Otra vez, en tránsito.
Los casi 40 grados que agotaban ayer a los madrileños me parecen casi un sueño ahora que, en Santiago de Chile, la mañana saluda con neblina fría y las sandalias dejan lugar a los abrigos y bufandas. Menos mal que decidí cargar con el abrigo de invierno, me digo, mientras leo en la Folha de São Paulo que Sampa me recibirá con mínimas históricas de 5 grados. Otro choque térmico. Anoche eran las diez y todavía era de día; esta tarde, a las seis será à noite. Ayer aún tocaba gazpacho y jamón; hoy me recibirá el pão de queijo y las porções de frango ao passarinho.
Suerte que esos amigos que son mi familia al otro lado del charco ya se movilizan para recibirme esta misma noche: en estas horas en que soy toda saudade, es un consuelo imprescindible, vital.
Hoy crucé, una vez más, la cordillera. Esta vez, desde el aire. Los Andes nevados en pleno invierno; en mi retina, todavía, aquel paso inolvidable por tierra, aquella tarde inmensa y eterna que me recuerda, en estas horas de nostalgia y suave tristeza, las razones por las que decidí quedarme en América Latina…