El Crack Cero (2019)
De pequeño quería ser de todo. Cantaba mucho con su abuela ya jugando en el parque mientras ella cosía. Con 8 años escribía cuentos que regalaba en el día del padre o de la madre y a sus amigos. Quiso ser arqueólogo por Indiana Jones y periodista de guerra -corresponsal-. Pero un día, con 15 años, subió a las tablas con una obra de teatro y le picó el bicho de la interpretación «y cuando te pica no parece que tenga cura». Al terminar COU en Maristas montó junto a unos compañeros una pequeña compañía, Teatro Noctámbulo, y se matriculó en la ESAD de Murcia. Luego llegó el momento de probar fortuna en Madrid. «Mi familia no podía ayudarme económicamente así que, mientras esperaba la llamada de alguno de los locales en los que había dejado mi CV, algunos tan insignes como Burger King o KFC, me llamaron para una prueba de teatro. Una mujer sin importancia, de Oscar Wilde. Fue mi debut profesional». Luego llegaron papeles en Policías, 7 vidas, Un paso adelante, Periodistas, apariciones en cine, teatro con el CDN, la CNTC; directores como Tamayo, Sergi Belbel, Maurizio Scaparro…y, por fin, el montaje Almacenados, de David Desola, junto a José Sacristán. «Un día, suena el teléfono y Luis San Narciso me ofrece un personaje en Los Hombres de Paco. Y José Luis Povedilla ‘llegó a mi vida’, y con él, el reconocimiento». Después, También la Lluvia, de Icíar Bollaín y Miel de Naranjas, de Imanol Uribe. Y años después sigue enamorado de su profesión. El premio Goya Mejor Actor Revelación que ganó por su papel de Luis Roldán en El hombre de las mil caras nos vigila desde lo alto de un altavoz (bafle) en su salón. «Los reconocimientos están muy bien, pero lo mejor de todo es que no te falte el trabajo». Muy cerca su otra pasión, la música. Las guitarras acústica y eléctrica de su admirado Robert Smith (The Cure) «con la que salió a tocar en Hyde Park en el concierto del 40 aniversario de este verano». En unas horas se sube de nuevo a las tablas. Ha apostado ahora por el teatro y representa por toda España Volvió una noche, la obra de Eduardo Rovner y a las órdenes de César Oliva.
Acaba de llegar de Valencia de representar Volvió una noche y te recibe casi con las maletas en la mano porque en nada vuelve a emprender viaje a otra provincia de España. Está feliz. Las representaciones van muy bien y el público está acogiendo de maravilla la obra. Compruebas que sigue siendo el mismo Carlos de aquellas primeras entrevistas antes de premios y reconocimientos y te atrapa con esa naturalidad tan suya dejando que la conversación discurra con esa voz de hombre corriente contándote lo que ha vivido a la vez que se le ilumina el rostro hablando del oficio. Con Volvió una noche regresa al teatro y con todo un equipo de su tierra, una vez más teniendo presente sus orígenes teatrales, la productora murciana Bonjourmonamour y con dirección de César Oliva.
Con César Oliva ya había trabajado hace más de veinte años en el Aula de Teatro de la Universidad de Murcia (UMU) en El encanto sin encanto, de Calderón, con el que viajaron al Festival de El Paso, «sí, es un poco como volver con la frente marchita. Un proyecto con un sabor muy de mi tierra y con el aliciente de que la gran mayoría de los profesionales que trabajan en este proyecto son primeras figuras a nivel nacional o internacional como es el propio Oliva; la escenografía de Paco Leal, director técnico del festival de Almagro; la gran Beatriz Carvajal, Berta Hernández, Daniel Ortiz, Jesús Palazón, responsable del diseño de luces y Clara Garrido firmando el vestuario…».
Cuando todo fructificó se pusieron manos a la obra, «Oliva desde la dirección y yo prácticamente echándole como la mano del rey, gestionando tema de reparto, desde los diseñadores de cartel, de la música…». Es lo importante de trabajar en algo que te entusiasma, implicarte lo máximo en el proyecto, a fondo: «Sufres más, ya te lo digo, pero haces todo lo que está en tu mano para que se parezca lo más posible a lo que tienes en mente».
