La relación entre Franz Kafka y Felice Bauer, uno de sus grandes amores, el género epistolar. Una relación entre palabras, que se lo decían todo, exaltaban tanto el Amor como se recriminaban falta de Amor, belleza en un juego seductor entre dos intelectuales apasionados, el de un escritor y el de una mujer independiente de principios del siglo XX. Un total de 350 cartas y 150 tarjetas postales abarcan, desde la primera, escrita por Franz el 20 de septiembre de 1912, hasta la ruptura definitiva el 26 de diciembre de 1917. Cuenta Fernando Doménech, de la Real Escuela Superior de Arte Dramático, en el libro-dossier de Kafka enamorado, que Felice conservó sus cartas hasta poco antes de su muerte, en el año 1960, las vende a una editorial en el año 1955 y en 1967 se publicó la primera edición en alemán. Sin embargo, las réplicas de Felice, han sido guardadas bajo llave en un cajón color sepia consumado por el tiempo.
Cuando las cartas de Amor lo eran todo, cuando no existían Whasshaps, ni muros en los que tener un perfil, el género epistolar cobra vida de una manera inusitada. Una representación teatral como la de Kafka enamorado, en el Teatro María Guerrero de Madrid, nos lo transmite con una delicadeza exquisita entre argumentos, personajes y palabras, muchas palabras. Diálogos escritos que se miran a los ojos, no entre muros cerrados, no entre tweets perdidos, son cartas de tú conmigo y yo contigo, de un tú contigo y de un yo conmigo, juntos pero separados. ¿Qué quedará de nosotros cuando esta intensa atracción se acabe? En este caso, cartas, muchas cartas. Hoy, esas cartas son posts de blogs, fotos en Instagram, pensamientos robados en Facebook.
Sin embargo, prefiero el corazón kafkiano repleto de paradojas, escritos que van y vienen en forma de poesía, la angustia, un modo vital y la soledad como eterna compañera. Incomprendido en tu ingenio, deprimido ante un mundo cicatrizado por la Primera Guerra Mundial. Kafka, judío, hijo de padre dictatorial, con muchas dudas a la hora de elegir un camino que seguir, es un escritor que, sin quererlo, ni pretenderlo, enamora. Y sí, soy capaz de responderte afirmativamente a una pregunta que te inquieta.
¿Acaso puede una mujer enamorarse de un hombre sólo por sus palabras? Por supuesto, una verdad terriblemente cierta, las mujeres siempre se dejaron abrazar por la poesía y la literatura. Este es el problema porque no hay mayor engaño que el de la sublimación de la palabra, esa que nos lleva, que nos pierde, que nos hace tener fe y fuerzas, pero que también nos traiciona cuando la palabra dada se queda sólo en eso, en palabra.