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Entre VICEVƎRSA

 

Sin llegar al grado de alguien a quien admiré y quise y de quien aprendí al menos un par de cosas, ninguna vinculada directamente a la literatura ―la elegante modestia, cierto sentido del decoro, no ser un payaso de circo ni mucho menos literario― como por cierto lo hicieron también algunos miembros de mi generación en tanto fue un escritor, pero sobre todo una persona extraordinaria, no haría mía la célebre afirmación de Álvaro Mutis como alguien ante quien, dada la época idiota que le había tocado vivir, tempranamente y hasta el último de sus días se declaró monárquico, gibelino y legitimista.

Autoría fotográfica: Dito Jacob

Sin embargo, y sin el menor afán de poseo igualmente bobo de parecer un raro, un tipo obsoleto cabreado con la época que le tocó vivir, más vale dejar claro que yo provengo, en esencia, de un tiempo extinto, de una galaxia que implosionó hace, quizás ―necesitamos precisión matemática: llamen al astrónomo― hace una década, poco más, y cuyos efectos se han dejado sentir fuerte de unos años a la fecha.

A diferencia de muchos y muy respetables colegas dedicados a la literatura, soy capaz de leer tres pantallas con vectores moviéndose de manera simultánea: el Dow Jones, el S&P 500 y el Nasdaq, de calcular con cierta eficacia en qué punto se rompe el equilibrio de precios en un mercado dado, pero lo cierto es que no tengo cuenta de Spotify, prefiero mil veces al CD reproducido en un aparato de marca británica, ruarkaudio, que te levanta los cabellos y te sacude el alma cuando escuchas las notas altas y bajas tal como las concibió el compositor, o bien que comparte contigo la demencia de Glenn Gould y sus canturreos mientras aporrea el piano ―a muchos y muy distinguidos melómanos les molesta esa intromisión lenguaraz de Gould―, jamás he conectado nada que tenga bluetooth, la Smart-TV para mi es idéntica a cualquier televisor, nada más que, en efecto, con funciones que lo vuelven un poco más inteligente. Tengo una potentísima, en apariencia súper práctica Kindle a la que le cabe la biblioteca de Babel entera. A lo mucho, he terminado de leer un par de libros en la pantallita. La funda, de perfecto diseño, que la protege, se ha convertido en el cojincillo preferido de uno de mis gatos para tomar sus largas siestas sobre mi escritorio ―el malandrín ya le había tomado gusto al pad de mi mouse, lo cual convertía cada sentada a escribir en un pequeño drama doméstico.

Tampoco tengo una colección de vinilos, rara vez uso corbata y los obligados sacos y trajes de otrora que posseo, comienzan a acumular polvo. Uso una laptop todos los días, y tomo cuenta de la actualidad en las redes,al igual que otras cuatro mil 770 millones más de cabezas de ganado y algo así como el 60 por ciento de la población mundial, según datos de la revista Forbes.

En otras palabras: no sabría definirme si como alguien de ayer o de antier.

¿En dónde encajamos quienes crecimos a la espera de que el abuelo terminara de hojear el diario para extraer toda la divertida pulpa de las tiras cómicas? ¿Qué fue exactamente llegar a la adolescencia y sentarse a desayunar con un periódico enfrente? ¿De qué manera alguien que vino de ayer o antier daría cuenta de la educación ―comparable a la formación preparatoria y universitaria, sobre todo si quien se hace la pregunta fue alumno de la Casa de España en México― que obtuvo de las revistas, suplementos culturales y gacetillas literarias?

Y no estoy hablando, que nadie se confunda, de las añoranzas por los tiempos míticos de Fernández de Lizardi, Ignacio Ramírez el “Nigromante”, o como quienes todavía creen, ellos sí, algunos columnistas vejetes de párpados plástico levantados y ávidos de un patético abolengo periodístico, en la eternidad de Manuel Gutiérrez Nájera.

No, estoy hablando de quienes llevamos como estampada en la mente las conocidas fotografías de Juan Miranda documentando la salida de don Julio Scherer y su equipo andando sobren avenida Reforma, luego de ser expulsados del diario Excélsior por una vil jugarreta presidencial ―y en la cual por cierto reconozco al gamberro de la historia mexicana, pluma impar, don Gastón García Cantú, maestro de mi maestro, Javier Garciadiego, pero nunca he identificado a quien, diecisiete años después, sería mi profesor de Derecho Constitucional, el Doctor en Leyes por Harvard y sabio en toda materia humana, don Samuel Del Villar.