Y volver al teatro a cuyas tablas hacía un tiempo que no se subía, latiendo en vida de personas comunes: «Porque hacer teatro te tiene que apetecer mucho. El teatro es complicado (el proyecto, lo que conlleva levantar el telón cada día, etc); soy bastante más selectivo que con lo demás. Te tiene que atraer mucho el proyecto», asegura Santos, cuya única exigencia para dar el ‘sí’ al proyecto fue que la dirección cayera en manos de César Oliva.
César Oliva (Murcia, 1945) cuyo nombre es ya teatro en estado puro. El que fuera primer director del Festival de Teatro Clásico de Almagro. Uno de los directores que más ha hecho por la escena en España. Ahora ya catedrático emérito de Teoría y Práctica del Teatro en la Universidad de Murcia. Hace tres años que se jubiló, y en este tiempo tampoco ha parado:
A César le debemos mucho. Con el tiempo sí te vas dando cuenta de lo muy reconocido y valorado que es nacional e internacionalmente. Es una figura indiscutible, una institución. Sus libros son referencia en el teatro, su Historia básica del arte escénico se estudia a lo largo y ancho del mundo de la escena…
Actor y director nunca han estado desconectados el uno del otro a lo largo de estos años: «Hace unos cinco años ya hablábamos de volver a trabajar juntos, pero aquello no fructificaba. Volvimos a encontrarnos y sí estuvimos más cerca con Ninette y un señor de Murcia que él dirigió». Pero el bombazo cinematográfico de Alberto Rodríguez, El hombre de las mil caras, le impidió finalmente protagonizar el montaje teatral, «era imposible compaginar los ensayos de Ninette con un rodaje en París, etc».
Santos es todo un caudal de energía. Dice Pedro Segura (Bonjourmonamour): «Carlos es un torbellino que te atrapa, te contamina y te deja seco. Tiene un talento indiscutible que le ha hecho llegar a ser quien es, pero lo que sobre todo tiene es una profesionalidad y una pasión casi ilimitadas».
Bueno, Pedro me conoce desde la Escuela de Arte Dramático, tendría yo unos 19 añitos, me conoce muy bien. Ese torbellino al que se refiere a veces te puede jugar malas pasadas porque es verdad que me implico mucho y eso conlleva una insatisfacción casi crónica. Para mí nunca está todo perfecto. Y comprendes al final que hay que relativizar un poquito más y dar un pasito atrás y decir ‘bueno, la perfección a veces es muy complicada de sobrellevar y no merece la pena tanto que te agote’.
Pero conociéndote es inevitable esa pasión:
Es que sin pasión esto no se puede hacer. Si lo haces para ganar dinero o por cumplir el expediente o como un negocio simplemente, olvídate y dedícate a otra cosa. Esto es vocacional y hay que hacerlo con todo el entusiasmo posible.
Es de los actores que gana con el tiempo, como el buen vino gana solera. Tanta que tenerlo frente a frente es comprobar que ha adquirido la maestría cómica y dramática de admirados como José Sacristán con el que, precisamente, comenzó su despegue sobre las tablas con la obra Almacenados. Para Carlos Santos todo proyecto suma. Desde el más pequeño montaje teatral al rodaje más millonario:
Una vez que estás metido en ese proyecto la entrega y cómo te vuelcas tiene que ser la misma. Amas esta profesión. Al final tu trabajo eres tú. Tú eres tu instrumento de trabajo. Es tu cara. Es tu voz la que la gente ve y siempre te estás poniendo a prueba y te estás mostrando, con lo cual, una vez que oyes ‘cinco y acción’ o sube el telón ahí hay que dar el 100%.
En definitiva, todos andamos en obras, construyéndonos, todos cargamos con nuestro telón y nuestro escenario cada día:
Siempre y más en esta profesión. Este trabajo que te obliga a seguir reinventándote y a estar siempre muy arriba. No te deja relajarte. No puedes ni debes pensar nunca ‘ya está todo el pescado vendido’. Es una construcción constante. Si tú le pones el límite a las cosas ahí te quedarás, si no le pones límites nunca se sabe hasta dónde puedes llegar.
Carlos Santos es tranquilo y positivo. Te habla sin aspavientos y te escucha con atención. Cuando le tienes delante sabes que estás ante uno de los actores más camaleónicos de nuestro cine. El título El hombre de las mil caras parecía predestinado. Efectivamente, mil personajes en ese cuerpo menudo y fibroso porque Carlos Santos lleva muchos años encadenando proyectos en cine, teatro y televisión escalando, paso a paso, la montaña de una profesión siempre incierta y exigente, ganándose a pulso el respeto de todos.
