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Mientras tantoEncuentros con gente excitante

Encuentros con gente excitante


Se me conoce, cosa que jamás preví en mi juventud, como un buen entrevistador: me lo han dicho varios, de confesiones adversas, y se acuerdan de algunos titulares y respuestas que conseguí con mis cucamonas. Uno de mis pequeños éxitos personales es oír a dos chicos delante mío en la cola de la sala Wurlitzer hablar de mi encuentro con Jorge Vestrynge en Jot Down. Por supuesto, no les conté que era mía: ¿quién sería tan hortera de hacerlo?

«A ver qué boludez le digo para que me deje ir a tomar mate…»

Cualquier encuentro hablado, pequeño reportaje lo llama el filólogo Xavier Pericay con astucia en su reciente libro, depende tanto de los conocimientos que más o menos se tenga preparados como de la capacidad de improvisar (qué extraño el símil con el sexo oral, ahora que lo pienso). Lo primero tiende a ser muy mecánico y es simplemente bucear en el bendito Google Books datos del entrevistado, el cual siempre agradecerá a un periodista informado. Lo segundo, casi un arte performativa -no tan distinto a ser actor-, necesita estar despierto en los renuncios del receptor y corregir el vuelo.

Esto es una de las cosas más aleatorias que puedan existir. En ocasiones tienes el día apagado, llevas una buena semana de trabajo, y eres incapaz de jugar a la contra. En otras, también, te enfrentas a un muro hierático que no muestra jamás grietas con tus pantomimas y chistes absurdos. Ese factor excitante, imprevisible, es el que hace intrigante cualquier entrevista si el personaje lo merece.

Mercedes Milá descubriendo las portentosas capacidades del cuarto trasero de Cela

He notado en los últimos años una pérdida de este género tan revelador, quizá demasiado literario (decían que Oriana Fallaci se las inventaba todas), por las nuevas generaciones. La dependencia de las pantalla, los cuestionarios por correo electrónico, han convertido en rutina algo que era visto como el género clave del gremio en los 70.

Así que, por favor, sed benignos con cualquier “rendez-vous” que veáis de cualquier plumilla con nombre o sin él. Detrás de cada una de ellas hay varios cafés, dos días leyendo biografías extravagantes y una imposible buena cara ante el entrevistado. Esta esconde nuestra amargura tan fecunda y literaria…

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