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‘En tierra hostil’. Una visión sobre Irak

 

La película de Kate Bygelow se ha convertido en el primer film ambientado en Irak ganador de un Oscar a la mejor película. Siete años después del inicio de la guerra, el conflicto sigue abierto pero la ilegalidad de la invasión ha pasado a un segundo término. Estos dos planos de realidad son precisamente en torno a los que han orbitado las aproximaciones a una guerra todavía activa, que ha provocado ya centenares de miles de víctimas civiles y sigue desangrando a la población iraquí día a día. La calidad cinematográfica de En tierra hostil es indiscutible, pero su planteamiento narrativo ha levantado dudas razonables. No hay una ideologización sobre la operación militar americana en el país, sino que trabaja sobre su presencia en terrero iraquí para mostrar el día a día de un equipo de desactivación de minas.

       La guerra del Golfo fue el primer conflicto bélico retransmitido en directo por la televisión. La cobertura de la CNN, auspiciada por el ejército norteamericano, mostró sólo aquello que los mandos militares permitieron ver. Hasta el punto de que el símbolo de aquella guerra fue la imagen de un pájaro anegado en petróleo, haciendo invisible la miseria humana que desata todo conflicto bélico. En cambio, la guerra de Irak ha sido la contienda que ha generado el mayor y más diverso volumen de imágenes. Desde las películas producidas por multitud de países, a los vídeos grabados por los propios soldados o los colgados en Internet por células yihadistas, sin olvidar los filmes de Mohamed Al Daraji.

       Pero lejos de hacer visible una realidad que todos los días anuncia su tragedia en forma de noticias de atentados, ha provocado tal multiplicidad de niveles de realidad que resulta difícil establecer un discurso claro. Brian de Palma ya mostraba en Redacted la única salida posible del audiovisual respecto a Irak, la reconstrucción del horror a través de la realidad ficcionalizada, incorporando a su discurso las nuevas formas de difusión de la imagen. No tiene sentido detenerse en el contexto, ya que se da por hecho que el espectador tiene forjado un punto de vista de antemano. Recordando el pensamiento de John Berger, la manera de cada persona de interpretar la película dependerá de su modo de ver, y por ello hay que andar con pies de plomo y no sacar conclusiones apresuradas.

       El acercamiento metódico y cercano a la brigada personifica inevitablemente el conflicto en la peligrosa rutina que viven cada día los soldados americanos. Sus intervenciones están planteadas por la directora como pequeñas piezas de tensión y ritmo cinematográfico orquestadas con maestría, que se repiten a lo largo del metraje. El sargento William James afronta estas situaciones en las que su vida corre constante peligro con una alegre despreocupación temeraria. Incapaz de disfrutar del sueño americano que le espera en casa, sólo puede sentirse vivo cuando experimenta la adrenalina de la batalla. Adicción que comparte con el protagonista de la serie 24, Jack Bauer, con la que En tierra hostil establece una relación tanto temática como estilística. Al fin y al cabo, de lo que nos habla la película es de las sombras que rodean a la figura del héroe americano. Un tema que John Ford trató ejemplarmente a lo largo de su filmografía, especialmente en las películas que rodó con John Wayne.

       En este sentido, es importante sacar a colación Generation Kill, otra pieza televisiva que contaba los primeros días de la guerra de Irak a través de un batallón de reconocimiento. La miniserie de David Simon y Ed Burns es una de las más sorprendentes aproximaciones que se han hecho al conflicto. A lo largo de sus siete episodios, se destila lentamente el sin sentido de esa guerra a través de los trayectos a ninguna parte que efectúa el batallón. La narración se centra en los desplazamientos de unos hombres en cumplimiento de una misión que en el fondo consiste en perseguir un enemigo fantasma. El heroísmo se ve anulado en esta ocasión por la ausencia de acción. Por eso, la de En tierra hostil se convierte en el contraplano de la serie, pura puesta en escena de la acción frente a la espera.

 

 

       Bygelow utiliza la cámara en mano y los planos subjetivos para crear una angustiosa sensación en el espectador, a quien sólo le queda esperar la explosión de los artefactos. Mientras tanto, los iraquíes sólo pueden asomarse a los balcones y contemplar impasibles las acciones del ejército estadounidense. Vemos a los soldados observados por multitud de personas a quienes la inevitable paranoia acaba convirtiendo automáticamente en enemigos. El clima de sospecha continua muestra la dificultad de una convivencia entre civiles y soldados extranjeros que frecuentemente acaba en tragedia. La directora muestra inteligentemente el carácter subjetivo que tienen las impresiones de los marines. Dudas, que vistas a través de la mirilla telescópica de los fusiles,  evidencian la facilidad con la que pueden acabar con la vida de cualquier iraquí. No hay lugar para el entendimiento entre invasores e invadidos. El aparatoso traje de protección que viste el sargento James le convierte en una presencia prácticamente extraterrestre entre esa multitud, que únicamente puede contemplar las desactivaciones con el peligro de que uno solo de sus movimientos sea malinterpretado.

       En definitiva, estamos ante una de las mejores películas del año, pero hay dudas razonables que impiden abordarla con claridad. La película de Kate Bygelow se ha de tener en cuenta como una pieza más del puzzle audiovisual que se actualiza día a día sobre la guerra de Irak. Quizás sea esta la manera en la que hay que juzgar En tierra hostil y no apresurarse a etiquetarla como amoral, ya que en una sociedad donde abruma la sobreinformación, no hay más remedio que elaborar un discurso que parta de lo concreto para llegar a lo general. En última instancia, que cada uno saque sus propias conclusiones.

 


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