Le dicen el actor inclasificable, aquel con el que podrían identificarse muchos espectadores. Sin recurrir a tópicas afectaciones, la vena de actor que llevaba dentro fue dando su fruto. Y lo comprobamos cuando interpretó al ingenuo y tímido policía de Los hombres de Paco explotando su vis cómica; al amigo y Pigmalión de Sira, Félix Aranda, de El tiempo entre costuras; cuando acabó encandilando a directores y espectadores con el personaje que le brindó definitivamente la proyección mediática al interpretar a uno de los protagonistas más oscuros de nuestra historia reciente -Luis Roldán- en la película de Alberto Rodríguez; se convirtió en la divertida y tierna Avelina de Ella es tu padre y dirigiendo obras de teatro como Un tonto en una caja a la vez que ponía voz a uno de los villanos del Batman de LEGO o doblando a James Franco en The Disaster Artist.
El punto de inflexión en su carrera vino de la mano de El hombre de las mil caras, filme en el que encarnó con tanta solvencia a Luis Roldán, el que fuera director General de la Guardia Civil y ambicioso estafador cuyo robo multimillonario de fondos reservados puso contra las cuerdas al gobierno socialista de Felipe González, que ganó el Goya al Mejor Actor Revelación. En otra entrevista que le hice me contaba cómo vivió, mientras sucedía, todo lo que contaba la película… «recuerdo cuando esto salió a la luz, tendría 16 o 17 años, me pareció algo sorprendente. Que esto ocurriera con alguien que fue Director General de la Guardia Civil, la última persona que te esperas… Fue el primer caso de tantos y tantos que han salido después a la luz… Y mira que después lo hemos superado con creces… Creo que estamos curados de espanto».
Para encarnar a Luis Roldán tuvo que ganar 10 kilos de peso y raparse al cero. En la serie Ella es tu padre aguantaba cuatro horas de maquillaje para ser mujer y ahora otro gran reto, un regalo de José Luis Garci que le ha dado la oportunidad de oro de demostrar que encarna mejor que nadie al nuevo español medio, al mítico detective Areta. Santos proclama, eso sí, a los cuatro vientos que también es importante caer en manos de directores que saben escarbar en los múltiples registros de un actor:
No depende siempre de uno. Necesitas unos directores que confíen en ti, que te den la oportunidad. En mi caso tengo unas socias estupendas, unas directoras de casting, Eva Leira y Yolanda Serrano, que han confiado en mí para afrontar personajes muy diferentes entre sí. Otros directores o directoras de casting ni lo intentan. Hay gente que te llama siempre para lo mismo. Hay algunos que están todavía en el gracioso de Los hombres de Paco. Y tú con Goya y sin Goya y con todas las ganas del mundo por hacer otras cosas. Afortunadamente, reitero, hay otros que no. Eso ya depende de la imaginación del que mira, del director y de los directores de casting. Doy gracias porque he tenido la suerte de que me han visto para hacer cosas muy diferentes. Por ejemplo, Roldán y Avelina, personajes más opuestos no se me ocurren. Reitero, no está en manos del actor. Cuando escuchamos a un actor decir ‘estoy encasillado’ es que probablemente no esté en su mano, si sólo te llegan proyectos para cierto tipo de papel… Afortunadamente, la serie Los hombres de Paco y el personaje de Povedilla fue el trampolín definitivo. Durante cinco años empecé haciendo el gracioso, el tontito Povedilla y, más adelante, dentro de la serie, me ofrecieron cosas muy diferentes para añadir al personaje con tramas muy trabajadas en las que ya pude mostrar otras caras con dramas…
Y Areta:
Pues lo mismo. Que el señor Garci decida y sea valiente para decir que tú eres Areta y el actor ideal para tomar el relevo a Alfredo Landa… Pues a mucha a gente no se le habría ocurrido jamás.
Y el personaje que encarna actualmente en el teatro… ¿Por qué hay que ver Volvió una noche?
