Hace quince años que soy profesora de español en la Universidad de Génova. A los treinta y pico años, cuando me trasladé a vivir a Italia, se me ocurrió que podía enseñar mi idioma. La verdad es que en una ciudad italiana de provincias alguien que quisiera ganarse la vida como freelance en la prensa española no tenía mucho que hacer. Yo era actriz y maestra, pero lo que se dice las lentejas me las ganaba con las colaboraciones en periódicos y escribiendo libros de texto. Solo había dado clases de teatro y danza. Sabía que en las universidades existía una figura llamada lector. En realidad lo había descubierto en el libro Todas las almas, de Javier Marías, donde creo recordar que el protagonista era lector en Oxford. A mí, persona de viva imaginación y amiga de la lectura, ser lectora me parecía un oficio precioso, aunque no tenía muy claro en qué consistía.
Me postulé a la universidad y me aceptaron. Puedo decir que mis alumnos me han convertido en profesora de español. Esto y las muchas horas que después de las clases dedicaba a profundizar en mi propio idioma. Destripándolo y desentrañándolo como se desentraña un enigma.
Descubrí que el lector es el profesor de una lengua extranjera, al menos en la Facultad de Lenguas y Literaturas Extrajeras de Génova. No está mal elegido el término porque quien enseña un idioma enseña a leer. También a leer. Como terapia de choque el jefe de la sección de español de la facultad me propuso dar clases a los alumnos de quinto curso de carrera, que después se convertiría en el segundo de la licenciatura magistrale, equivalente al máster oficial en el sistema español. Mis primeros alumnos corrieron la suerte de conejillos de indias… Mis superiores me aconsejaron que, ya que era actriz y conocía la literatura dramática española, me dedicara a traducir a Lorca. Lo hice. Y no solo a Lorca. Recuerdo con especial cariño las traducciones que proponía de Alfanhuí, de Rafael Sánchez Ferlosio.
Un nuevo oficio que nunca había pensado ejercer iba naciendo dentro de mí y me gustaba. Al principio tuve que lidiar con el pánico escénico y el miedo a equivocarme. Pero me estimulaba el reto. Descubrí el placer de estar delante de los chicos, que cada año cambiaban como una esperanza renovada. Me parecían un milagro aquellos rostros curiosos, ávidos por aprender (no siempre, no todos), que me estimulaban a mejorar cada día. Sentía la enseñanza como un abrazo al que no debía escapar ningún alumno, por muchos que hubiera en el aula. Aún sigo sintiéndolo ahora, a pesar de que, como todos los trabajos, con el tiempo se enrarecen por cuestiones colaterales casi siempre ajenas a nuestra capacidad, entusiasmo y motivación. No tardó en ocurrírseme la idea de aplicar a la enseñanza de la lengua extranjera mi experiencia adquirida en años como colaboradora en prensa. Porque huelga decir que el teatro, para un actor que además imparta clases, es consustancial.
Pienso que la lengua de la prensa nombra el mundo en que vivimos, lo que nos pasa. Es una lengua viva, vulnerable a los cambios a los que se adapta. En concreto en España el lenguaje de los periódicos se normaliza, vigila y protege con los libros de estilo, algo que por ejemplo no sucede en Italia. Los métodos para el aprendizaje de las lenguas extranjeras a menudo manipulan y adaptan los textos recogidos en periódicos u otro tipo de publicaciones. También sucede con los textos literarios. Acudir a la fuente, en este caso la prensa, y a los textos escritos por los verdaderos autores, permite al estudiante entrar en contacto con el hecho tal como lo cuenta el periodista, el analista, el crítico, el escritor. Por último, y cuestión más importante, sostengo que los jóvenes tienen que conocer lo que sucede en el mundo en el que viven. Llama la atención que estando en continuo contacto con medios de comunicación, a la mayoría de ellos le resbale lo que sucede fuera de su esfera, muchas veces virtual más que real. Algunos alegan que las noticias son tristes y, por lo tanto, mejor evitarlas. El reciente artículo de Ignacio García Rey, Apocalipsis juvenil, publicado en esta revista, sostiene que los jóvenes viven “sedados por una catarata de novedades virales”. Huyen de todo lo que significa detenerse, reflexionar. Se adaptan perfectamente a esa idea peligrosamente difundida de que reflexión es sinónimo de depresión. Entran en contacto con personas de todo el mundo a través de varios dispositivos electrónicos, pero no se sienten estimulados por la curiosidad de conocer más alla de la anécdota, de la información atrapada al vuelo, del pinchazo informativo al que se refiere el editor de fronterad en una entrevista publicada en el diario digital El Telégrafo. No es el proceder de todos, pero sí la tónica general. En un mundo que exige y exigirá tanto de ellos parecen adormecidos en un limbo lo que les hace fácilmente manipulables y les convierte en perfectos candidatos al pensamiento común.