Las revistas, suplementos literarios y culturales a los cuales me refiero, aparecieron algunos de ellos con posterioridad al año axial de 1968, por ejemplo Plural, la revista de Octavio Paz que encontró hogar en Excélsior hasta su infame golpe por el presidente en turno; México en la Cultura, cuyo bastón de mando pasó de manos de Fernando Benítez a Carlos Monsiváis, con lo cual la vida de dicha publicación se extendió, un poco artificialmente hasta 1987; más tarde la fundación de Vuelta, la revista de Paz en cuyos números encontraba uno a las plumas y pensadores más importantes del orbe hispanoamericano y europeo ―en esas páginas descubrí a un filósofo con una misión: la crítica al marxismo y el socialismo: es lastimoso pasar junto a la placa colocada en el edificio varsoviano donde vivió y atestiguar que nadie, me refiero a los propios polacos, tiene la menor idea cerca de aquel que honra esa esquina anodina, como el resto de casi toda Varsovia: Leszek Kołakowski; la Jornada Semanal, que en lo personal me implicó y abrió las puertas durante la época en que Roger Bartra fue su director, y de manera más personal y cercana ―vivía y estudiaba en México, podía entregar mis textos personalmente, en lugar de pagar una fortuna por su envío mediante el uso de esa sí que un auténtica reliquia, el fax― los años de Juan Villoro al timonel de aquella fragata ágil y siempre atenta al día, a la semana y a la historia literaria de todas partes del mundo.

En esa distante galaxia, la revista que fundó Fernando Fernández, Viceversa, en el mes de noviembre de 1992, tuvo de entrada un lugar destacadísimo en varios planos simultáneos, diría yo.

Diseño de portada: Rocío Mireles, a partir del retrato fotográfico de Eniac Martínez

La aparición de Viceversa en noviembre de 1992 casi parece el caprichoso hado marcado por dioses arcanos: la Unión Soviética llevaba una año de haber desaparecido; ese mismo año, los países fundadores de la Unión Europea (UE), Alemania, Bélgica, Dinamarca, España, Francia, Grecia, Irlanda, Italia, Luxemburgo, Países Bajos, Portugal y el Reino Unido, firmaron el Tratado de Maastricht, con el cual quedaba atrás un pasado salvaje e iniciaba una era que, mediante el Tratado de la UE, las relaciones intra-europeas quedaban  sujetas a reglas homogéneas para todos sus miembros, la adopción de una moneda única, el euro, así como una política exterior y de seguridad comunes, mayor cooperación en temas de justicia y gobernanza interiores ―la unión aduanera, es decir la erradicación de aranceles entre países miembros, databa de 1968; el súper Tuesday electoral estadounidense, ocurrió el martes 3 de noviembre, resultando victorioso uno de los políticos más populares y más detestados en la historia estadounidense contemporánea: William Jefferson Clinton, “Bill”, ex – gobernador de Arkansas, que tomó el apellido del segundo esposo de su madre, Virginia Kelley, casi un hijo del pueblo comparado con su rival George H. W. Bush, un veterano de la alta política desde los tiempos en que fue congresista, embajador, director de la CIA, vicepresidente de Ronald Reagan y, finalmente, presidente durante los años 1989 a 1993. Algo empezaba a oler mal: un empresario texano parlanchín, tonto como una piedra, Ross Perot, nadie lo recuerda, se llevó más del 18 por ciento del voto en el Colegio Electoral, con más de 19 millones de votos en casilla. De regreso al frente mexicano , en 1992 apareció la nueva edición, hoy repudiada con las armas más rupestres de la ideología, de los libros de texto gratuitos; Estados Unidos, México y Canadá aprueban la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC) y, al final del año, 13 de diciembre de 1992, las fuerzas políticas y partidos locales convocan a un plebiscito para iniciar el lento ―y truculento― proceso de reformas a las leyes del Distrito Federal que, eventualmente, en 1997, le darían por primera vez la victoria a un destacado opositor del entonces partido oficial, Cuauhtémoc Cárdenas, como Jefe de Gobierno electo en elecciones abiertas y democráticas. Nada más.

Lo anterior, que puede parecer un largo decurso o peor aún, una especie de apresurado almanaque, en realidad busca otorgar un obligado contexto para situar, primero, la aparición de la revista Viceversa en 1992; segundo, el sistema de recepción tanto en el público lector como entre los miembros de la comunidad cultural, artística, literaria que desfilaban por sus páginas; y tercero, la fórmula o fórmulas en que Fernando Fernández y sus colaboradores encontraron en un formato que les permitiera plena identidad, presencia y relevancia editoriales. Destacaa de entrada su diferencia con de Vuelta, la gran revista de referencia, sin duda, pero ―con excepción de la portada― impresa a dos tintas o bien, de Nexos, que incluía la suficiente plasticidad en diseño como para presentarse como lo que parecía: un documento mensual, conformado por ensayos de especialistas tratando asuntos de gobierno y administración pública, barras y gráficos incluidas para uso del señor licenciado en su toma de decisiones.

Autoría fotográfica: Fernando Aceves

Al contrario, Viceversa pareció tomarle el pulso exacto a la década que comenzaba, donde todo sonaba, se veía y se leía estridente, sin que por ello en cada número de la revista se dejara de privilegiar la crítica en su sentido más amplio: desde el diseño mismo, la mirada fotográfica, ingrediente esencial de la crítica que buscaba proponer su director, un jovencísimo y a la vez dotado de una intuición poco común, Fernando Fernández, hasta los textos que en ella se publicaban. La crítica imaginativa era la llave con que se abría Viceversa, desde la portada misma hasta sus últimas páginas. Por ello la revista obtuvo el visto bueno de Octavio Paz, siempre celoso y receloso, pero igualmente magnánimo ―en estos tiempos en que el poeta es considerado algo así como el founding father del patriarcado literario, que vaya el lector y le pregunte a Juan Villoro cómo fue, cómo se dio, su única colaboración en La Jornada Semanal, cuando Juan dirigía aquellas páginas guerreras.