Desde que César Oliva nos la pasó para leerla fue un sí unánime. Es una comedia con un punto de partida muy surrealista que te da ya la pauta de lo que vas a ver. Que va directa al corazón, que divierte y emociona y que habla de temas que nos afectan a todos. Hay un equipo de muchísimo nivel detrás. Y, el autor es Rovner. Lamentablemente falleció antes de poder ver nuestro montaje, aunque sí estaba informado. La familia nos comunicó que la mayor alegría que se había llevado estos últimos días es que se estrenaría en España. Paradójicamente es una obra que habiendo sido estrenada en multitud de países de Latinoamérica y Europa -en Praga lleva veinte años representándose ininterrumpidamente-, en España no se había estrenado nunca. Además, Berta Hernández que canta en directo. La colaboración virtual de Pedro Casablanc…
Cumple Rovner el mandamiento de Chéjov, cuando dijo que el teatro debe pintar la vida como es pero también, un poco, como debiera ser; esa cosa de hacer reflexionar al espectador…
De hecho Rovner la escribió porque la soñó. Él había tenido una relación con la madre un poco parecida, una madre muy dominante. Soñó que su madre volvía y que le preguntaba qué estaba haciendo con su vida. De alguna manera la obra es la reconciliación de Rovner con su pasado admitiendo en qué se ha equivocado y en qué ha acertado. Ahí hay un punto de la función realmente tierno y realmente bonito que lleva al público a identificarse claramente con los dos personajes.
Esta función reivindica un poco eso, la felicidad pequeña.
Decía Rovner «a mí me interesa el pequeño héroe, el cotidiano. En todas mis obras aparece el conflicto del hombre con los valores trascendentes…»
Precisamente esa es una de las cosas que me señaló César y que marcamos bien. El personaje a priori, en una primera lectura, es un héroe, el que al final se enfrenta a la madre y le dice cuatro cosas… pero no, no, no, nada de eso. Él es un personaje infantil, egoísta, ruin, bebe un poco de más, tiene todos los elementos de un antihéroe pero eso es lo que le da el punto más bonito. Es mucho más divertido, es un don nadie realmente. Es un señor que empezó a estudiar Medicina y la madre descubre que no la terminó, se dedica a la pedicura. La madre lo había apuntado en el conservatorio para que tocara un día en la Sinfónica y lo que tiene es una banda de boleros. Pero, precisamente, el mensaje al final es que yo soy más feliz así que siendo cirujano. Esta función reivindica un poco eso, la felicidad pequeña.
Estamos ante una comedia, pero también lo hemos visto en dramas ¿qué le provoca más satisfacción, emocionar o hacer reír?
Entra un poco en lo mismo al final. Si haces drama y consigues que el público se emocione has conseguido el objetivo; si haces comedia y se ríe, igual. Al final no hay mucha diferencia. Todo el mundo tiene un sentido muy similar del drama, pero por otro lado cada uno tiene el sentido del humor muy distinto. No es lo mismo hacer comedia que hacer gracia. No se trata de ser gracioso, se trata de que al público le haga gracia.
Tal vez por eso jamás lo veamos haciendo monólogos:
No me veo haciendo gracia adrede. Me veo en un personaje que por esas circunstancias personales pueda hacer gracia en un momento determinado. Me interesa el personaje y la historia.
¿Qué se nos da mejor a los españoles, reírnos de nosotros mismos o lamentarnos?
Últimamente se palpa en el ambiente que lo de reírnos de nosotros mismos se nos está dando un poquito regular. Nos hemos reído mucho de nosotros mismos durante mucho tiempo. Recuerda cuando sucedió lo de aquella chica de Murcia con aquel tuit sobre Carrero, salieron a la luz chistes de la época de Tip y Coll, La Codorniz etc iguales o peores y no pasaba nada. Ahora mismo nos ofende todo, estamos de uñas con todo en general. Nos pensamos todo ¡cuidado que esto puede ofender a alguien! Mira, es muy sencillo, si me cuentan un chiste que no me gusta no denuncio al que me lo ha contado simplemente no lo incluyo en el repertorio, no lo cuento y ya está. Yo, que tengo más dudas que certezas en mi vida, descubro que hoy parece que todo el mundo tiene unas certezas y una seguridad en todo pasmosas. Cualquiera es capaz de opinar de medio titular incluso sin terminar de leer la noticia.