En mis clases comprendí que una de las claves para conseguir ganarme el interés y la participación de los alumnos era hacerles creadores en el aprendizaje. Los dos últimos años abrí el área de Aulaweb (donde se encuentra la información y el material didáctico del curso) con una frase de Ludwig Wittgenstein: “Los límites de mi lenguaje son el límite de mi mundo”. El mundo existe porque lo nombramos.
Para aprender a nombrarlo empezamos cada clase con una rueda de prensa. Los alumnos (han sido unos quince este último año) previamente buscan noticias en periódicos o las escuchan en internet, en la radio o en la televisión, siempre en diarios o programas en español, tanto españoles como latinoamericanos. Las noticias han de ser recientes y relevantes, sobre los temas fundamentales de nuestros días. Aquellos que, para bien o para mal, describen nuestro mundo, lo que sucede y nos sucede, la lengua que (eso es lo que pienso) un estudiante de español de hoy debe conocer y aprender a utilizar. Al principio algunos alumnos exponías noticias pilladas al vuelo. Acordamos que así no podía funcionar. La actualidad de la noticia era decisiva y no bastaba haberla leído deprisa y corriendo para cubrir el expediente. Algunos empezaron a leer la prensa y a preparar sus noticias la noche anterior o incluso se levantaban más temprano para llevar a clase sus trabajos aún calientes.
A principio de curso se crearon grupos a partir de los temas que consideramos más importantes. Grupos y temas se mantendrían durante todo el periodo escolar (de noviembre a finales de mayo), de manera que se pudiera profundizar y realizar un seguimiento. Algunos de los temas de este año pasado han sido: la migración en Italia, los Estados Unidos del recién elegido presidente Donald Trump, el terrorismo de Daesh, la Venezuela de Nicolás Maduro, el juicio del caso Nóos, el desarme de ETA, la valla de Melilla… A propósito de la elección de denominar Daesh al llamado Estado Islámico, en una de las primeras clases reflexionamos sobre un artículo del premio Nobel Wole Soyinka en el que advierte que el lenguaje es parte de la resistencia humana. Soyinka reivindica que lo apropiado es utilizar Daesh y Boko Haram para referirnos a estos grupos terroristas, porque estos nombres son despectivos. Daesh en árabe también puede sonar como “algo que pisotear” o “persona intolerante que impone su punto de vista”. Boko Haram, nombre que los nigerianos dieron a los terroristas que se habían denominado de modo altisonante, significa literalmente “el libro es anatema”. Según Soyinka no debemos referirnos a un grupo terrorista como quiere ser llamado, sino como merece. La batalla de la palabra también es importante. Calificar de Estado a un grupo terrorista es atribuirle una categoría que no tiene. Además, comenta el premio Nobel, “no hay nada de islámico en esa manada de zorros”. Me pareció interesante iniciar el curso reflexionando sobre el uso de las palabras, aunque el término en cuestión no fuera español. Cuando se trata de perfeccionar un idioma es importante utilizar las palabras que uno quiere usar y no otras. A este propósito Lewis Carroll, en Alicia a través del espejo, decía por boca de Zanco Panco: “cuando yo uso una palabra quiero decir lo que quiero que diga, ni más ni menos”.
