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En tiempos de guerra

Qué veloz es el tiempo, más todavía cuando la edad pesa. El humano es el ser que mejor se acostumbra a cualquier circunstancia imprevista. A la suerte o a la desgracia. Al éxito o al fracaso. A la riqueza o la pobreza. A la justicia o la injusticia. Incluso a la pérdida de una persona querida, aun cuando nos parezca que el dolor no será soportable. Tres meses han pasado desde el día aquel que Vladímir Putin anunciaba con descaro una operación militar especial en Ucrania para acabar, según él, con una pandilla de nazis y corruptos. Y ya nos hemos acostumbrado.

Nos hemos habituado a ello, a escuchar las noticias matinales y enterarnos de las nuevas barbaridades que ocurren en Ucrania, un país del continente europeo. Las encasillamos en la “sección Ucrania”. Nuestros gobiernos han impuesto unas severas sanciones económicas a Moscú que según institutos de estudio van a dañar un 15% al PIB ruso este año y un 3% el año próximo. Pero ahí sigue el autócrata del Kremlin en medio de los rumores de que su salud es precaria. La inteligencia estadounidense asegura que Putin podría tener un cáncer linfático. Otras fuentes insisten en que más temprano que tarde abandonará la presidencia y será relevado por Nikolái Pátrushev, el secretario del consejo de seguridad¡ del Kremlin.

En tiempos de guerra hay quien como Josep Borrell, el responsable de política exterior de la UE, nos avisa que la situación, si se enquista como parece, puede provocar un tsunami de imprevisibles consecuencias. La economía mundial ya se ha visto seriamente dañada por la ocupación rusa de Ucrania. Y lo que es peor: si persiste el bloqueo portuario ruso y con ello se impide la exportación ucraniana de cereales las consecuencias para África serán bíblicas. La dependencia europea del gas y petróleo rusos serán un chiste en comparación con la de cereales, aún a pesar de que la hasta ahora unidad de los países europeos podría resquebrajarse debido a la dependencia energética de países como Alemania o Hungría, cuyo primer ministro, Viktor Orban, siempre ha mantenido buenas relaciones con Putin.

Asistimos en estos tiempos de guerra a una bipolarización mundial muy grave y profunda. De un lado Estados Unidos y Europa y del otro Rusia y China. ¿A dónde vamos nosotros, europeos, con esta marea incontenible pese a que nos hemos acostumbrado a esta catástrofe, que sucede no lejos del patio de nuestra casa? Algunos dirán que también nos habituamos a la de los Balcanes, pero aquella fue consecuencia del desmembramiento de la antigua Yugoslavia al poco de la muerte del mariscal Tito. Sin duda, una feroz guerra civil. Esta es bien distinta. Aquí se trata de la ocupación ilegal de un país democrático por parte de una potencia militar, que sostiene que necesita más espacio para proteger su propia estabilidad y que con el ingreso de los antiguos países del Este en la OTAN se siente amenazada. Todo ellos a pocas semanas de que dos naciones hasta ahora neutrales como Suecia y Finlandia vayan a ingresar en la Alianza Atlántica con las reservas de Turquía. Es previsible que en la Cumbre de Madrid, a finales de este mes, quedará sellado el ingreso lo que acrecentará las amenazas rusas.

En tiempos de guerra aceptamos que más de seis millones y medio de ucranianos se hayan visto obligados a huir de un país de casi 45 millones de habitantes. Nos acostumbramos también a enterarnos de los atropellos cometidos por las fuerzas de ocupación. Al principio no dábamos crédito. Ahora encajamos las noticias y las colocamos en el cajón de barbaries humanas. Las salvajadas impunes contra población civil inocente o el descubrimiento de fosas comunes ya son pura rutina. Cotidianeidad procedente de las órdenes de un sátrapa, que no tiene reparos en identificarse con el zar Pedro el Grande cuando invadió parte de los países escandinavos. Llevar a Putin y los responsables de las atrocidades al tribunal de crímenes contra la humanidad de La Haya llevará años o incluso será imposible.

¿Cuántos civiles han muerto en tres meses de guerra? ¿Cuántos militares de un lado y de otro han caído en la contienda? Ninguno de los dos bandos es claro al respecto, porque a sus gobernantes no les interesa minar la moral de la población. Esta semana el ministro de Defensa ucraniano aseguraba que un centenar de soldados muere cada día. Ignoro si esa cifra es real. Los rusos mantienen un silencio total sobre sus pérdidas humanas. A mitad de la contienda se habló de más de 15.000 militares rusos fallecidos. La ONU informa que al menos 4.200 civiles han muerto en estos más de cien días de guerra. Sin embargo, la propia Naciones Unidas considera que esa cifra puede ser mucho más elevada.

En estos tiempos de guerra nos perdemos, o directamente apenas nos cuentan nuestros gobernantes, si existen vías de negociación directa entre las dos partes. O cuál es el resultado de los dos contactos telefónicos, que, por ejemplo, el presidente francés, Emmanuel Macron, ha mantenido con Putin en los últimos días. En el primero, que fue a tres, pues participó también el canciller alemán, Josef Scholz, ambos líderes, según la prensa francesa, le exigieron el desbloqueo de puertos como el de Odesa y Mariupol para que Ucrania pueda exportar su cereal. Y del segundo encuentro lo único que trascendió fueron unas palabras de Macron manifestando que a su juicio sería un error arrinconar y humillar a Putin. Palabras que han indignado al mandatario ucraniano, Volodimir Zelenski, y que han pasado desapercibidas en la prensa europea. Zelenski pide una y otra vez más ayuda militar a los países occidentales. La capacidad militar de Ucrania debe de estar al límite, según reconoce Kiev.

En tiempos de guerra asusta pensar que el anterior presidente de EEUU, Donald Trump, pueda regresar a la Casa Blanca en 2024. ¿Qué habría hecho Trump? ¿Cómo habría gestionado esta guerra con un dirigente con el que mantuvo buenas relaciones hasta que llegó a la presidencia por los muchos intereses económicos que le ataron a Rusia? El Congreso estadounidense acaba de concluir después de una larga investigación que el anterior presidente fue quien impulsó el asalto al Capitolio días antes de la investidura de Joe Biden a la presidencia.

Pero en tiempos de guerra conmueve todavía leer noticias como la de ese grupo de niños que se reunieron en un estadio de fútbol para celebrar con canciones el final de curso y expresar el deseo de que la paz se reestablezca ya. O la de ese joven que defendió su tesis doctoral vía internet en mitad del bosque en un descanso mientras defendía su patria en el campo de batalla.

Y en estos tiempos de guerra, la barbarie que nos rodea me hace refugiarme en la cultura, en la música, en escuchar el Réquiem de Mozart en una iglesia parisina o de disfrutar en Versalles de un maravilloso concierto de Brandemburgo interpretado por una orquesta de cámara berlinesa especialista de la obra de Bach. Indudablemente somos capaces de lo mejor y de lo peor. Así nos lo muestra cada minuto la historia de la humanidad.

 

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