El Crack Cero y José Luis Garci
Volvemos a la interpretación y Santos habla de su oficio con esa pasión sin complicaciones de los que saben que casi siempre el camino hacia lo excelso pasa por crear desde lo más simple. Historias que hablan de nosotros, de cómo somos, la grandeza de Germán Areta. Areta es un personaje sin dobleces, es lo que ves:
Es lo que te transmite, lo que es el personaje, desde luego, es que es muy claro. Yo me revisé las dos películas (El Crack y El Crack II), por supuesto, antes de enfrentarme a este ‘super reto’ y Germán Areta es un personaje arquetípico del cine negro clásico americano como un Humphrey Bogart o un Philip Marlowe. Ese tipo de personaje seco al que apenas le sacas media sonrisa durante toda la película. Cuando está en su trabajo es súper recto, luego vemos que en su vida más íntima es capaz de abrirse un poco más, tanto en las dos películas anteriores como en ésta (atentos en El Crack Cero al Areta más íntimo). Las tres películas se pueden ver seguidas y parece que no ha pasado el tiempo por ellas, parece que no se ha hecho hasta casi cuarenta años después. La sensación es que es el mismo tono, el mismo tipo de diálogo, el mismo tipo de plano.
«Lo único que tuve claro desde que comencé a aporrear mi Olympia es que El Crack Cero sería en blanco y negro. En este Crack de ahora, el blanco y negro es igualmente reflejo de otro tiempo especial, concretamente aquel remoto entonces 1975, cuando todo terminaba y empezaba, y que yo recuerdo con la tonalidad de la borra y el NO-DO: los periódicos, los escaparates, la televisión, la radio, el largo de las faldas, el Metro, los coches, las ilusiones, los proyectos, los bares, las librerías, el entresuelo de los cines, la ropa interior, los veranos y, claro, las personas”. José Luis Garci.
El papel soñado, el personaje anhelado por cualquier actor «ser ese Humphrey Bogart capaz de ser honesto en un país de mierda» que reconocía Garci en la presentación de El Crack libro. Y no era fácil enfrentarse al personaje que interpretó Landa, más cuando recuerdas las palabras del director refiriéndose a su mirada, «esos actores que consiguen mirar como un hombre muerto y que Landa llevaba un paso más allá, miraba como un hombre acabado».
Que no se note la cámara, esa máxima la ha tenido siempre Garci, «que suenen los personajes. Y rodada en blanco y negro porque está ambientada, es un precuela, aunque el término no le guste al director». ¿Veremos la esencia de El Crack?:
El Crack está considerada una película de culto y, desde aquí lo digo, es una muy digna precuela. Supongo que le gente dirá que no está Alfredo Landa, que estoy yo, pero vamos a confiar en que si Garci me ha elegido algo habrá visto para que yo lo interpretase. Tal vez por eso a mí me preocupaba más que estuviera contento Garci claro, porque para él era una cosa muy bonita, muy entrañable, volver a este personaje treinta años después. Lo más importante para mí era su satisfacción más que la mía».
Y Santos puede estar tranquilo, José Luis Garci confirma: «Areta es Carlos Santos, un magnífico actor dotado con la intensidad de mi inolvidable Landa: acero y plastilina, eso atesoran los dos. Si esta nueva aparición de Areta distrae, o emociona, se lo deberé en gran parte a Carlos, que nos ofrece el detective que duerme poco y lo que ve no le gusta nada, con la fuerza, la técnica y la personalidad de las grandes estrellas de Hollywood. Carlos siempre parece relajado y, tal vez, como Cagney o Joe Pesci, a punto de explotar, en la misma escena, en el mismo plano».
Recuerda el primer día que conoció a Garci…
Yo pensaba que iba para una entrevista, a conocerle, y que estarían también otros actores para hacer la prueba como yo y nada más llegar el recibimiento fue «¡Coño, si está aquí Areta, pase Areta! Esta es tu oficina…». Y comenzó a enseñarme los dibujos de arte. Imagínate…
Trabajar con Garci es como viajar a otro tiempo…
Como él dice hemos hecho una película analógica en el año 2019. José Luis Garci no dice acción, cuando lo tiene todo para rodar dice «muy bien Carlos, estamos rodando, cuando quieras tómate la acción». Él está pegado al cameraman, como lo llama; no está mirando nunca el objetivo, el monitor, es una forma de hacer cine que no se hace ya. Y para él no es el equipo técnico, son los colaboradores necesarios: el tipo que lleva la cámara es su colaborador, el de las luces es el director de fotografía, es un respeto total por la profesión. Estamos ante una leyenda del cine de nuestro país.