Autoría fotográfica: Juan Rodrigo Llaguno

Es cierto que las revistas culturales y literarias, animal que ya vio su extinción en México ―no confundirse ni, peor confundir al venerable: el hecho de que aparezcan/parezcan un par de ellas cada mes no significa nada en términos de convocar a lectores y, sobre todo, a nuevos lectores, no se diga la repetición mensual de taras que apenas ocultan su vocación cerrada, serrana; es una lástima― son resultado del trabajo en equipo, no siempre armonioso. Una revista bien lograda es, cabal y etimológicamente hablando, una buena empresa. No seré yo quien distribuya méritos entre quienes la formaron; sin embargo, el alma y puente al frente y detrás de dicha empresa se sigue llamando, hasta donde sé, Fernando Fernández. Y vaya que tuvo buenos colaboradores: años después, con su antiguo subdirector, otros locos y yo emprendimos un camino empantanado de entrada, una aventura de inicio truqueada, pero pasión y noches sin dormir no faltaron.

Autoría fotográfica: fotógrafo no identificado

El libro que retoma el título de aquella bienaventurada empresa cultural, Viceversa, lleva por subtítulo La historia de la revista contada por sus fotos. El resultado no es un mero registro o recuento documental, en este caso fotográfico de aquella revista. Son varios sus logros mayores: la nula concesión a la nostalgia, sino a la actualidad del espíritu de otra época, que por cierto no volverá; la fuga hacia adelante, o el regreso de temas que siguen plenamente vigentes: desde las fotografías que son como vistazos hacia el futuro a miembros del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (ELZN); de igual manera, los retratos a artistas y escritores que son, casi todos, parte del pasado pero que forman, eso quiero creer, el futuro de una generación que, como la mía, ha perdido el astrolabio, la brújula, el cuadrante, el sextante y demás bártulos para la otra forma de óptima navegación, el uso del GPS, hasta la importancia de escribir bien, de fotografiar bien, de hacer buen periodismo.

Autoría fotográfica: Lourdes Grobet

En un sentido más burdo, el libro Viceversa. La historia de la revista contada por sus fotos, funciona como esos remedios caseros contra la intrusión del agua en casa, sea por efecto de una filtración, una gotera, o de una todopoderosa y masiva tormenta de basura mediática ―del tipo que ocurren todos los días y que padecemos quienes no vivimos con los ojos puestos en nuestras pequeñas obsesiones, del tipo que sean: literarias, deportivas, culinarias, la pantallita del móvil, yo qué sé.

Autoría fotográfica: Adolfo Pérez Butrón

Al tratarse de un libro acerca de una revista cuyo contenido es esencialmente un valioso archivo visual, prefiero darle la palabra a su creador y director de orquesta, Fernando Fernández, a fin de que rinda leal y justo honor a esa otra hazaña editorial, al igual que la invención del libro, también lo fue la de revistas ―y esta, Viceversa, en particular, en su peculiaridad y singularidad que podemos llamar, ni modo, irrecuperable, pero igual y festivamente bien noventera. Dans ses propres mots:

Los 96 números aparecidos a lo largo de los ocho años y medio (los siete primeros con periodicidad bimestral; mensual, los restantes) son un testimonio elocuente de cómo fue, al menos desde la perspectiva de la cultura y el arte, en un sentido amplio, la última década del siglo XX en México. A lo largo, de ese tiempo, Viceversa dio espacio a centenares de autores de distintas generaciones y tendencias de pensamiento, quienes se ocuparon de infinidad de temas desde los más variados puntos de vista, y lo hizo en la compañía de la fotografía como uno de sus principales y más atendidos y mejor satisfechos intereses.

Autoría fotográfica: Nicola Lorusso

La fotografía, en la mayoría de sus aspectos: la artística, por supuesto, como un fin en sí mismo, y también la documental: la estética, pero también la periodística; con especial énfasis, el retrato, no menos que eso, la foto de moda, como una manera de reflexionar sobre aquel tiempo para el que las telas, los colores y los artilugios, tan convincentes y seductores, sirvieron de manto fugaz a una realidad cambiante.

Autoría fotográfica: Edgardo Contreras

Si ya resultaba una suerte de portento para una revista o un suplemento cultural, que lograra rendir cuenta de su época, que lo haga de otras subsecuentes, como quien se asoma con detenimiento en una suerte de espejo retrovisor, es de agradecer ―o como dicen los clásicos: From Her(e) To Eternity.

Notta benne: El fundador y director de la revista ViceVersa autorizó la reproducción de las imágenes contenidas en el libro ViceVersa. La hisforia de la revista contada por sus fotos. México, CaTaria, 2024.

A continuacipon una imagen del conjunto de fotografas y fotografos que colaboraron en la revista:

 

 

 

 

 

 

 

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