«¿En verano se hacen cosas distintas?», le pregunta al poeta-profesor Antonio Sánchez Zamarreño. «Alguna, sí. Los profesores, como lo soy yo, guardamos silencio. Durante el curso, uno tiene la impresión de que habla demasiado, requerido por los trabajos y los días. Y el verano es una ocasión de administrar los silencios, de ahondar en su espesura para, cuando vuelva a comenzar el curso, poder encontrar una fundamentación nueva y una nueva energía para las palabras que los jóvenes esperan de ti». «¿Y qué ha hecho usted este verano?», continúa. Responde entonces: «Pues eso: guardar silencio. Buscar raíces y razones lo más trabadas posibles para poder ejercer, con humildad, sí, con vértigo, sí, pero sin sonrojo, ese privilegio de poder dirigirme todos los días a unos estudiantes que esperan mucho –nada menos que razones para ser ellos mismos– de nosotros». Frente a los luminosos parpadeantes que promocionan y ofrecen y tientan, mejor será seguir leyendo la entrevista. Y yo me callo hasta otro jueves. (La ausencia en las dos últimas semanas nada tuvo que ver con la implosión del sistema por aquel viernes portugués.)