Además de hablar sobre actualidad, también escribimos. Porque la expresión escrita, junto a la expresión oral, la escritura creativa y la lectura son los espacios del programa. En enero de este año le propuse al editor de fronterad publicar un artículo que incluyera las aportaciones de mis alumnos sobre uno de los temas a los que durante el curso le hemos dedicado mayor atención: la emigración. Los jóvenes ligures entienden lo que significa convivir con la emigración. Liguria (provincia a la que pertenece Génova) cuenta con la mayor población de ecuatorianos de Italia. Pero nuestro objetivo esta vez no eran los migrantes ya afincados y en mayor o menor medida integrados, sino los migrantes del éxodo que vive actualmente Europa. En otras ocasiones yo he escrito sobre el tema en esta revista. Ahora la intención era que escribieran los jóvenes italianos sobre esos otros jóvenes recogidos en un albergue que está puerta con puerta con la facultad, que deambulan por las calles o piden limosna en las esquinas en vez de ir a clase. Cada uno de los alumnos participantes en el proyecto escribió un breve texto. Todos eligieron hablar del complejo tema de la acogida. Territorio farragoso en Italia donde se amontonan siglas, tumultos y picaresca.
El primer intento produjo como resultado una visión demasiado romántica e ingenua del problema que poco tenía que ver con la realidad. Parecía que la población quisiera y fuera a solucionar el problema de ahí a poco. Reflexionamos juntos sobre la acogida, sobre qué puede y no puede hacer la sociedad italiana, sobre qué quiere y no quiere hacer la sociedad italiana, sobre si el problema de los migrantes es solo de Italia o de toda Europa… El resultado es la visión y la investigación de ocho jóvenes que tuvieron la fortuna de nacer en la orilla rica y que, como su país, viven superados por una cuestión que a demasiada gente resulta molesta. He corregido los errores y he editado los textos. Por supuesto, las opiniones de mis alumnos han sido respetadas.
Este año he impartido este curso por última vez, o quién sabe. Las normas de la Universidad dan prioridad en la elección de los cursos a los profesores de plantilla y yo desde hace 15 años soy interina porque no ha habido una oposición a la que me haya podido presentar. Por lo tanto alguien que sí tuvo ese privilegio se encargará de impartir estas clases. Por este motivo me gustaría dedicar estas reflexiones a mis alumnos, que me enseñan a enseñar.
La espera, por Giulia Bazzan
Los martes por la mañana es mi día libre y no suelo ir a la Comunità di San Benedetto al Porto, lugar donde trabajo desde hace cinco años y que se ocupa de la acogida de inmigrantes y drogodependientes. Normalmente aprovecho esta libertad para ir a clase a Génova.
En 14 de marzo fui a Génova no por mí, sino para acompañar a Bakari (nombre ficticio), un joven senegalés que solicitó asilo político en Italia hace un año y tres meses. Actualmente, Bakari forma parte de un proyecto de los Centros de Acogida Extraordinaria (CAS). El 9 de marzo recibimos la convocatoria de la Prefectura de Alessandria, en la que lo citaban a fin de que prestara declaración. Por fin había llegado el día tan esperado por Bakari.
Se podría decir que la palabra espera ha sido clave desde su llegada a Italia. Felicidad, temor e impotencia son las sensaciones que se suelen tener cuando te convoca la prefectura. Nuestra tarea como asistentes es la de acompañar a los jóvenes inmigrantes como si fueran nuestros hijos. Somos parte de su familia y todos ellos saben que pueden contar con nuestro apoyo y protección. Pero en el momento de su entrevista ante la Junta no podemos hacer nada. De hecho, Bakari tuvo que apañárselas solo sin que yo pudiera intervenir. En dos horas tuvo que relatar su situación y explicar lo que le indujo a iniciar ese viaje por Senegal, Mali, Burkina, Níger y Libia. Tuvo que contestar a preguntas inquisitorias sobre las razones de su viaje, como si la búsqueda de una vida mejor no fuera bastante. Bakari declaró que había huido de Dakar. Tenía que devolver dinero prestado a su jefe. Dinero que este le había ofrecido para curar a su madre. Pero Bakari no tenía ninguna posibilidad de devolverlo y empezaron las amenazas, los golpes, incluso lo llegaron a tirar por el balcón de su casa y fue entonces cuando Bakari decidió emprender su viaje.
