Recibo un mail del Museo Gregorio Prieto, de Valdepeñas. En él, Manuela Martín Rodríguez adjunta una amplia nota de prensa donde se comunica que el jueves, día 15 de febrero, el Ayuntamiento de Madrid descubrirá una placa conmemorativa, en la Avenida General Perón número 13 de dicha capital, donde vivió y tuvo su estudio el pintor valdepeñero Gregorio Prieto. El acto se convoca a las doce del mediodía de la jornada ya citada.
Me da mucha alegría que un artista, por mí tan admirado, reciba dicho reconocimiento. No parece gran cosa una plaquita de nada fijada a unos ladrillos, pero tiene mucha importancia que la capital de España recuerde, para la posteridad, a sus residentes más notables, máxime en el caso de Gregorio Prieto, que, pese a nacer en la Mancha de Valdepeñas y haber vivido en otros países, pasó la mayor parte de su vida en Madrid, desde muy pequeño, considerando esta ciudad como propia y loándola con numerosas creaciones suyas que muestran, con la mayor belleza, los que fueron sus predilectos rincones madrileños. Al titular de una placa de éstas se le hace clásico.
Decido ir. Por asistir a un cotarro que no me desagrada, observar la placa “en vivo” cabe la entrada del portal que tantas veces traspasó Gregorio, y por pensar en hacer unas fotos, quedarme con la copla de lo que se diga, y con la copla del acto en sí, y por eso de escribir un artículo glosando ese momento, que no superó la media hora; cosa que estoy haciendo ahora con el fin de que los posibles lectores, entusiastas de la figura del pintor y su arte, sacien su curiosidad.
Así que agarro el móvil buscando la aplicación de Renfe y, ¿qué pasa? Pues que hay dificultad para encontrar billete. Yo puedo viajar a Madrid desde Cuenca o desde Alcázar de San Juan. Desde Cuenca es AVE; el billete no tiene precio fijo, fluctúa según las fechas. Organizas tu viaje como mejor salga, pagas, y sales, sin problemas, a Madrid de la estación Fernando Zóbel, y viceversa, a Cuenca de la estación Almudena Grandes. Pero Alcázar de San Juan-Madrid y Madrid-Alcázar de San Juan lo cubre el servicio ferroviario de Media Distancia y viajando en Madia Distancia hay abonos gratuitos. Pagas una fianza inicial de 20 euros y durante cuatro meses, en un trayecto determinado, de ida y vuelta, te mueves en tren gratis las veces que quieras. Y si en el cuatrimestre realizas 16 trayectos, se te devuelven los 20 euros
¿Qué ocurre? Que la mayoría de los días los trenes en casi todos los horarios –y hay bastantes- van llenos (en la aplicación pone “Tren completo”). La gente, no sólo de Alcázar, sino de Albacete, de Ciudad Real, incluso de Jaén, con sus poblaciones donde para el convoy, en lugar de comprar sus “chucherías” en sus ciudades y pueblos de residencia, se va a Madrid a satisfacer la compra y, al paso, orillar la Cibeles, el Palace, la Puerta del Sol o la Gran Vía y penetrar en las diversas sucursales del Corte Inglés. Se perjudica, así, la economía de esas villas. Y como la empresa Renfe, ante tal realidad, se resiste a enganchar más coches a los cinco habituales, si tienes una urgencia para ir a Madrid a realizar un trámite inexcusable, no puedes ir en tren y tienes que tomar un taxi, con el consiguiente desembolso. El autobús no es alternativa porque, al menos en Castilla-La Mancha, las líneas de bus brillan por su ausencia, o su llamativa carencia. Es lo que tienen los gobiernos populistas: impulsar las ofertas para todos igual, no ciñéndose solamente a los trabajadores, a las personas sin recursos, a los verdaderamente necesitados.
