¿Qué hace que una enfermedad acapare titulares y sea conocida mundialmente? ¿Por qué patologías que causan una alta mortalidad son prácticamente desconocidas? La primera causa, y la más obvia, es la población a la que afecta una determinada patología. Si se trata de enfermos de países ricos el ruido mediático que se generará será mucho mayor, independientemente de la gravedad. Por ejemplo, se dedican muchas más páginas a la disfunción eréctil que a la diarrea, cuando esta última es la segunda mayor causa de muerte en niños menores de cinco años en el mundo.
El caso más reciente y paradigmático de esta desigualdad ha sido el ébola, un virus al que no hemos prestado atención hasta que no ha llegado a Europa y Estados Unidos. Es cierto que la última epidemia ha causado ya cerca de 5.000 muertos, pero por ejemplo esta misma semana hemos sabido que la tuberculosis provocó el año pasado un millón y medio de fallecimientos, aunque, a diferencia del ébola, existe una cura para esta enfermedad, que en los países desarrollados parecía casi erradicada (a pesar de que en ellos también la sufren los colectivos más desfavorecidos, por ejemplo en España un tercio de los casos afecta a pacientes de origen extranjero).
La leishmaniasis visceral o Kala Azar, es otra enfermedad “olvidada”, pese a los 500.000 nuevos casos anuales, la mayoría de ellos en seis países: Bangladesh, Brasil, India, Nepal, Etiopía y Sudán y a que es mortal si no se recibe tratamiento.
Por supuesto no se trata de valorar la importancia de una enfermedad “al peso”, por el número de muertos que provoca, sino de una cuestión de proporcionalidad. La cobertura en los medios debe contribuir a “sacar a la luz” todas estas patologías y fomentar la investigación y el desarrollo de nuevos tratamientos. El objetivo es, por tanto, hacer visible lo invisible. O al menos, intentarlo.
