Cuando terminó mi viaje a Palestina regresé a mi Kibbutz Ein-Hashofet. Pasar de un lado a otro en dos minutos, del mundo ruidoso y dinámico palestino a la tranquilidad y confort judía, era literalmente como trasladarse a dos continentes distintos: tan cerca y a la vez tan distantes. Pagué un ticket del bus a East Jerusalem. Eran las 17:00h de la tarde del sábado y me parecía casi imposible que estuviese viajando en transporte público en el medio del Sabbat. Así era East Jerusalem, una cultura árabe en territorio judío. Quizás por eso su energía y fortaleza hacían de esa pequeña ciudad el centro del mundo, y sin duda el ombligo del conflicto.
El autobús pasó Damascus Gate adentrándose en la Old City. Sólo hay una palabra que puede describir la naturaleza de la que está compuesta la Old City: magnetismo. Un magnestismo enigmático que recorre tu espina dorsal desde el momento en el que pones un pie en ella. La Ciudad Vieja no es una ciudad, es la génesis, la historia del ser humano, el lugar donde (según está escrito hace miles de años) todo empezó y todo acabará; el vientre del mundo. A la salida del vientre que había absorbido mis pensamientos, el vehículo se adentró en las calles de Jerusalén llegando a la estación central de autobuses. De nuevo me sentí en medio de la civilización, pero sin perder la atracción que hacía de la ciudad un sitio único.
La vida en el Kibbutz volvía a ser simple y hermosa. Hermosa por su sencillez, por su falta de complejidad. Pero toda periodista huye de lo monótono en busca de decibelios que den sentido a su vida, que den fuerza a su prosa. Nada más llegar empecé a contarles a todos los miembros de mi Kibbutz mi experiencia en Palestina. Llevaba los libros que Tahseen me había dado a la fábrica dónde trabajaba de obrera mientras me sumergía en su contenido cuando la máquina en la que operaba me daba unos segundos de inerte producción en los que podía respirar. A los pocos días comenzaron los rumores. El Kibbutz en un pueblo chico. En la monotonía de su existencia los murmullos y habladurías moldean su forma y su convivencia. «Deberías dejar de llevar esos libros de Palestina a la fábrica», me dijo uno de los miembros del Kibbutz. «La gente está empezando a pensar que has venido aquí para escribir en contra de Israel».
Era algo ciertamente curioso. La mayoría de las entradas de mi blog eran entrevistas a expertos judíos o escritos sobre ciudadades visitadas en Isarel. Incluso muchos de los lectores de mi blog me habían mandado mensajes privados preguntándome si era pro-israelí. Algo que siempre he dejado bien claro, que ni era pro-israelí ni pro- palestina, yo simplemente era periodista: imparcial. Vivir en los dos lados sin escoger ni hacer propaganda, documentando historias humanas. Ese era mi proyecto. Pero sin darme cuenta me percaté de que al escoger los dos lados ya había marcado mi opción, es decir, que implicítamente había escogido un lado: los dos. Y esa opción no era un camino con la que muchos israelíes y palestinos estuviesen de acuerdo.
Recordé que estaba en un lugar sagrado y donde la lógica y el raciocinio estaban condicionados por la espiritualidad. Pese a no ser creyente sentía curiosadad por leer la Biblia, ya que para mí suponía fuente de documentación como reportera. Mis dedos se deslizaron por las páginas del libro sagrado hacia el evangelio de Juan y leí con atención la siguiente frase: «Si vosotros permaneciéreis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Juan 8:32). Hermosa frase, pero difícil de aplicar. Pensé en sus palabras y las trasladé a mi mundo periodístico y a la situación entre Israel y Palestina. ¿Qué era realmente la verdad? ¿Realmente había una sola verdad o muchas verdades? ¿Cómo tenemos la certeza de lo que pensamos que es cierto verdadero, y no forma parte de una construcción social?
Tras la reflexión escribí un e-mail de nuevo a Thaseen en el que le pedí que por favor respodiera a mis preguntas con prosa objetiva, honesta y verdadera. Como periodista no tengo una verdad absoluta, simplemente puedo hacer que vuestros ojos vean lo mismo que yo, que vuestro tacto sienta lo mismo que el mío, que vuestro olfato huela aquellos aromas que estoy experimentando en este lugar, en el ombligo del mundo. Tal como dijo el sabio apostol Juan “conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”.
Ésta es la historia de Tahseen Yaqeen.
Denos una imagen escrita de quién es.
Mi nombre es Tahseen Yaqeen. Soy un escritor palestino que vive en una aldea en Cisjordania. Mis padres son granjeros. Estudié literatura y periodimo en Egipto. Ahora trabajo en el Ministerio de Educación palestino, pero también como crítico de arte y literatura. En mis libros siempre he escrito sobre mis viajes y sobre los lugares que he recorrido. Mi gran interés son los niños y los estudios de género. Como persona, siempre me he definido como un padre de familia: adoro compartir mi tiempo libro en casa con mi esposa Rania y con mis tres hijos, que en unos días serán cuatro, ya que Rania está esperando una niña. Mi nación es Palestina, la cual ha conseguido un gran desarrollo en los últimos 18 años como resultado del establecimiento de la Autoridad Palestina. Se han creado escuelas, aceras, viviendas, comunicaciones, mejorando el nivel de vida. Pero por desgracia, tras la segunda intifada, que ocurrió como fracaso de las negociaciones entre palestinos e israelís, nuestra nación quedó dividida por el muro de descriminación, deteriorando nuestra calidad de vida a nivel económico, social, educativo y sanitario.