La Junta, después de un relato de una hora, quiso más detalles, y sus miembros pretendieron que Bakari se acordara de la ropa que llevaban sus agresores, de los nombres de las calles y barrios de la ciudad. La verdadera lástima fue que no le hicieron ni una sola pregunta sobre su vida en Italia, sobre la manera en que los vecinos de Frascaro (Alessandria), pueblo donde vive ahora, lo han acogido. Habría sido relevante contar que trabaja con los agricultores del pueblo, que cuida a los hijos del alcalde y que su historia representa un verdadero ejemplo de integración.
Para Bakari despertarse a las cinco es lo normal, porque está acostumbrado por su culto musulmán. Para mí, en cambio, el hecho de madrugar es muy fatigoso. Llegué a la estación sin mucho ánimo. Él, en cambio, estaba tranquilo, de buen humor y hasta me invitó a tomar un café.
Al llegar a la prefectura vimos que estaba repleta de gente llena de esperanzas, de sueños que no eran solo los de Bakari, sino también los míos. A las nueve, después de que pasaron lista, comenzó la espera que duró nueve horas. Una espera en una pequeña sala inhóspita que hacía la situación aún más angustiosa. A esto se sumó el retraso del intérprete, persona clave que permite evitar errores en el momento de la exposición, hecho que, irremediablemente, puede llevar en algunos casos a poner en juego la decisión final. Sin embargo, Bakari no estaba preocupado. Nada le afectaba, estaba tranquilo y su actitud siguió siendo relajada y confiada. Se puso a contar historietas, hablaba con los otros inmigrantes, se reía… En pocas palabras, se convirtió en el alma de la sala donde estuvimos nueve horas abandonados, simplemente, a la espera.
Por fin, a las tres y media, convocaron a Bakari. Él dejó de reír, se puso serio y entró. Durante las dos horas que pasó dentro reflexioné sobre la importancia que tenía tanto para él como para mí el hecho de haberlo acompañado en mi día libre, y me di cuenta de que su futuro estaba en juego.
Su abrazo al salir y sus ojos vidriosos me hicieron comprender que yo ya formaba parte de su historia. La espera continúa y yo tan solo espero que sea leve y breve.
¿Después de Ventimiglia?, por Matteo Terzano
Ya ha pasado un año desde que Djalì llegó a Ventimiglia procedente de Senegal donde vivía en una aldea de veintiocho personas rodeada por campos de algodón y trigo. Tiene veinte años y antes de llegar a la frontera entre Italia y Francia cruzó Mali, Níger y Libia en búsqueda de trabajo. Ahora vive, junto con otros doscientos refugiados, en el centro de acogida Campo Roya que la Cruz Roja Italiana (CRI) inauguró el 16 julio de 2016 a pocos pasos del río Roya, en la periferia de Ventimiglia. La estructura fue una estación de mercancías para el transporte ferroviario que los voluntarios de la CRI convirtieron en local habitable, me explica Walter Muscatello, el responsable del campo.
El problema de la inmigración en Ventimiglia empezó en el verano de 2015, cuando Francia cerró las fronteras a los emigrantes obligándoles a quedarse en Italia. Según disposiciones ministeriales, se decidió colocar un centro de acogida temporal en uno de los edificios de la estación de tren, en un barrio céntrico de la ciudad. Sin embargo, después de un año, de las reiteradas protestas de los ciudadanos y de que el entonces ministro del Interior, Angelino Alfano, examinara y desaprobara el centro, las instituciones locales optaron por trasladar a los refugiados fuera de la zona urbana. Desde entonces, en solo ocho meses, han pasado por Campo Roya más de 10.500 personas. Hamid es sudanés, tiene treinta años y quiere llegar a Finlandia para reunirse con su mujer. Su hijo, en cambio, dice que quiere quedarse en Italia. La mayoría de los refugiados que llegan aquí proceden de Somalia, Sudán, Senegal, Nigeria, Libia, y sobre todo Eritrea.
