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Mientras tantoEnrique Krauze: una aventura liberal (Imprescindibles y clásicos, III)

Enrique Krauze: una aventura liberal (Imprescindibles y clásicos, III)

La historia no tiene libreto    el blog de Joseba Louzao

Letras Libres
o Enrique Krauze. No pretendo engañarme y, además, no tendría ningún sentido.
No sé a dónde llegué primero, pero quiero creer que leí Siglo de
caudillos
,
una original biografía política
de México, antes de obtener un ejemplar de la revista hispanomexicana.
Además,
es muy probable que una cronología torcida por la memoria facilite la
confusión. Con todo, recuerdo haber encontrado ese libro de Krauze en
mi primer
año de carrera, mientras curioseaba entre las baldas de la biblioteca
universitaria. Por entonces México me inquietaba por ser un país
intenso y exótico o, lo que es lo mismo, incomprensible. Todavía
recuerdo que me decidí a llevarlo a casa porque estaba editado por
Tusquets. Sé
que fue una elección irracional, pero desde que leí a Milan Kundera me
fascina
el diseño y la tipografía de la editorial barcelonesa. También puedo
recordar
cómo disfruté de sus páginas y cómo sentí la cercanía de un mundo que
me era
extraño. Aunque solamente fuera por reconocerme, una vez más,
extranjero en el
pasado.


Por su parte, Letras Libres fue mi alimento intelectual en multitud de viajes entre Bilbao y
Vitoria. Todos los meses vigilaba atentamente los quioscos para conseguir el
número lo antes posible. Mi paso por la universidad se puede resumir con
facilidad: cuatro años de lector voraz y febril, sin control ni programa. Leía,
leía y, después, aún conseguía tiempo para seguir leyendo. Llegué a saltarme
algunas clases para quedarme en la sección hemerográfica de la biblioteca. Por
allí hojeaba otras revistas culturales, como Clarín, Quimera,
Turia, Revista de
Occidente
o Revista de Libros, pero sólo tenía una cita ineludible con Letras Libres. E, incluso, ahora caigo en la cuenta, mi fiebre libresca llegó a hacer que gastara en el aula
algunas tediosas clases de Historia Medieval leyendo Sin destino de Imre Kertész, que en aquel tiempo había sido
galardonado con el Nobel de Literatura. Uno de esos libros, y no son pocos, que
estuvieron en mi biblioteca y que ya no están, pese a seguir siendo parte de la
misma. Como alguien habrá escrito alguna vez, la estantería nunca debería ser penitenciaría.


Por todo ello, Enrique Krauze y Letras Libres
forman parte del extenso territorio moral que he
dibujado a través de mis lecturas. Existe un hilo invisible y personal
que me
traslada de Octavio Paz a Isaiah Berlin, pasando también por Karl
Popper,
Krauze o Vargas Llosa. Unas lecturas que no eran las de
mis compañeros y creo que tampoco las de mis profesores. Además, a
Krauze
le debo uno de los descubrimientos más soberbios de esta particular e
íntima
cartografía: ese sabio atento que fue Leszek Kolakowski. Y en algunas
extrañas ocasiones, encontré que compartíamos otros referentes literarios, como el poeta
israelí Yehuda Amijai. En definitiva, Krauze enseña lo qué significa realmente al concepto liberal en cada una de sus aportaciones y ha devuelto, como
escribió Paz, la transparencia a las palabras.


Maestro, clásico e imprescindible, tal y como se puede constatar en una recomendable conversación con Christopher Domínguez, recientemente publicada
en Letras Libres.
Leánla, porque obtendrán un perfil más cercano y rico del que
yo jamás podría hacer. Sé que aún me queda acercarme a algunas
obras de Enrique Krauze, sobre todo las que no han sido editadas en
España, pero con seguridad algún día saborearé de nuevo su estilo
narrativo, su erudición y su implicación
insobornable con el presente. Y lo haré con la misma curiosidad con la
que comencé a leer Siglo de caudillos.

 


“Lo que yo quería era comprenderlos. Comprenderlos, no
explicarlos. Explicarlos quiere decir insertarlos dentro de un cierto orden
histórico, como si la conducta humana fuera explicable científicamente. No lo
es: el azar y la irracionalidad cuentan muchísimo. Pero uno puede, en cambio,
acercarse a repensar sus pensamientos, permítaseme la repetición, a penetrar un
poco en sus mentes a través de sus cartas, de sus escritos, de sus actos, de
comprenderlos con la empatía”.

ENRIQUE KRAUZE

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