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En los límites de la utopía

“Sin duda la palabra utopía evoca para nosotros imágenes, ensueños distintos de la realidad. Pero cualquier visión de lo que debería ser, supone un examen crítico de lo que es. Igual ocurre con las utopías que, según los momentos de la historia denunciaron los abusos de una sociedad agonizante, y triunfantes, y seguras de la excelencia del ser humano, anunciaron las encantadoras perspectivas abiertas ante el hombre por una ciencia todopoderosa. Estos ensueños nacidos del fracaso, siempre aparecieron en circunstancias conflictivas análogas y suministraron, no los medios de acabar con ellas, sino la imagen tranquilizadora de un conflicto resuelto”.

Jean Servier

 

Hace un siglo llegaron a Estados Unidos millones de emigrantes buscando la ausencia de pobreza y muerte. Fueron acogidos, se adaptaron a una nueva forma de vida y prosperaron.

 

Un siglo después observamos un mundo errante que no atina a modelar una sociedad equilibrada, basada en los valores humanos. El desequilibrio social avanza a base de muros e ignorancia, de riqueza extrema y pobreza mísera, de risa y llanto en el camino.

 

La fotografía Ellis dijo Sí doce millones de veces simboliza un trabajo que profundiza en la sumisión del lenguaje fotográfico rendido a la expresividad de unas imágenes agitadas por las tinieblas de la luz. En la medida que el fulgor se desvanece, la fantasía cobra fuerza a costa de una realidad en retirada.

 

Como sombras chinescas, las imágenes recrean destellos danzantes, siluetas en movimiento sutil, concentradas en su intimidad, observando un ilusorio límite fronterizo al que parece que nunca se llega. Fatiga, hambruna, miseria, abatimiento, miedo, soledad, es lo que impera en el reino de los sueños perdidos.

 

Porque las quimeras son nuestras infatigables compañeras de viaje: danzan a nuestro lado creando su propia puesta en escena. Presenciamos, casi ajenos, el rumbo que nos dirige hacia delante, mientras la mirada es nuestra herramienta de búsqueda, el movimiento hacia la luz, el motor de la contemplación, la promesa incierta a la vuelta de la esquina llamada esperanza. Sin embargo es la deriva lo que condiciona el trayecto errático, en aras de mantener un falso escenario que desea regresar a la tranquilidad del seno materno, de un hipotético revivir que apacigüe nuestro ser.

 

 

 

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El concepto de utopía ha dibujado un largo viaje por la historia. Quizás empezó con Adán y Eva en su fuga clandestina, huyendo de Dios, en busca de un futuro mejor. Visto así, los primeros hombres en la Tierra vulneraron las reglas vigentes del Paraíso Terrenal. Pensaron que algo mejor les esperaba al otro lado, allá dónde lo desconocido es tan tentador que merece la pena dar un paso adelante en busca de nuevos escenarios, frescura y aventuras. La primera pareja del planeta, decididos a explorar el más allá, iniciaron el viaje de la humanidad.

 

Este viaje histórico ha llegado al presente cargado de toneladas de proyectos, aspiraciones y ensueños ilusionados. La última propuesta nos la ha vendido Donald Trump, el nuevo presidente de Estados Unidos de América, que llega con mucha apariencia y hojarasca. En un ejercicio paralelo al de Adán y Eva, Trump, en sus primeros pasos rompe con un espacio hasta ahora equilibrado, con sus problemas y bondades. El mundo tiembla y mira por el espejo del retrovisor. Es entonces cuando surge la nostalgia.

 

Me parece interesante aportar un colofón al trabajo con unas citas de escritores que han dedicado atención a la utopía:

 

 

Historia de la Utopía, de Jean Servier:

 

“Platón reconoce el deseo de expansión de las ciudades movidas por un afán de rapiña o por la voluntad de satisfacer las necesidades crecientes de sus miembros; pero la ciudad antigua no se siente encargada de cumplir una promesa divina, ni de realizar misión alguna…”.