Es difícil que etnias tan diferentes logren convivir pacíficamente en un área tan limitada. El centro está equipado para acoger a 360 personas, pero durante la oleada del verano pasado el número de refugiados del campo aumentó hasta 800 y no sin complicaciones. No obstante Walter Muscatello asegura que la Prefectura de Imperia, la Comisaría de Ventimiglia –la única en Italia que puede conceder permisos de residencia– y la Cruz Roja colaboran juntos para hacer frente a una emergencia que no difiere mucho de la de Lampedusa.
Operar en los centros de acogida: premisas diferentes, objetivos comunes, por Pamela Aguiari y Elena Parodi
La actual crisis migratoria es una cuestión candente en la agenda política de los países europeos, que, sin embargo, a veces parecen intentar resolverla más de palabra que con medidas concretas. Quien en realidad la gestiona concretamente, en primera línea y cotidianamente, son los centros de acogida. En ellos actúan operadores de diferentes edades, formación y motivación que, sin embargo, encaran dificultades similares, plantean las mismas cuestiones prácticas y revelan sentimientos comunes.
Nicoletta tiene 34 años, está licenciada en Antropología y en Lenguas Extranjeras. Trabaja como operadora en el centro de segunda acogida de Pietra Ligure (Savona), gestionado por el CEIS (Centro Solidarietà Genova Onlus). Morena tiene 53 años, tiene un diploma técnico de Lenguas Extranjeras y es voluntaria en dos centros de Novi Ligure (Alessandria), gestionados por las cooperativas Versoprobo y Il giglio.
Los estudios de antropología de Nicoletta le han enseñado la necesidad del profundo respeto hacia la alteridad, algo que Morena ha aprendido directamente operando con los migrantes. Tal actitud es fundamental en este trabajo donde existe un alto riesgo de malentendidos culturales. Por ejemplo, como Nicoletta cuenta, es importante entender y no denigrar las frecuentes peticiones de medicamentos de los migrantes debido a vivencias diferentes de la nuestra, propias de países que tienen una alta tasa de mortalidad a veces producida por enfermedades comunes para nosotros como la gripe.
Otro problema común a todos los operadores es la comunicación con los migrantes porque, aunque la mayoría de ellos entiende por lo menos algo de inglés o francés, hay también una minoría de jóvenes que habla solamente su propia lengua. Existen diferentes maneras de enfrentarse a esta situación para lograr el objetivo común de enseñar a los migrantes un italiano básico, pero necesario para la comunicación con médicos, burócratas y con los operadores mismos. Nicoletta, por ejemplo, da clases de italiano como voluntaria durante sus turnos. Morena nos cuenta que en Novi Ligure los migrantes asisten a cursos impartidos por profesores sin trabajo.
Otro elemento común a las dos operadoras es la preocupación que ambas revelan cuando explican que estos centros son como un limbo donde los jóvenes viven a la espera de la posibilidad de un nuevo inicio después de haber sobrevivido al viaje. Ellas creen que el deber de todos los operadores por lo tanto tiene que ser equilibrado. Es importante apoyarles con empatía, pero también es necesario ayudarles a ser independientes y autónomos para que sean capaces de integrarse y vivir en nuestra sociedad.
Un viaje hacia la libertad, por Giulia Menini y Elena Panesi
El gran éxodo de los inmigrantes hacia Italia no se detiene. Desde enero de 2017 se ha registrado un aumento del 48% de llegadas. Desde entonces 97.856 personas han entrado en nuestro país. Los países de procedencia son: Guinea, Senegal, Nigeria, Mali y Costa de Marfil.
