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¿En qué se ha convertido la fotografía?

 

Un nuevo lenguaje nació en 1839 en uno de los bulevares más concurridos de París, el Boulevard du Temple, el escenario de la primera fotografía de la historia. En ese mismo año, el francés Louis Daguerre presentó en la Academia de Ciencias en París el daguerrotipo, un procedimiento en el que la imagen se forma sobre una superficie de plata pulida como un espejo. Consiguió atrapar la luz en el tiempo.

 

Un invento que cambió la forma de observar de la humanidad, renovó el código visual y amplió las nociones de qué debe ser apreciado, de qué merece la pena mirar. Una nueva gramática, una nueva ética de visión, un nuevo lenguaje. Para la ensayista estadounidense Susan Sontag, en su tratado Sobre la fotografía, “hoy todo existe para culminar en una fotografía”.

 

En su evolución, la fotografía se ha unido a la semiótica. Por tanto, se ha convertido en un texto que puede ser leído, analizado, manipulado y compuesto. Un elemento desgranado en la dicotomía del significado y significante. Fue el estadounidense Charles Sanders Peirce quien tomó el modelo semiótico para analizar la fotografía en el marco de la semiología: ¿Por qué y cómo en una determinada sociedad algo –una imagen– significa?

 

“Usted aprieta el botón, nosotros hacemos el resto”. Fue la consigna que revolucionó el concepto de la fotografía en 1888. La empresa Eastman Kodak creó unas cámaras cargadas con un carrete de cien fotos, listas para utilizar, al asequible precio de 1 dólar. La propia Kodak era la encargada de revelar esas instantáneas y recargar la cámara. La explosión de aficionados desconocía el mágico proceso del revelado, sólo había que apretar un botón. La compostura, seriedad y formalidad de los estudios fueron devoradas por la sonrisa, la jovialidad y la informalidad de la instantánea popularizada.

 

La fotografía ha dejado atrás el arquetipo de la imagen fija impresa. Ahora existen múltiples posibilidades alrededor del cuerpo visual. Su concepto ha evolucionado con la sociedad y las revoluciones tecnológicas. Los programas de retoque fotográfico se han expandido desde el avanzado Photoshop, que cumple 25 años, a los filtros predeterminados de Instagram.

 

Me asalta una duda entre muchas: ¿Una fotografía manipulada por ordenador deja de ser una fotografía? No pretendo contestar a esta cuestión. Más bien, es una introspectiva pregunta retórica (aunque espera pacientemente ser contestada) porque todavía no he encontrado una respuesta válida. Sólo entresijos que no consigo unir para poder autocontestarme. Porque cuanto más leo, menos claro lo tengo. A partir de aquí, sólo presento más preguntas y reflexiones entremezcladas con las intuiciones de algunos pensadores. Espero que les asalten las mismas dudas que a mí. Y, si tienen alguna respuesta, no dejen de avisarme.

 

¿Cómo y qué espera la sociedad de la imagen? En esta pregunta entra el factor de la semiótica.  Es decir, la relación entre la experiencia sensorial y el significado de la imagen. El preconcepto de qué y cómo debe ser la fotografía choca con las nuevas variantes. El filósofo y semiólogo francés Roland Barthes considera en El mensaje fotográfico que la fotografía no es tan sólo un producto o una vía sino también un objeto dotado de una autonomía estructural. ¿Tiene que ser identificada, como sugiere el lenguaje común, con la copia o reflejo de la realidad? Difícilmente, es una pregunta con respuesta múltiple.

 

Un claro ejemplo es la maestría y el ingenio del fotógrafo Andre Boto. Un portugués especializado en diseño, dibujo y, sobre todo, Photoshop. Su vídeo Night Walking es un trucaje fotográfico en toda regla: eliminación de objetos urbanos para introducir nuevos elementos, luz artificial con sombras provocadas, teletransporte de personas de una imagen a otra… La creación de una imagen irreconocible.

 

¿Es de verdad una fotografía? No cabe duda que es la fusión de varias imágenes que terminan conformando una sola, una hibridación producida por un programa ajeno a la producción fotográfica instantánea. Aunque Photoshop se ha convertido una de las principales herramientas de cualquier fotógrafo, ya sea a nivel amateur o profesional, su uso está desbordando los límites de la fotografía pura que tanto predicaban Ansel Adams, el grupo f/64 y su búsqueda de la perfección en la técnica fotográfica.