Al cabo, tuve suerte porque en la víspera se había producido alguna anulación y pude reservar plaza para viajar a Madrid y asistir al descubrimiento de la placa de Gregorio Prieto. Llegué al número 13 de la Avenida General Perón, y todavía la placa estaba cubierta por un pequeño lienzo ilustrado con la bandera de España. Algunas cámaras ya estaban preparadas para filmar, sujetas en sus trípodes. Había una pantalla a la entrada del portal mostrando imágenes de los cuadros de Prieto y del pintor. En punto, iniciaron el acto cuatro saxofonistas interpretando una melodía de la zarzuela La boda de Luis Alonso. Acto seguido habló Jesús Rubio, gerente de la Fundación Gregorio Prieto, resumiendo la trayectoria del artista, y a continuación tomó la palabra Conchita García-Noblejas, presidenta de la Fundación. Un anodino director general del Ayuntamiento de Madrid descubrió la placa mientras los saxofonistas tocaban el himno nacional.
Después la organización nos pasó a los asistentes a una techada terraza de un bar adyacente para tomar, así se nos dijo, un vino español, pero no de Valdepeñas, ¡qué fallo! Allí saludé a alguna gente que conocía, la verdad, por encima: al director del museo, Raúl Luis García, a Conchita García-Noblejas, que yo creía que no me recordaba, pero sí, por mis escritos y mis conferencias sobre la relación de Eduardo Chicharro y Gregorio Prieto en la Academia de España en Roma (eché en falta que no nombrasen a Chicharro en la presentación); incluso saludé también a Paco Clavel, si no natural valdepeñero, sí residente de pequeño en Valdepeñas. Él sí que no se acordaba de mí, pues ya hacía décadas que estuvimos de juerga toda una noche en la feria de Alcázar. Departimos unos instantes muy agradables. Llegó con su pinta característica y con el atuendo de una faldita escocesa. Yo creía firmemente que iría a ver al alcalde de Valdepeñas, Jesús Martín. Él, en su escaso ejercicio literario, ha trabajado el tema de Francisco Nieva, de Prieto y de algunos de esos afines. Desde aquí le reprocho su ausencia; debería haber estado obligatoriamente allí.
En este edificio donde se ha colocado la placa (algún interviniente dijo que tuvieron que estar de acuerdo todos los vecinos para ponerla, al igual que una reproducción de un cuadro de Prieto dentro del portal, cosa que no entiendo) es donde tuvo Gregorio Prieto el último domicilio en Madrid. Un viernes, después de irse la asistenta, se cayó y no pudo levantarse del suelo todo el fin de semana hasta el lunes que llegara ella. Asustado, como es lógico, de inmediato se ingresó en una residencia de monjas en Valdepeñas. Las monjitas, al parecer, le decían: -Don Gregorio, píntenos usted algo. Y él, que no era ateo sino devoto, les contestaba: -Si yo ya no me acuerdo de pintar. Toda su obra la legó al pueblo de Valdepeñas, recogida, con el máximo esmero, en el museo que lleva su nombre, recientemente remodelado.
Él se lo montó muy bien para conservar su memoria y crear una fundación, que pervive holgadamente, cuando otras fundaciones, de referencias renombradas, o han desaparecido o flojean. El pintor vendió mucho, a los pudientes, a la aristocracia. Le encargaron muchos retratos. Cobraba bien y él era hormiguita, y es posible corroborar que era un tanto agarrado. Además, como dice con gracia el poeta valdepeñero Joaquín Brotóns, Gregorio no era “borracha”. Nunca malgastaba el dinero. Se dedicó a comprar pisos y locales en el nuevo Madrid que se estaba construyendo; por ejemplo, donde él vivía, al lado del Bernabeu. El padre de Conchita García-Noblejas era notario y amiguísimo de Prieto y él le aconsejó (y esto se ha dicho en el acto del descubrimiento de la placa) que comprara pisos y locales no muy grandes, con el fin de asegurarse la renta. Por consiguiente ahora, la Fundación Gregorio Prieto, aparte de conservar ejemplarmente el legado del artista, actúa, de algún modo, como una empresa inmobiliaria, encargándose de cobrar múltiples alquileres.
En fin, que el rato resultó muy entretenido. Huelga referirse críticamente a la obra de este gran pintor, que efectivamente fue el emblema plástico de la Generación del 27, pionero, en unión de Eduardo Chicharro, de la vanguardia postista y uno de los artistas españoles consagrados no sólo dentro del estricto panorama nacional.