El sistema de acogida controlado por la policía y la prefectura italiana empieza en el sur de la península, en los puertos de llegada. Allí se les registra y se reparten por todos los centros de acogida del territorio, gestionados por la Iglesia o asociaciones públicas o privadas, que pueden encontrarse en grandes ciudades o en localidades más pequeñas. En Chiavari (Génova) la parroquia acoge desde octubre de 2016 a dos jóvenes nigerianos, Erik y Samuel, de 18 y 20 años, respectivamente, que después de haber presenciado la muerte de sus familiares decidieron huir de sus propias casas en busca de un destino mejor. Aunque Nigeria no está en guerra presenta muchos problemas de corrupción y sobre todo de violencia enquistada en la población que vive en un estado de indigencia e inseguridad. El viaje de Erik y Samuel, caracterizado por episodios violentos y el temor a perder la vida, duró casi un año. Atravesaron el desierto del Sahara, zonas de guerrilla y trabajaron en condiciones de casi esclavitud en Libia, país que recuerdan como un verdadero infierno.
Una vez en Chiavari empezaron a sentirse más tranquilos y seguros, gracias a la dedicación de los voluntarios y a todas las actividades que organizan.
A pesar del trauma del viaje y de la difícil situación de la acogida en Italia, Erik y Samuel se sienten afortunados por haber llegado a Chiavari, y por ser los únicos migrantes acogidos por esta pequeña comunidad. Esta condición les permite disponer de un piso solo para ellos y de toda la ayuda de los voluntarios de la parroquia que intentan proporcionarles todo lo que puedan necesitar.
Los grandes centros de acogida no son siempre apropiados para recibir dignamente a los inmigrantes. A menudo en estos lugares no se respetan las normas higiénicas y están situados en la periferia de las ciudades. Acaban convirtiéndose en guetos donde las personas están abandonadas en un limbo improductivo con el miedo de un futuro incierto.
Desde su llegada los acompaña una psicóloga que les ayuda en la difícil etapa de la integración y los prepara adecuadamente para afrontar la entrevista para obtener el derecho de asilo. Además, los voluntarios les organizan actividades como clases de italiano, deportes y les ayudan a ser independientes en una ciudad que no conocen. También intentan acercarlos al mundo laboral, para que estén ocupados en sus jornadas y obtengan algo de dinero, aunque no es fácil lograr una ocupación en un país como Italia que experimenta sus propias dificultades económicas.
En esta difícil situación en la que la ayuda de las instituciones es insuficiente el sistema de acogida sigue siendo posible gracias a los voluntarios que se dedican con entusiasmo y verdadera motivación a las personas que más ayuda necesitan, como Alessandra, una joven que siempre se ha dedicado a las actividades de la parroquia de Chiavari y que nos ha contado esta historia.
Génova, con los refugiados, por Giulia Lanza
El flujo migratorio de estos últimos años se ha convertido en una prioridad para Italia, sus instituciones y ciudadanos. En Génova la asociación Il Cesto acoge aproximadamente a 103 inmigrantes. Lleva a cabo una política de integración familiar gracias a los pequeños apartamentos del casco antiguo donde los refugiados viven y pueden relacionarse con más facilidad con la comunidad. Sus operadores trabajan como intermediarios entre las instituciones y los extranjeros, a los que ofrecen asistencia psicológica, médica y legal. Además, ofrecen actividades recreativas y un curso de italiano para vencer las barreras lingüísticas. Goffredo es el encargado de las peticiones de asilo de Il Cesto. Está convencido de que la dificultad más grande de su trabajo consiste en estimular a los inmigrantes para que se construyan su autonomía e independencia y no se desaminen durante la espera de la solicitud de asilo que puede tardar hasta dos años. Además, deben insistir en la búsqueda del trabajo, aunque represente un obstáculo en una ciudad como Génova donde no hay muchas oportunidades laborales. Una solución ideal sería involucrarlos en la denominada agricultura social: una práctica que utiliza los recursos agrícolas para proporcionar servicios de atención social o educativa a los grupos vulnerables de la población. La participación económica facilitaría la integración social.
En esta asociación, encontramos a personas que huyen de diferentes países: Nigeria, Gambia, Mali, Senegal, Turquía, Siria, Pakistán y Eritrea. Entre ellos conocí a Nouman, un joven paquistaní de 26 años. En su país hizo un postgrado en Economía y trabajaba en una organización no gubernamental en Fata, en la frontera con Afganistán. Dirigía algunos proyectos para un mejor desarrollo social y educativo que preveían la construcción de escuelas y la alfabetización de las mujeres. Los talibanes lo amenazaron de muerte por intentar mejorar las duras condiciones de vida de la gente de su ciudad. Decidió huir a Italia. Llegó a Génova hace cuatro meses, después de un viaje de 40 días durante el cual cruzó las fronteras de siete países junto a otros 11 hombres. Un viaje que le costó casi 6.000 mil euros. Ahora, está asistiendo a clases de italiano. Quiere encontrar un trabajo digno y construirse un futuro.