 

“La utopía es la reacción de una clase social. La visión tranquilizadora de un porvenir planificado, que expresa por medio de los símbolos clásicos del sueño su deseo profundo de volver a encontrar las estructuras rígidas de la ciudad tradicional…”.

 

“La utopía es como un sueño que alivia su Weltschmerz, su dolor de mundo, dolor de vivir, siempre de la misma manera, con pocas variantes en sus temas y modos de expresión en cualquier momento de la historia. Ante todo, es una voluntad de regresar a las estructuras inmutables de una ciudad tradicional de la que quieren ser los maestros ilustrados, una ciudad que se levanta por encima de las aguas turbias del sueño como una isla en los confines del océano, como la Ciudad del Hombre liberado de sus angustias al final de la noche…”.

 

“Al abordar las orillas del Nuevo Mundo, Cristóbal Colón estaba seguro de tocar la Tierra Prometida del Antiguo Testamento, cerca de Paraíso Terrenal. Tan grande era su convicción, que escogió para acompañarle a Rodrigo de Jerez, un judío convertido que conocía el hebreo y el arameo, idiomas que debieran hablar los habitantes de la Tierra Prometida, del Edén reencontrado”. 

 

 

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500 años de ‘Utopía’, de Francisco Martínez Mesa:

 

“¿Qué distingue a nuestros desgraciados conciudadanos de los felices habitantes de Utopía?, se pregunta Moro. ¿La ausencia de propiedad privada? ¿El clima de igualitarismo y tolerancia? A decir verdad nada, tan sencillo –y al propio tiempo– tan complejo como el gobierno de sus vidas y la conservación de su capacidad para intervenir y adecuar la realidad a sus verdaderas necesidades. Porque, a diferencia de otros muchos pueblos salvajes de tierras indómitas, los utopianos no viven aislados del mundo. Tienen noticias de los males de la civilizada Europa pero no desean correr su misma suerte. Y si para ello tienen que romper aquel istmo que les unía a tierra firme, sin duda lo harán…”.

 

“Moro no nos ofrece, por tanto, en Utopía, una visión placentera de la realidad. Más bien, se sirve de una tradición crítica para desmontar las piezas que componen la sociedad y a partir de ahí diagnostica los males que la aquejan sin distinguir entre verdugos y víctimas. Su inscripción en el aquí y ahora es total, muy distante de la imagen idealizada que se ha tratado de trasladar. A partir de su relato, pues, el autor nos invita a reflexionar sobre las posibles causas de nuestra común desdicha insistiendo especialmente en la universalidad del sufrimiento: habrá quien muera rico y quien lo haga necesitado, pero ninguno de ellos lo hará en paz”.

 

[Citas extraídas del artículo publicado en El País el 14 de mayo de 2016].

 

 

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Historia de las utopías, de Lewis Mumford:

 

“Durante mucho tiempo Utopía ha sido otra forma de llamar a lo irreal y lo imposible. Tendemos a confrontar la utopía con el mundo, cuando, de hecho, son las utopías las que nos hacen el mundo tolerable: las ciudades y mansiones con las que sueña la gente son aquellas que finalmente habita”.

 

“El mundo de las ideas sirve a diversos propósitos. Dos de ellos tienen un gran peso en nuestra investigación sobre la utopía. Por un lado, el pseudoentorno o idolum es un substituto del mundo exterior: una suerte de casa o refugio al que escapamos cuando nuestros choques con la dura realidad se hacen demasiado complicados de sobrellevar o demasiado difíciles de afrontar. Por otro, por medio del idolum los hechos del mundo cotidiano, condensados, clasificados y filtrados, configuran un nuevo tipo de realidad que se proyecta contra el mundo exterior. Una de sus funciones es la fuga o la compensación: la búsqueda de una liberación inmediata de las dificultades o frustraciones que nos han tocado en suerte. La otra es tratar de establecer las condiciones de nuestra liberación futura. Llamaré a las utopías correspondientes a esas dos funciones utopías de escape y utopías de reconstrucción, respectivamente. La primera deja el mundo tal como es; la segunda trata de cambiarlo, de forma que podamos interactuar con él en nuestros propios términos. En un caso, construimos castillos imposibles en el aire; en el otro, consultamos al agrimensor, al arquitecto y al albañil y procedemos a la construcción de una casa que satisfaga nuestras necesidades básicas, hasta el punto –claro está– en que las casas hechas de piedra y argamasa puedan lograr tal fin”.

