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Mientras tantoEn las afueras de Dios

En las afueras de Dios


 

Nos, consignador de historias por la divina gracia, crecimos en la convicción de que detrás de Dios no había absolutamente nada. La certera concepción que teníamos de la deidad suprema era asimilable a la realidad de un inmenso escenario detrás de cuyas tablas no había ningún resquicio por el que nadie podía echar una mirada. En el escenario imaginario, ningún espectador curioso encontraba entre la pared y las tablas ningún espacio que alimentara sus elucubraciones más oníricas. Dios era el fondo inmenso del escenario, a veces azul, y controlaba a todos y todo lo que se encontraba delante. No había, pues, las afueras de Dios. Nadie podía decir que había visto algo que no estuviera bajo el omnímodo control del Todopoderoso.

 

Pero los avatares del destino nos permitieron ver que muchos de los designados por la infausta providencia para dirigir los destinos de sus congéneres crecieron en la aborrecible idea de que contaban con la anuencia sobrenatural para creerse distintos del común de los mortales, y por esta bula así concedida, arrogarse atributos y prerrogativas que en otras condiciones jamás se hubieran atrevido a reclamar. Sí, fue cuando nos hicieron creer que podrían mostrarse atrevidos delante del escenario, incluso hacernos creer que si se aflojaran las cuerdas de los asuntos serios, ellos podrían hacer vida oculta detrás del escenario de Dios, lo que significaba que sus acciones más aborrecibles quedarían sin castigo.

 

Es este el sentimiento que anima la vida de Obiang Nguema, un infame sargento rescatado de la desidia colonial y elegido para contener los ímpetus libertadores de sus congéneres, gimientes bajo la intransigencia de los adalides de la supremacía blanca. Su óptimo desempeño como cercenador de libertades y agostador impenitente de la vida de los negros ha levantado las pasiones ocultas de un rey desastrado y de un barbudo edil del caciquismo, quienes lo llaman a su presencia y lo colman de apasionados besos lejos de  todos los focos, en el patio trasero de sus residencias. En el escenario iluminado de la verdad, reniegan de él, denostado negro castigador de otros negros infelices cargados de oro negro. Y aquí es donde urge desvelar la verdad que los ladrones de vidas nos quieren esconder: no es el petróleo el germen de una conducta mil veces aborrecible, sino las ideas que subyacen en el trato que reciben los negros en la espinosa frontera de Melilla. Obiang, como la guardia mora que guarda las fronteras de toda Europa, es el negro que ha sabido interpretar las consignas dadas desde las afueras, el sitio en que se trasladó la divinidad desde que entendieron que se podía atravesar el escenario aludido ut supra.

 

Infame sargento, devenido general, alejado desde la infancia de libros y del arte de mejorar la prosapia humana, Obiang porfía y es llamado a la presencia del destino a derramar dolosas lágrimas en el adiós a un ínclito castellano que entregó su alma a Dios. Ítem más, el mentado cercenador de vidas guineanas es llamado a Bruselas para hacer gala de su ignorancia atesorada y que los enemigos de los negros descubran la levedad  de su ser, la de los negros. Salga a la palestra el más rudo de ellos y que el mundo los juzgue y decida si merecen estar entre nosotros. Y se rieron a su costa, sargento endiosado por un dinero que nunca sabrá administrar. En el camino, incluso, suenan las campanas que fijarán de manera perenne la idea de que allá abajo, en las tierras circundadas por el golfo de Biafra, los golosos del poder coadyuven a perpetuar el estado de  cosas y sostenga al sargento en el poder, aunque moribundo.

 

A los caciques de la actual España y a los adoradores del plasma que difunden sus cuitas les hemos de decir que sean precavidos en sus adjetivaciones, y aún objeciones, cuando alguna delicada dama, sutil viajera con cargo delegado y provisto de sellos oficiales, sea vejada y puesta su vida en un doloroso compromiso por las huestes que han conseguido poner en pie de guerra, y solamente porque allá abajo, en la tierra de los negros, las vejaciones más dolorosas no son tenidas en cuenta y porque no estorban el flujo de la compraventa, o la venta directa de baratijas como antaño. Que cuando ocurra este hecho, muestren la impasibilidad con la que se han enfrentado hasta ahora.

 

Barcelona, 15 de abril de 2014

 

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