Y uno de sus mayores referentes cinematográficos desde que tenía 14 años:
Yo aprendí a ver cine de su mano en el programa Qué grande es el cine, y con todas las películas que me descubrió y todo lo que ese programa significó para mí, imagínate lo que ha supuesto que, años después, me escogiese para encarnar nada menos que a Germán Areta. Y tener la oportunidad de conocer y estar cerca de todos su colaboradores: Torres-Dulce, Luis Alberto de Cuenca… Ha sido muy emocionante todo.
Tenemos en España a un señor que tiene un Oscar, que ha estado nominado otras tantas veces:
Que tiene anécdotas para dar y repartir. Que te pones a hablar con él de una secuencia y hablas de la secuencia un minuto y ya no te levantas de esa conversación en una hora porque se te pone a hablar de mil cosas. Cine, boxeo y fútbol son sus pasiones.
Y que casi lo perdemos. Contaba que casi había perdido la ilusión, que no se encontraba con las fuerzas necesarias para emprender un rodaje:
Es verdad que dijo que después de Holmes y Watson ya no iba a rodar más y también dijo que jamás haría un tercera parte de El Crack y nos alegramos todos los que hemos participado en este proyecto de que no dijera la verdad, que haya hecho una película más y que haya hecho la tercera parte de El Crack. Y me consta que le ha devuelto mucha energía este rodaje y está con ganas de más, tanto que le estoy intentando convencer de que si Landa tuvo dos, pues yo tengo que tener otras dos 2, «tengo que empatar con Landa, José», le digo. Ahora sabemos, también, que tuvo mucho que ver para que recapacitara esa vuelta una larga conversación con Maite Imaz, viuda de Alfredo Landa, que le animó a cerrar la trilogía.
Miles de anécdotas de un rodaje del que se espera su estreno el próximo 11 de octubre y volverá a sumergir al espectador en los bajos fondos del Madrid de los setenta. Entre risas le pregunto sobre aquel momento en pleno rodaje cuando Garci le soltó que le recordaba en una secuencia a Al Pacino en El Padrino:
«José, venga, anda…vamos a seguir rodando» y él «mira, mira, que estoy comentándolo con el cámara, con el de fotografía, todos me están dando la razón» y te insiste y es un piropazo en definitiva. Yo ya me vine arriba y si a mí me decía ya tírate de cabeza por ahí yo me tiraba.
Carlos destaca lo generoso que es el director, «todos los días llega con un regalo para el equipo». Y recuerda un regalo muy especial: «Una mañana llegó con el guión original, del año 1960, de El Cid de Anthony Mann: ¡Aluciné, claro! con su papel amarillito, con sus correcciones a boli dentro, aquí lo tengo bien cuidado… Nos regalaba sobre todo libros, discos y películas…
No puedo evitar comentarle que veo que sigue conservando la calavera que un día le regaló su madre como la mejor representación de Hamlet, «el mejor personaje que se ha escrito para un actor» has dicho siempre:
Es el personaje que lo tiene todo. Tiene momentos de comedia maravillosos, de hacerse pasar por loco, un fuego interno bestial, es bueno, es malo, es cruel, es tierno, es cínico, se enamora, se desenamora, hace sufrir, se enfrenta, se ríe, mata, es una sinfonía. Es como una perfecta carta de presentación. Si haces Hamlet ya puedes hacer cualquier cosa. Me llamaron para interpretarlo en una ocasión y acabé dirigiéndolo en un proyecto muy petit comité, muy bonito, en un castillo… Me encantaría afrontarlo otra vez, aunque no sé si el físico me daría por lo que supone hacer cuatro funciones seguidas de Hamlet, podría ser ir de la cama al teatro y del teatro a la cama del desgaste físico y emocional, pero me encantaría hacerlo de nuevo con todas las de la ley.
Detrás del escenario
Y teníamos que hablar de la música, esa otra pasión que llena su vida. Guarda como un tesoro aquella acústica que Robert Smith (The Cure) utilizaba en los directos que diseñó para la marca Schecter y la eléctrica con la que salió a tocar en Hyde Park en el concierto del 40 aniversario de este verano:
Sacó cuarenta unidades exclusivas de ese concierto para sortearlas. Lo mío con The Cure es fanatismo puro y duro.
