Entiendo que uno se enamore de un rostro, de un cabello, una cintura, unas piernas. Entiendo si uno se enamora de unas manos, unas manos con dedos largos y uñas de esmalte rojo. Entiendo si se obsesiona con una clavícula, o unos hombros o una pelvis. Unas rodillas, unos tobillos huesudos. Los huesos suelen ser muy provocativos. Besar una clavícula, morderla, succionarla. Besar unos hombros, morderlos, succionarlos. Lo mismo con las costillas, la pelvis o las rodillas. Las rodillas… Agacharse y besar las rodillas es como decir un secreto al odio, quien lo recibe, el beso o el secreto, siente un escalofrío por la columna.
Pero ahora recién entiendo que también se puede enamorar de unos pies. De unos pies largos y delgados como filetes de salmón. Los pies largos fueron hechos para recibir masajes. Masajear las plantas de los pies, recorriendo la distancia del talón al pulgar, pasando por el puente y el juanete. Una distancia de ocho gotas de crema con olor a leche y coco. Pero así como fueron hechos para recibir masajes, también fueron hechos para darlos. La otra vez por puro juego le hice el amor a las plantas de sus pies. Los pies largos son excelentes amantes. A veces, eran torpes, pero esa torpeza era como una preciosa rubia atolondrada, porque unas veces está y otras veces no, así la tengamos al frente. Así son los pies. Distraídos peros suaves y pacientes.
Acabé, me derrumbé y me quedé besando y acariciando sus pies. Yo los miraba desde arriba y pensaba que vida solo vale la pena si me follo todo lo que se atraviese: un perro, una vaca, una hamburguesa, el aire, el agua, las montañas…, follarme un calcetín, una papaya, una sandía, follarme un libro, una película. Yo miraba sus pies, sus deditos como snacks de Yupi. Me preguntaba porque putas la vida suele ser tan fría. Por qué dejamos de sentir lo que decimos, por qué el viento pasa como un extraño, por qué dejamos de respirar con la paciencia de un elefante y comenzamos a hacerlo con la ansiedad de un perro. Por qué no somos capaces de cerrar los ojos, de quedarnos solos, de concentrarnos. Cuándo fue que dejamos de ser esas panteras acechantes que ayer éramos para convertirnos esta jaula de palabras que hoy somos. El efecto pos-polvo siempre me deja con sensiblería, qué le hacemos pues. Ahora entiendo que me pueda enamorar de sus pies.