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Entrevista a Teresa Marín y Francisco Precioso: “Todos los grupos sociales atesoran en la memoria familiar hechos destacados de ilustres antepasados de los que nos sentimos orgullosos”


¿Acaso cuando han encontrado objetos pertenecientes a un antepasado, han entrado en la casa familiar a la que hacía tanto que no regresaban o han leído un documento histórico, no se han preguntado nunca qué historia guardará o qué nos dirían aquellas manos que pasaron por ellos? Descubrir y contemplar la historia a través de aquellas huellas, ademas de formativo, es un estímulo para los sentidos.

Entre 1740 y 1830, se fue dibujando un escenario de una realidad inestable. El recurso al pasado y la recreación de una memoria familiar con la que adaptarse ante las nuevas formas sociales y políticas, que emergían entre los vestigios del mundo que iban quedando atrás, nos sirven hoy como herramienta de estudio sobre los referentes que guiaron aquella lenta transformación.

Este análisis de experiencias permiten identificar los nuevos valores sociales y culturales, la relación que establecieron con su pasado y las claves sobre las que se construyó la memoria familiar desde mediados del siglo XVIII hasta principios del XIX. En 2023, se celebró en Murcia el congreso Los arcanos de la memoria familiar. De aquel congreso acaba de llegar a las librerías Practicar la distinción, crear memoria. Espacios y medios de proyección del pasado familiar (siglos XVII-XIX), (Editum, Universidad de Murcia). Con sus editores, María Teresa Marín Torres, directora del Museo Salzillo y doctora en Historia del Arte (Universidad de Murcia) y Francisco Precioso Izquierdo, doctor en Historia Moderna y profesor de la Universidad de Murcia, nos adentraremos en el estudio del peso de la familia en las biografías eclesiásticas; los álbumes de familia: creación y destrucción en los archivos familiares; los espacios domésticos; construcción de la identidad familiar desde el patrimonio; espacios de representación femenina; construir el recuerdo de la mano de la literatura fúnebre, por ejemplo desde la Casa de Alba a mediados del siglo XVIII, entre otros usos familiares y sociales que a muchos ahora suenan extraños .

Nos situamos ante un tema atemporal que tiene que ver con el mundo del poder y los poderosos: “Sólo unas pocas personas y familias fueron capaces en la sociedad de los siglos XVII-XIX (la sociedad que nos precede) de alcanzar una distinción que les confería ciertas prerrogativas. La pregunta clave que nos hacemos es, ¿cómo proyectaron ante los demás esa diferencia, esa ventaja? Es una cuestión clave porque, en última instancia, la comunicación del poder por parte de los poderosos se antojaba fundamental para que fueran reconocidos como tal, o lo que es lo mismo, para que la comunidad, los otros, legitimaran y reconocieran su preferencia”.

¿Cuál es el propósito a la hora de exponer estos usos y costumbres? “En Los arcanos de la memoria nos propusimos como objetivo principal analizar cómo esa gran estrategia de comunicación desplegada por las familias influyentes, el pasado, o mejor, el uso del pasado, se constituyó para ellas en un activo, es decir, cómo lo utilizaron para conservar privilegios y ser reconocidas como poderosas durante generaciones, a pesar de los cambios sociales, económicos, políticos o culturales que se sucedieron entre esos dos siglos”.

El poder y la influencia

Asunto nada trivial. Si valoramos y nos interesan las vidas de los Lannister, series como The Crown o Dowton Abbey, ¿cómo no nos van a interesar los miembros de las grandes casas o la historia de los espacios o calles que recorremos y pisamos habitualmente? “Nos interesa el poder, siempre nos ha interesado. ¿La razón? Posiblemente porque sea algo escurridizo, al alcance de muy pocos. Por eso hoy nos sigue fascinando que una persona (ya sea un rey, un aristócrata, un político, pero también un padre de familia, una madre, un humilde párroco, un alto administrador, un publicista, un joven delante de una pantalla de un ordenador o de un móvil…) pueda influir en otra persona hasta el punto de llegar a determinar elecciones fundamentales de su vida (pareja, estudios, trabajo…).

La cuna, la riqueza, el talento, la educación, ¿han subdividido siempre a los hombres? “La sangre ha sido desde la antigüedad un elemento fundamental en la estratificación social. Hasta finales del siglo XIV y principios del XV, el lugar en el que nacías solía ser para la mayoría, salvo excepciones, el lugar en el que morías, en el que encontrabas pareja, en el que trabajabas. Los cambios que irrumpen con el Renacimiento y la nueva valoración del hombre van agrietando ese determinismo hasta el punto de animar una creciente movilidad social fundada en el mérito, el talento, la formación… y también el dinero. Es un proceso que, andando el tiempo, a finales del siglo XVIII y principios del XIX, terminó cediendo a favor del mérito personal como fuente sobre la que comienza a girar buena parte del nuevo orden social”.

