Dice Ricardo Soca, en su meritoria página La palabra del día, sobre el origen de la palabra gaznápiro: “Este adjetivo se aplica hoy al sujeto ‘palurdo, simplón, torpe, que se queda embobado con cualquier cosa’. Está registrado en nuestra lengua desde la primera mitad del siglo XIX, aunque el Diccionario solo lo incorpora en su edición de 1884.
Su origen es incierto, pero Corominas propone el étimo gesnapper, supuestamente formado por los soldados españoles en Flandes con las palabras neerlandesas gesnapp ‘parloteo’, ‘charla’ y snapper ‘charlatán’”.
Dos observaciones: una, que gaznápiro le llamaban en casa a mi hermano de nombre Jose Antonio (ya se figuran en honor de quién), cuando a sus siete u ocho añitos le encontraban, por ejemplo, abriendo con una mano las puertas de los coches que llegaban al cercano hotel Ritz y con la otra extendida, por si caía algo en ella. Un emprendedor avant la lettre. O sea, que el sentido era distinto, que yo recuerde; algo así como golfillo, vago, vivalavida…
Dos, que imagino que fueron los flamencos los que designaron a los soldados españoles así, por lo charlatanes que eran. En realidad, eso sigue pasando; a mí concretamente me pasa cada vez que voy al cine barato de los miércoles, abarrotado de tercera edad (la mía) y veo que ni con la aparición de los títulos se callan. En esos momentos –la mayoría son mujeres- lo que me apetece es gritar: ¡cotorras!, pero me encojo, por suerte, y a lo más que he llegado es a sisear, y una vez, ya tensa (en esto soy un poco maniaca), a decir en voz alta: ¡Bueno, pues nos vamos callando ya, eh?
Y otra cosa que quería contarles es sobre un libro de Ramiro Pinilla, La tierra convulsa, primero de la trilogía Verdes valles, colinas rojas, que narra las transformaciones socio-económico-políticas del país vasco a partir de la industria del mineral de hierro y el surgimiento del nacionalismo. Es una obra importante, a veces espesa en mi opinión (por el espacio que ocupa lo identitario) pero interesante. Llegué a Pinilla al leer Las ciegas hormigas, obra de juventud madurísima, que me deslumbró, y de ahí me lancé sobre esto que parece su obra más ambiciosa. Me hace gracia comprobar que los personajes usan dos términos que yo considero gallegos de toda la vida, pero que allí están. Uno es estacha, el cabo gordísimo que sujetan el barco al amarre en tierra, que por lo visto es de origen francés, y otro, este sí que no se escapa, el adjetivo coitao (en gallego coitado, de origen galaico-portugués indudable) y que es algo así como un pobrecillo, alguien muy disminuido y desprotegido. Pues eso, que las palabras también viajan…