La música para él es punto y aparte. Se subió a un escenario antes a tocar que a actuar, «es un refugio siempre, me desconecta de todo. Eso sólo me lo da la música». Junto a sus amigos de la adolescencia Jorge y Fran Guirao, de Second, disfruta el que hoy es su proyecto musical para los días libres: Soundtrack. Cuando sus agendas se lo permiten. «Esas cuatro o cinco horas de ensayo es un momento de desconexión». Tocan, componen, «de momento nos juntamos para disfrutar y hacer disfrutar a quien nos viene a ver, ya se verá si algún día publicamos…».
Todos los días procura leer y ver cine…
Ahí estamos ahora enredados entre series y películas. A punto de terminar Juego de tronos, me ha encantado. Chernóbil. ¿Y libros? Estoy con uno que me regaló Garci, A este lado del gallinero. Me ha regalado unos cuantos: Latir de cine, Morir de cine… Es que es apasionante cómo escribe, el ABC dice que es mejor escritor que director y, efectivamente, escribe como Dios, fantásticamente.
Y propone para ponerse las pilas de cara al estreno de El Crack Cero:
Adictos a El Crack, (varios autores, Víctor Arribas, Pedro G. Cuartango, Luis Alberto de Cuenca, Antonio Giménez Rico, Oti Rodríguez Marchante, Eduardo Torres-Dulce). Por cierto, ahí es donde dice que nunca más va a hacer otro Crack y gracias a eso tenemos película a las puertas.
El Crack Cero (2019)
Me fijo en que sigue llevando aquel anillo que llevaba desde los 15 o 16 años en el índice de la mano izquierda
¡Ya se ha mimetizado conmigo!
Y eso dice mucho de él. Define a un tipo fiel a sus costumbres, sin dobleces, con sus vaqueros y su camiseta.
Soy un nostálgico en el fondo. Lo del anillo sí, es algo curioso, salgo de casa y si lo he dejado para algo tengo que volver a por él. Y lo he recuperado de tantos sitios y tan dispares que merece esta lucha mantenerlo. Es como intentar mantener lo bueno, intentar parecerte a aquel chico de cuando tenías 15 años que tenía clarísimo en su cabeza qué quería llegar a ser, que aquel chaval me mire y me diga, pues sí te pareces bastante. Lo importante es intentar mejorar cada día.
Recuerdo que me dijo una vez que entre otras cosas uno de los sentimientos que más detesta es la envidia:
Como dijo Unamuno, la religión nacional. Donde aparece daña al que la siente, al que la padece y a los que les rodean. La envidia y ahora la falta de empatía. Ser incapaces de ponernos en el lugar del otro. Lo peor es la polarización que está sufriendo la población en cuanto a ideología, pensamiento, si no estás conmigo estás contra mí, creo que si estuviéramos en la Edad Media estaríamos al borde de una guerra, aunque suene duro… Se llevan las ideas al extremo, la lucha encarnizada por insistirte en su pensamiento y no dejarte opinar, lo tuyo ya no vale. Desde luego, quien más quien menos hoy tiene en muy alta estima su opinión….
¿Qué es lo más importante en definitiva?
Ser feliz. Y haciendo felices a los demás. Mejorar la vida de los que te rodean.
¿Y qué es lo que procuras no perder nunca?
¡El anillo! (se ríe) Fuera de bromas, el sentido del humor y cierta capacidad objetiva ante tanto ruido como hay ahora mismo.
Un personaje de Esperando a Godot, Estragón, dice «no hay nada que hacer»…
Para empezar Esperando a Godot es una obra existencialista y la escribió un señor en un periodo tras la segunda guerra mundial, saliendo a la luz todo lo que había ocurrido y con una corriente de pesimismo… Lo que no podemos hacer es dejar de intentar que mejore la cosa. Hay que seguir intentando eliminar aquello que hace que la vida sea más fea. Hamlet dice algo así como ‘el mundo se ha vuelto loco, se derrumba, qué pena, qué triste haber nacido yo para enmendarlo…’, pues pensemos qué puedo hacer yo para no aportar más ruido e intentar ayudar para mejorar las cosas….