La convivencia forzada, por Lucia Carlevarino
En el verano de 2015 Marina Lombardo, alcaldesa del pueblo de Stella San Giovanni (Savona), recibió a diez refugiados de origen nigeriano, dos familias con dos niñas de dos y nueve meses. Sara, la menor, había nacido durante el viaje. No solamente la alcaldesa, sino también el cura, Giuseppe Pometto, se ocuparon enseguida del alojamiento de estas personas utilizando la antigua escuela del pueblo. Además, la cooperativa Il Faggio se encargó de todos los problemas que presentaba un edificio que no se utilizaba desde hacía algunos años y actualmente sigue ocupándose del servicio de comedor.
Para presentar a los recién llegados al pueblo, la Anspi (Asociación Nacional de manutención hídrica), las asociaciones de voluntariado y el ayuntamiento organizaron el 18 de agosto de 2015 una fiesta de bienvenida que encabezó el presidente de la comunidad musulmana de la región Liguria, Zahoor Ahmad Zargar, ya que algunos de los nigerianos acogidos son musulmanes.
Como me contó padre Pometto, la ciudadanía participó en el acontecimiento con entusiasmo, pero también con recelo, en parte porque la gente no está acostumbrada a vivir en propia piel el problema de la inmigración. Antes, la llegada de inmigrantes era cosa de la televisión, lejana a la realidad cotidiana, como si cambiando de cadena la gente pudiera olvidar lo visto, sin prestar atención.
Sin embargo, como el cura sostiene, todos han acogido a los recién llegados. La alcaldesa explicó al pueblo que Nigeria es una nación situada en un entorno hostil. Su medio ambiente está constantemente amenazada por los trabajos de las compañías petroleras europeas. El proceso de quema de gas contamina la atmósfera, los ríos y el subsuelo, lo que provoca la contaminación del agua. La población vive en condiciones muy difíciles.
El padre Pometto oficia ahora parte de la misa en inglés para que los migrantes católicos puedan comprenderla. Aunque hay una intención de integración, la verdad es que en el pueblo surgen problemas. Los habitantes se dan cuenta que algunos migrantes no tienen ganas de trabajar, no ayudan a los demás y viven apartados vagando por las calles o desplazándose todo el día gratuitamente en los autobuses de la ciudad.
Solo en una ocasión un migrante se ofreció a limpiar las calles. En Stella San Giovanni hay quien sostiene que resulta difícil creer que hayan vivido en condiciones tan terribles porque exigen ropa nueva: zapatos, chándales y ropa de niños. Además, con los cupones que les entrega el ayuntamiento no compran productos básicos, sino cosméticos y ropa innecesaria.
Algunos ciudadanos se ha lamentado en varias ocasiones, pero se han rendido frente a la falta de atención por parte de las autoridades del pueblo. Con esta nota de amargura, todos esperan una convivencia más tranquila y más agradecimiento.
Este reportaje fue elaborado por pos alumnos de Anne Serrano en la Universidad de Génova: Giulia Bazzan, Matteo Terzano, Pamela Aguiari, Elena Parodi, Giulia Menini y Elena Panesi, Giulia Lanza y Lucia Carlevarino.
Anne Serrano es actriz y profesora de español en la Universidad de Génova. En FronteraD ha publicado, entre otros, Italia: S.O.S. migración, cuando la emergencia es cotidiana la respuesta llega del teatro, Pepe Henríquez, a la sombra de un sombrero que iba al teatro, Todos son disidentes. (Cuba. Estampas de una isla en compás de espera) y Entre Marrakech y Nueva York: aduaneros, taxistas, perros, gatos y fes.