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En la ruta Roberto Bolaño. Una jornada en Blanes

 

Para Dani, el mejor guía turístico de Barcelona

 

¿Qué hago aquí?, me pregunté en voz baja, al no más descender del tren. Una sensación de incomodidad me recorrió el cuerpo cuando entré a la pequeña estación de Blanes. Viniendo de Barcelona, habíamos recorrido la costa poblada de ciudades, hoteles y balnearios donde apenas se miraba gente. La playa nudista de Massanes lucía desierta, pues era enero, y el frío comenzaba a hacerse sentir. En Vilassar de Mar un grupo de veleros, como mariposas mutiladas, hacían piruetas sobre un mar sin olas. Desde la ventana del vagón todo se miraba de maravillas, pero al llegar a Blanes…

 

Llegué para conocer el lugar a donde el chileno Roberto Bolaño llegó “de casualidad”, en 1985, y donde terminó escribiendo la mayor parte de su obra. Al bajar del tren, sin embargo, no hay ciudad. La estación está a unos cuantos kilómetros del pueblo. En el momento que busco el mapa en el teléfono aparece un enorme bus completamente vacío. Sí, va a Blanes…

 

Ahora conozco la razón de mi malestar, me digo. En mi interior no dejaba de sentirme un poco tonto y ridículo haciendo una especie de peregrinación. Algo similar me ocurrió unos años atrás en Albany, NY, frente a la casa donde vivió Herman Melville, y, de súbito, mi entusiasmo se transformó en incomodidad, al punto que ni siquiera quise apearme del carro.

 

El bus se detiene en la plaza de España, en el centro de la ciudad. No sé por dónde comenzar el recorrido. Por toda señal, llevó anotado el nombre de la calle donde vivió Bolaño: el Loro, que he encontrado la noche anterior en internet. Un animal, pienso con cierta saña, que encarna bien la figura del literato. Sino, recuérdese el cotorro disecado que Flaubert hizo traer de un museo, y que terminó arrojando al fondo de un armario.

 

Blanes es, pues, el armario de Bolaño, me digo, mirando en redondo, desde las gradas de la cafetería Els Terrassans, un amplio salón de aire decadente, repleto de parroquianos locales. Francisco, el mesero que nos atiende, tiene más de 30 años trabajando en el lugar. Habrá visto de todo. Entonces, le suelto a boca de jarro la pregunta que le habrán hecho muchos:

 

—¿Conociste a Bolaño, el escritor?

 

Su respuesta se repetirá, una y otra vez, como era de esperarse.

 

—Sí, claro, lo conocí.

—Te lo habrán preguntado tantas veces…

—En los últimos años, menos. Recién muerto [Bolaño] vino mucho periodista. Ahora, no tanto.

 

Como sospecho que mi malestar, al que se ha agregado cierto escalofrío, está relacionado con el clima, pero también con el hambre –por causa del jet lag mis horarios de comida y sueño están completamente trastornados– dejo en paz al camarero para dar cuenta de mi desayuno. Veo el mapa. Sorpresa. La calle del Loro está a unos pocos pasos. La carrer Ample se atraviesa de dos zancadas. En las aceras hay ventas de calzado y de ropa. La gente camina sin prisa. La mayoría son viejos. Bordeando la plaza, a mano izquierda, hay una callejuela estrecha. Buscamos la casa familiar del escritor, y no tardamos en dar con ella. Misión cumplida. No se me ocurre nada más que hacerle una foto, una foto muy aburrida, pues la pequeña fachada es blanca, y la puerta, pues, es una puerta oscura con unos detalles de hierro, o algo así.

 

Decidimos seguir la calle para saltar a la carrer Gibert, pero apenas hemos dado unos pasos cuando me llevo una tremenda sorpresa: una placa de colores rojo y negro, como la enseña sandinista, da cuenta de que estamos frente a lo que fuera el estudio de Bolaño. Al lado, un cartel en catalán, castellano, inglés y francés, detalla la existencia de la Ruta Roberto Bolaño.