 

 

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Utopía, de Alicia Almárcegui:

 

“El siglo XX es el de las utopías. El nacionalsocialismo de Hitler, el sionismo, el socialismo real, el fundamentalismo, los nacionalismos extremistas, dictaduras de izquierdas y de derechas, sectas determinadas, etcétera, son ejemplos de utopías nefastas. Cuando la realidad de la naturaleza humana y de las cosas ha chocado con las cosas, peor para la realidad”.

 

“Ésta es la ley inexorable y urgen las exclusiones por motivos de raza, clase social, religión, sexo, patria, etcétera. Tal vez por eso determinadas utopías tienen periodos de existencia tan cortos”.

 

[Cita extraída del artículo publicado en FronteraD].

 

 

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Distopía. Diccionario de la Real Academia Española:

 

“f. Representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana”.

 

 

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Rafael Narbona:

 

“Cuando las utopías políticas prosperan, la humanidad descubre el valor de lo posible y lo imperfecto. Candidata al Nobel y Príncipe de Asturias 2008, Margaret Atwood (Ottawa, Canadá, 1939) redunda en las profecías apocalípticas de Orwell, Bradbury y Huxley, pero esta vez el protagonismo recae en la perspectiva femenina, hasta ahora ignorada o minimizada. Después de una guerra con armas nucleares, la capacidad de engendrar vida se ha convertido en una rareza, pues la mayoría de las mujeres ha perdido su fertilidad. Los niños representan el futuro, pero sólo una minoría privilegiada puede encargarse de su cuidado y educación. Las mujeres fértiles carecen de cualquier derecho sobre sus hijos biológicos. Segregadas de la sociedad, ni siquiera pueden disponer de su propio cuerpo. Su función reproductora es pura servidumbre”.

 

“Las criadas forman una casta identificada por un vestido rojo y una toca blanca. El vestido esconde su cuerpo y la toca mantiene oculta la cara. Nadie puede mirar a las criadas y éstas no pueden levantar los ojos. La protagonista, una criada asignada al comandante Fred para garantizar su descendencia, pierde su nombre e identidad, ya que sólo es un eslabón en una casa gobernada por unas leyes patriarcales. Defred es una criada de Fred, es decir, una propiedad más”.

 

“En una época con un alto desarrollo tecnológico, las criadas reciben una educación concebida para destruir la conciencia individual. La libertad de expresión es tan inaceptable como la libertad de pensamiento. No importa que las ideas no se manifiesten; aunque no trasciendan la intimidad de la conciencia, representan un peligro para el Estado. En el caso de Defred, la subversión no se expresará como pensamiento crítico, sino como pasión sexual. El cuerpo anhela la libertad con más fuerza que las ideas”.

 

[Cita extraída del artículo de Rafael Narbona en elcultural.es]

 

 

 

 

Eduardo Ruigómez (Bilbao, 1953) es licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid, ha dedicado gran parte de su vida al marketing y a la publicidad. Sus intereses, sin embargo, siempre han estado orientados a la cultura y las humanidades. Especialmente la literatura, que ha influido en su forma de pensar el mundo y enfrentarse a la realidad, y la fotografía, que ha modelado su mirada. Es autor del álbum ]Stoops[, publicado por Los libros del cormorán.

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