guarda– de Guillermo Pérez Villalta; y a Javier Vallejo ensimismado, meditando probablemente en la temperatura sanguínea de los lagartos. Aunque faltan en este fotomontaje dos miembros de Teatra: el más antiguo y el más moderno.

 

Juan Antonio Vizcaíno, director de la revista, anfitrión de la velada, y fotógrafo obligado de todos los eventos que se celebraban en su casa (está pendiente de escritura un Tratado sobre la ausencia del fotógrafo en todos los retratos); e Ignacio García May (por debajo de este párrafo), el benjamín de Teatra, que se incorporó a la revista en 1991, y que  a su vez era el autor de Operación Ópera.

 

 

En estas reuniones varoniles se respiraba una franca confianza, aquilatada por años de convivencia en las letras y en la escena, a través de unas obras comunes que habían nacido con forma de revistas. Solían celebrarse todos los lunes, y no siempre había textos para ser leídos. Entonces las reuniones se transformaban en tertulias de furrielería alrededor de unas cervezas y unas coca-colas ahumadas con mucho tabaco, en las que se repasaban con rigor y con humor las novedades de los escenarios madrileños.

 

En honor a la verdad, hay que dejar constancia -por mucho que le pese al autor de estas líneas- que casi todas las reuniones de Teatra comenzaban hablando de fútbol; y que en algunas ocasiones se consumían los minutos de la basura de aquellos encuentros, hablando incluso de baloncesto. Meteorito extraño éste que se colaba en la órbita siempre moderna de Teatra, pero se colaba.

 

Toma prestado el autor de esta entrada su título de una acotación final del poema inédito de Alfonso Armada, “Teatra de noche”, que reproducimos a continuación como postre poético a esta velada teatraria en Don Pedro, 7, 4º izquierda.

 


TEATRA DE NOCHE

 

Alfonso Armada


Todos esos abedules quietos tras los cristales fríos

y las dunas que quedan tan lejos de nosotros y del jazz:

con las tijeras más dulces despojando al papel de sus heridas

y la tarlatana, como una red donde el amor se quede

aquí, casi desnudos a los pies de la carne y la cerveza.

Teatra se hace de dioses de mar envasados en latas de memoria

y las caracolas que trae del mar el Manzanares

llevan cristales de luna, alfombras de coral,

humo que nos ensortija las muñecas y nos ablanda:

desde el cansancio hasta el odio, desde los grifos a la noche.

Porque Teatra es una redacción de noche

donde los niños no se hacen hombres, dudan y se quieren

abedules, un frigorífico entrañable, la cocina de estar

y las páginas dispersas por los suelos del último piso,

como si el ático y el alma

cabalgaran un caballo de madera

para los niños autistas que somos, pequeños redactores de espuma,

Teatra blanca,

porque nos miramos a los ojos

y Madrid es una hora última, meciéndose en las cornisas

para que los párpados no se quiebren

y duren como si fueran para siempre.


Madrid, en la redacción imposible

de Teatra. 6 de Febrero. 1985.

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