 

La ruta fue estrenada por el ayuntamiento en ocasión del décimo aniversario de su muerte. Como supe después, en el sitio web de la Biblioteca comarcal de Blanes se encuentra información sobre ese recorrido donde se mezclan sitios claves para conocer ese tramo de la vida del autor con referencias propias de TripAdvisor.

 

Estamos en el lugar 13 de 17 sitios que, de acuerdo con lo que leo, reconstruyen el espacio vital del Bolaño. Por ningún lado leo, sin embargo, nada relacionado con la casa de Valldoreix, que compartió intermitentemente con Carmen Pérez de Vega, la mujer que vivió con él sus últimos días, y que el 1 de julio de 2003 llevó al escritor, que escupía sangre, al hospital Vall d’Hebrón, de Barcelona, donde moriría unos días más tarde.

 

Con ayuda del teléfono y preguntando comenzamos a desandar el camino. El 1, cómo no imaginarlo, corresponde a la estación del tren. El 2 corresponde a la tienda de bisutería que montó junto a su madre, recién llegado a la ciudad, en 1985. Bolaño venía de Girona, donde conoció a la catalana Carolina López, quien se convertiría en su esposa ese mismo año. El 3, al Antiguo Hogar del Productor, que en realidad es un bar. El 4, alquiler de vídeos propiedad de un tal Narcí Serra, pero no dimos con el lugar, y nos encaminamos en otra dirección. Así, dimos con el mojón número 15, el de la papelería Bitlloch, en la carrer Ample, donde ahora se encuentra una reluciente tienda Benetton.

 

El nuevo local de la papelería está muy cerca de allí, en el número 8 de la carrer Nou. En lugar de “las chicas guapas y simpáticas” que trabajaban allí, según escribió Bolaño, nos encontramos con el amigable propietario, a quien le hice la misma pregunta que al camarero del Terrassans.

 

Nos retiramos en busca de Joker Jocs, el número 11 de la ruta: una pequeña, surtida y maravillosa tienda de juegos, electrónicos y de mesa, rompecabezas, aviones y barcos para armar. El lugar estaba colmado de clientes. Compré un sobre sorpresa de la nueva colección de Los Simpson, de Lego, para conseguir aproximarme a la caja y hacerle al dependiente la misma pregunta que le hice al hombre del Terrasans y al dueño de la Bitlloch. Me respondió que no, que quien lo conoció fue su padre, que estaba al lado, pulsando afanosamente la caja registradora. Su mirada me bastó para adivinar lo que pensaba. De todos modos, ya conocía su respuesta.

 

Saltamos a la carrer de Bellaire, en dirección al passeig Cortils i Vieta, frente a la bahía, para mirar La Palomera, el impresionante montículo de roca que entra en el mar, considerado el punto donde comienza la Costa Brava. La estancia fue breve. Me picaba el cuerpo. Miré debajo de mi ropa y me di cuenta de que estaba pringado de manchitas rojas. Soplaba un viento frío. Era hora de volver.

 

En algún lugar Bolaño escribió: “Blanes es más antigua que Nueva York y en ocasiones parece una mezcla rabiosa de Tiro, Pompeya y Brooklyn”. Las antiquísimas ciudades de Tiro y Pompeya han sido declaradas por Unesco como Patrimonio Universal de la Humanidad. Brooklyn, una ciudad de inmigrantes, es una de las mecas de la cultura hip hop. Por más que me retorcí el cerebro, no conseguí imaginarla en esos términos. Qué duda cabe: el fértil verbo de Bolaño convirtió a Blanes en un lugar de ficción.

 

 

 

 

Miguel Huezo Mixo es poeta y ensayista salvadoreño. En FronteraD ha publicado Aliviar el dolor: la otra epopeya de la guerra salvoreñaRoberto Bolaño en El Salvador. Supremo jardín de la guerra florida y Tocarle el hombro a Borges

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