 

El fotoperiodista Paul Hansen, ganador de la 56ª edición del reconocido World Press Photo, en 2012, fue criticado por la utilización del HDR en la fotografía ganadora. Una imagen abrumadora que muestra la desesperación de dos hombres palestino que transportan los cadáveres de dos niños envueltos en sábanas blancas. Una fotografía convertida en un lienzo. Hansen utilizó la técnica fotográfica del HDR (“alto rango dinámico”, sin anglicismos) que se realizada con Photoshop a partir de la composición de tres imágenes en distintas exposiciones lumínicas, lo que otorga a la imagen un resultado espectacularmente pictórico. En ningún momento provoca distorsión en la composición de la toma instantánea, sólo supone una mejora del color y la profundidad de campo.

 

En la última edición de World Press Photo, este 2015, hasta un veinte por ciento de las imágenes que llegaron a la penúltima ronda fueron descalificadas por determinar que habían sido manipuladas y retocadas en exceso. Uno de los miembros del jurado, Patrick Baz, afirmó: “Me siento triste de que nuestra profesión se haya visto empañada por los cazadores de premios para conseguir el reconocimiento. Están poniendo en peligro la esencia del fotoperiodismo”.

 

Por mucho que les interese reflejar la realidad, los fotógrafos siguen bajo las asechanzas, por los tácticos imperativos del gusto y la conciencia, como sucede en el arte de la pintura. Susan Sontag lo afirma en su tratado Sobre la fotografía, y lo cuestiona Laura González en su libro Fotografía y pintura: ¿dos medios diferentes?: “Muchas veces la fotografía pura no nos ofrece la posibilidad de expresar con exactitud aquello que queremos transmitir”. Resulta curioso que Henri Cartier-Bresson propusiera que los fotógrafos renunciasen al color por una cuestión de principios ya que “el color pertenece a la pintura”.

 

Sontag afirma que “la fotografía no ha sido más inmune que la pintura a las dudas modernas más características respecto de cualquier relación directa con la realidad”. La mejora del color, saturación de curvas, de luz, conversión al blanco y negro no debería suponer ningún tipo de polémica. Estas técnicas siempre se han hecho y siempre se harán, tanto en la era analógica como en la digital.

 

La manipulación ha existido mucho antes de la irrupción de Photoshop. “La manipulación de la foto antecede largamente a la era digital: siempre ha sido posible que una fotografía tergiverse las cosas […] Una fotografía se considera falsa cuando resulta que se ha engañado al espectador en relación a la escena que al parecer se representa”, meditaba Susan Sontag en su libro Ante el dolor de los demás.

 

Incluso la agencia Magnum ha reconocido que en la época analógica realizaban en los revelados ajustes por zonas como desvelaron de The Literate Lens y su entrevista “Magnum and the Dying Art of Darkroom Printing”. En ella se explica el proceso y selección de zonas en la conocida instantánea de James Dean bajo la lluvia en Times Square, de Dennis Stock, o la icónica del Che con su puro habano, de René Burri.

 

Es indudable que una fotografía equivale a la mirada del autor y sigue siendo del todo vigente aquella reflexión de Godard que consideraba la decisión acerca de cómo usar la cámara como una cuestión moral, ya que supone una elección de cómo se contempla la escena, un punto de vista. Entendemos que el dogma anglosajón de la objetividad es un desideratum, pero otra cosa distinta es el manoseo digital.

 

Fue el caso del fotógrafo mexicano Narciso Contreras, ganador del Pulitzer en 2013. No fue sólo criticado por prácticas el manoseo fotográfico. Perdió su puesto como freelance en la agencia Associated Press al alterar su foto de Siria borrando del suelo de la escena un detalle: la cámara de un compañero. Aceptó que se equivocó sin ambages al manipular la imagen y declaró ante los medios que reconocía su error y que le gustaría “poder volver atrás para deshacerlo”. También hizo acto de arrepentimiento en su cuenta de Facebook: “Soy un ejemplo viviente para los colegas, los fotógrafos principiantes y los aspirantes a fotoperiodistas de lo que no se debe hacer”.

 

Entonces, si este fotógrafo es acusado de traspasar los límites de la manipulación fotográfica… ¿Qué es la obra de Andre Boto? Sus imágenes no tendrían ningún tipo de valor para el Pulitzer ni para el World Press Photo. Ni siquiera existe la posibilidad de que recibiera alguno de estos premios. Por tanto, si los premios más importantes lo rechazan, ¿es una fotografía? ¿Es una instantánea? ¿Cómo se calificaría esa imagen?