Archivos de familia

Tejer una sólida red de parientes, amigos, clientes y patrones con intereses económicos y de poder más o menos comunes era fundamental para ascender, ya no sólo profesionalmente, sino también social y políticamente: “Claro. Basta un ejemplo para entender bien esta idea. Todavía hoy se puede escuchar aquello que Cervantes puso en boca de Sancho: y soy yo de aquellos ‘no con quien naces, sino con quien paces’, y de los quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija. Yo me he arrimado a buen señor, y ha muchos meses que ando en su compañía, y he de ser otro como él… Pensamos que el clientelismo o la dependencia era algo que siempre se imponía desde arriba, pero con el ejemplo de Sancho vemos que, a veces, era una relación buscada por los clientes o dependientes, una forma de acceder y redistribuir recursos que solían estar monopolizados en pocas manos”.

En el libro se menciona El Álbum, de Mariano José de Larra, a propósito de los álbumes de familia, “¿qué es la historia sino el álbum donde cada pueblo viene a depositar sus obras?”, leemos: “El álbum de fotografías que todos tenemos en casa y que, en muchas ocasiones, nos han legado nuestros padres o abuelos remite a una práctica que solía ser común entre los estratos superiores: recopilar parte de la documentación conservada en sus casas. Eso, como muestra el capítulo de Gabriela de Luis Zárate, ocasionó pérdidas irreparables en los fondos documentales de los archivos de las familias”.

Por otra parte, el hombre se ha empeñado en dejar huellas de su paso por todas partes. Sin ir más lejos, “¿las pirámides qué son, sino la firma de los faraones en el gran álbum de Egipto?”:

“Sí. Parece innata esa necesidad de la persona de dejar constancia, de decir, aquí estuve yo, o yo hice aquello, o yo participé en esto. Lo que, por otra parte, nos señala otro dato no menos importante del proceso histórico: al menos desde los principios de la Modernidad existe una fuerte noción del yo, la persona toma conciencia de sí misma, de su papel en el mundo y de su cualidad irrepetible”.

El ser ejemplar

Ya sea por medio del relato genealógico, histórico, las honras fúnebres, el arte, los enseres cotidianos, las cocinas o el coleccionismo, ¿tan importante es distinguirnos? ¿y el privilegio?:

“El privilegio implica una distinción, segrega a un número reducido de personas sobre el común y las señala con una serie de ventajas (en eso consiste el privilegio, tener ventajas inaccesibles para los demás). Lo característico de la sociedad de los siglos XV, XVI, XVII y XVIII es que esos privilegios encontraban una sanción legal, se admitía que la sociedad presentara un alto grado de desigualdad y diferenciación. Sin embargo, el privilegio y la distinción tienen que comunicarse a los demás para que sea conocido y, por tanto, reconocido por los otros, de alguna manera aceptado o tolerado por la sociedad. Trabajos como los de Begoña Martínez San Nicolás sobre las honras fúnebres de la XI duquesa de Alba, los enseres cotidianos de la élite política murciana del setecientos estudiados por Luciana Luque Greco, la obsesión heráldica de una nueva nobleza como el I marqués de Casa-Tilly analizado por Ana Rosa Nieto Cervantes, los encargos escultóricos de determinadas familias poderosas que ha trabajado Marina Belso Delgado o tener unas cocinas a la moda según el estudio de María Pilar Ruiz López, reflejan el interés de esa minoría poderosa por representarse diferente al común y exteriorizar su distinción.

El cambio que se produce a finales del siglo XVIII y a lo largo del XIX va a consistir precisamente en negar justificación al privilegio sancionado por ley. No significa esto que la nueva sociedad rechace la existencia de ventajas, pero son eso, ventajas que no llevan consigo derechos particulares ni exclusivos”.

El ser ejemplar, pues, es primordial, ¿depende entonces de las personas o de los linajes? “Es muy difícil pensar aquella sociedad, la de los siglos XVII al XIX, como una sociedad de individuos tal y como podemos pensar la nuestra. Más que en esos términos, preferimos entenderla como una sociedad de familias en la que todo o casi todo estaba sujeto al interés del colectivo. Sin embargo, la persona va a ir poco a poco acaparando mayores cotas de responsabilidad, va a ir emergiendo entre la tela de las muchas solidaridades grupales en la que se envolvía. De ahí que se buscara también un comportamiento personal ejemplar. La genealogía, como refiere el estudio de Ana Rosa Nieto Cervantes tenía ese fin didáctico, conocer las hazañas de los antepasados y que sirvieran de ejemplo; la vida virtuosa de una duquesa de Alba, como analiza Begoña Martínez San Nicolás, sirve igualmente a ese fin didáctico: loar las virtudes de la aristócrata y elevarlas como canon de comportamiento ejemplar”.

Esta mentalidad te hace crecer, es positiva… Es decir, ¿la hegemonía, el linaje, existen si son útiles? “Es más complejo. El historiador no debe caer en la tentación de hacer valoraciones morales. No olvidemos que sociedades como la española de aquellos siglos no eran realidades inmutables. El linaje podía tener su razón de ser en una sociedad en la que la antigüedad era un valor social, es decir, era algo que todos reconocían. El que uno pudiera señalar el origen de su familia (aunque no escatimara en invenciones) y remontarse generaciones y generaciones hasta dar con su fundador, se cotizaba, de alguna manera causaba admiración. Pero el linaje llega un momento que puede también tiranizar, obligar. Cuando la sociedad comienza a reconocer a la persona mayores cotas de acción y de posibilidades, el ideal del linaje se ve comprometido: ¿por qué yo, que soy el autor de mi historia, voy a actuar como me han dicho que actuó mi bisabuelo o mi tatarabuelo hace 100 o 200 años?”

El azar, la voluntad…

¿Qué pesa más en estas vidas, el azar o la voluntad? Todos querían triunfar en la vida… “Así es, todos querían triunfar en la vida, pero decía Quevedo que si Dios te mandó que en el teatro de la vida hicieses de pobre, de esclavo o de rey, lo hicieses con perfección, pues el reparto de los papeles solo al “autor de la comedia toca”, en ese gran teatro del mundo del que nos habló el gran Calderón de la Barca. Esta actitud ante la vida tan barroca nos hablaría entonces del determinismo del azar, de la importancia del nacimiento y del linaje para triunfar en la vida. No obstante, los nuevos valores de la educación que subraya la Ilustración y el ascenso de los grupos burgueses van haciendo de la voluntad (término muy decimonónico) el elemento decisivo que comienza a configurar las vidas de las personas”.

¿Tanto la apariencia personal como la del hogar eran, a primera vista, la carta de presentación de toda familia nobiliaria, ponía de manifiesto la jerarquización social existente? “La apariencia era realmente importante para estos grupos que tenían que mostrar a través de sus espacios domésticos, sus enseres, mobiliario e indumentaria, pero también por medio de sus usos y costumbres, dentro de marcados rituales sociales, el valor de su linaje. Tenían que exhibir que esos legados recibidos por sus antepasados, tanto desde el punto de vista material como inmaterial, testimoniaban su posición en la sociedad y justificaban su estatus, de ahí la necesidad de conservar y acrecentar estos patrimonios familiares para sus herederos, quienes, a su vez, los debían seguir exhibiendo con orgullo el linaje. Ya en el siglo XIX, con el ascenso al poder de la burguesía, esta también siente la necesidad de rodearse de un mundo de lujo y apariencia, por lo que el coleccionismo como fenómeno de distinción se extiende por esta centuria de un modo más intenso”.

Las necesidades humanas elementales de alimento, cobijo y vestido, así como otras constituye un apartado del conocimiento histórico que permite una rica aproximación a las sociedades, importante  documento etnográfico: “Esas necesidades humanas eran comunes a todos los estratos sociales pero las personas y familias influyentes podían distinguirse a través de sus patrimonios materiales e inmateriales, a través, por ejemplo, de esas cocinas a la moda en el siglo XVIII”.

Memoria vs autobiografía

¿Existe diferencia entre la memoria y la autobiografía? ¿Son dos formas distintas de evocación personal? “Son dos formas diferentes, aunque, en ocasiones, es cierto que los límites son difíciles de establecer con nitidez. La memoria es más proclive al contexto, a explorar el medio a través de un protagonista, mientras que la autobiografía tiene un fin mucho más personalista, de justificación personal. En el estudio que llevan a cabo Jerónimo Miguel Rueda Dicenta y Juan Francisco Martínez López se ve a un Francisco Afán de Ribera preocupado en construir (inicialmente) una historia de los caballeros de su familia para transmitirla (posteriormente) a las siguientes generaciones. Esa tensión entre lo que una persona recuerda y cree recordar, por un lado, y selecciona, por otro, está presente ya en escritos como el que analizan estos dos autores datado hacia 1637, un caso fascinante en el que se conjugan a la perfección los tres tiempos: presente, pasado y futuro”.

En realidad, no hemos cambiado tanto… Me refiero a lo de la importancia de las clases sociales, el prestigio de un apellido… “Así es. De alguna manera, podemos afirmar que el ideal de la familia distinguida permanece. Los apellidos siempre tendrán su importancia, ligados al orgullo que podemos sentir por nuestros antepasados, por aquellos que se distinguieron y que consiguieron para sus descendientes destacados patrimonios, no siempre ligados a lo material. Todos los grupos sociales atesoran en la memoria familiar hechos destacados de ilustres antepasados de los que nos sentimos orgullosos. Y lo recordamos porque fueron importantes para la familia, para la comunidad, para nuestro entorno. No tuvieron por qué ser nobles o grandes empresarios, sino hombres y mujeres que en su día fueron reconocidos”.

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