 

En la fotografía ya no hay momento preciso. Ahora todo es una sucesión de focos inexactos, impresiones imprecisas, visiones torcidas. Como dice Susan Sontag, “la fotografía se ha transformado en una diversión casi tan cultivada como el sexo y el baile, lo cual significa que la fotografía, como toda forma artística de masas, no es cultivada como tal por la mayoría”. Todo el mundo puede acceder una cámara, da igual que sea una cámara DSLR o un Smartphone, y programas de retoque. Incluso las cámaras integradas de los teléfonos móviles incluyen su supuesto programa de HDR o time-lapse, popularizando los términos.

 

No se presta atención a la toma en el instante. A su importancia. A su relevancia. Ni siquiera a su significado: ¿Por qué fotografiamos? A nadie le importa nada. “¡Bah, esto está hecho con Photoshop!”. “Eso lo podría hacer yo”. O el recurrente: “Eso lo puedes arreglar con Photoshop”. Expresiones de desprecio que deniega los conocimientos del programa, como si cualquiera pudiera utilizarlo y, todavía más allá, desprecio a la propia fotografía.

 

Estas afirmaciones han producido un detrimento en el estatus de la fotografía pura que se ha visto cuestionada a causa de los métodos y técnicas digitales. Toda imagen increíble es puesta en duda, tanto su autenticidad como su belleza real. Las vanguardistas de Chema Madoz son un ejemplo. Parecen una transgresión de la realidad, fotografías hijas de Photoshop, cuando en realidad no lo son. Todas sus obras son creadas para ser retratadas. De hecho, en pleno siglo XXI, sigue trabajando de forma analógica para crear su poesía visual, que muchos creen sacadas del programa de retoque.

 

Dentro de esta continua vuelta de tuerca al concepto no se puede dejar de mencionar el arte de la fotografía surrealista. Un tipo de obras que están para disfrutar sin reflexiones preliminares ni posteriores, un recuerdo efímero de las obras de artistas como Dalí. Lo que diferencia a estas fotografías a las criticadas por su manipulación es que estas se presentan como un espejo desfigurado e irónico de la sociedad. En ningún momento se plantean engañar con la realidad. O sí. Poco importa si han sido creadas o no con Photoshop.

 

Este puede ser el caso del fotógrafo barcelonés, Joan Fontcuberta, y su proyecto Sputnik, en el que todo parecía real pero todo era falso. Incluso el programa Cuarto Mileno, que no es que se caracterice por la deontología periodista, decidió rendir “un merecido homenaje” en 2006 a un gran hombre borrado de la historia. Fontcuberta declaró en una entrevista al periódico El Correo: “Tiendo trampas destinadas a los crédulos. No esperaba que cayeran en una que tiene nueve años [Proyecto Sputnik nació en 1997 para la Fundación Telefónica] unos periodistas profesiones, que se supone que tienen que verificar y contrastar la información”.

 

Vuelta al círculo vicioso: ¿Qué es la fotografía? ¿Qué es manipulación? Si hemos entrado en este bucle es porque la vista de la fotografía se ha extraviado. Tal vez ha perdido el rumbo al que estábamos acostumbrados, no lo encontramos dónde debería estar. La foto se distribuye a través de sus espacios, de su proceso que la impregna como imagen, desrealizada. 

 

Deberíamos enfocarnos en responder qué es la verdad y cómo el ojo subjetivo del fotógrafo quizás está pasando demasiado tiempo frente al ordenador y poco tiempo haciendo fotos. En este bucle de confusión deberíamos plantearnos adaptar el adjetivo “fotográfico” para aludir a todo lo que pueda ser considerado fotografía, en su más amplio término y significación. Por desgracia, en nuestra lengua un adjetivo no suele tener el poder de nombrar objetos para convertirlos en sustantivos.

 

 

 

 

Ana Márquez es estudiante de Periodismo en la Universidad Carlos III de Madrid. Creadora de divagaciones artísticas en el blog Verdades Imprecisas e interesada en mostrar y disminuir las desiguales sociales, sobre todo en América Latina. Actualmente, traductora para Mídia Ninja. En FronteraD ha publicado Clarice Lispector, ave fénix de la literatura brasileñaBuenos Aires, el caos del tango.

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