Muchos granjeros, como mi familia, fuimos desgarrados de nuestras tierras. Ahora vemos crecer nuestras cosechas a través de una valla de metal. La incomunicación con nuestras tierras cambió de forma negativa nuestra economía y modo de vida, al tener restricciones para cultivarlas y entrar en ellas.
¿Cómo definiría la vida detrás del muro?
Vivir detrás del muro es como estar encarcelado. Nos sentimos aislados, asfixiados, como si tuviéramos una correa. Perdemos nuestra libertad como humanos. Nos levantamos cada día en una sociedad aislada, incomunicada, con falta de puestos de trabajos y de oportunidades para nuestros hijos. Pese a disfrutar de mi vida como padre de familia, todos los días miro al cielo triste, nervioso, preguntándome cuál será el futuro de mis hijos y de mi próximo bebé en esta tierra ocupada. Pese a ello siempre conservo la esperanza, esperanza de que algún día un cambio vendrá y recuperaremos nuestra libertad.
Cuando estuve conversando con usted me comentó que su hermano fue detenido y llevado a la cárcel por participar en una protesta pacífica en contra del muro. ¿Podría contarnos qué pasó?
Mi hermano, el doctor Said Yaqeen, es líder en el comité oficial de protestas no violentas de nuestra comunidad. Él y su familia sufrieron las consecuencias de ser amenzados por su activismo. Hace un año lo arrestaron. Tuvo que estar dos semanas en la cárcel simplemente por manifestarse de manera pacífica en contra del muro de descriminación, cuando la manifestación es nuestro derecho legítimo como ciudadanos. Le prohibieron volver a acercarse al muro para no suscitar “revueltas”. Pese a ello, él sigue luchando por lo que cree.
Su hermana Nema me comentó que el Ejército israelí confiscó su tierra. ¿Podría darnos más detalles sobre el suceso?
Nema es la hermana mayor. Ella ama la familia y la tierra que nos fue concedida, que nos fue dada en herencia. Para Nema el muro no es simplemente una barrera, sino que representa el dolor de ver partida su tierra, de verla divivida y mutilada sin poder volver a pisarla. El Ejército dice que lo hace por motivos de seguridad, pero Nema no entiende qué peligro tiene que ella vaya a cultivar su tierra, la tierra que perteneció a nuestros ancestros durante décadas. Cada vez que pasa al lado del muro y ve los resquicios de sus olivas plantadas su interior se llena de lágrimas. Me pregunta el por qué, cuál es el motivo de tanto sufrimiento. No hay razones que justifiquen estas atrocidades. Me pregunta constantemente cuándo volveremos a recuperar nuestra tierra. Yo le miro a los ojos, le acaricio la cabeza y le digo que tenga esperanza, que todo llegará, que la paz vendrá. Ella me mira triste y me responde ‘¿Quién va a protegernos a nosotros y a nuestra tierra cuando la paz llegue?’.
¿Qué simboliza el muro para usted?
El muro es un ladrón que robó nuestros caminos, nuestras tierras, nuestras granjas, nuestra naturaleza, nuestra convivencia. El muro significa destrucción, destrucción de la idea de vivir un futuro de paz con Israel.
¿Cómo les tratan los judíos que se han asentado en sus tierras?
La verdad es que no tengo mucho trato con los judios que viven en los asentamientos colindantes. Sé que en algunos lugares de Cisjordania como Naplusa, Ramallah, Hebron… les han puesto problemas a causa de litigios internos sobre las cosechas y el cultivo de aceitunas.
Su esposa me dijo que usted quiere construir una nueva casa en la aldea en la que viven con motivo de la llegada de su nuevo hijo. ¿Necesitan la autorización de Israel para ampliarla?
Tenemos tierra suficiente para construir la casa nueva, pero necesitamos los permisos de la autoridad de Israel que gobierna desde la ocupación. Recientemente han denegado la solicitud, ya que los permison son limitados. Eso nos obliga a mudarnos a la ciudad y comprar un apartamento, que no es nada barato (100.000 dólares). Por otro lado, no queremos mudarnos a la ciudad, porque mi familia y amigos viven en esta aldea, y es el lugar donde quiero criar a mis hijos.
¿Puede explicarnos por qué no puede entrar en Jerusalén sin permiso a pesar de que usted se considera ciudadano de Jerusalén?
Nací en Jerusalén en 1967, es mi ciudad. El lugar donde me he criado. Ahí tenemos hospitales, escuelas, familiares, está sólo a 15 kilómetros de mi aldea. Ahora no puedo visitarlo sin su permiso. Sólo los palestinos que tienen pasaporte azul y que viven en Jerusalén tienen libertad de entrada y salida. Pero por desgracia mi pasaporte es verde, porque vivimos en Cisjordania.
¿Qué piensa que una extranjera española como yo, tenga más derechos que usted, ya que puedo entrar y salir sin restricciones en Jerusalén?
Me encanta que los extranjeros visiten mi ciudad. Le dota de fuerza e intensidad. Pero por otro lado me entristece que yo no pueda visitarla cuando quiera, sólo cuando obtengo el permiso.
¿Cuál es la solución que propone para destruir el muro?
Prefiero no hablar de destrucción. Me gustaría construir una nueva vida aquí, en mi tierra, con buenas relaciones con mis vecinos y con Israel. Creo que la solución es vivir juntos creando dos Estados. Crear y no destruir, esa es la solución.
¿El problema radica en el Gobierno o en las personas?
Sin duda, en el Gobierno. Creo que tanto Israel como Palestina han de cambiar su visión y su estereotipo del “otro”. Necesitamos empezar a hablarnos y a entendernos para dar un futuro de paz a nuestros hijos. Hasta ahora el Gobierno israelí ha defendido la ocupación y los asentamientos. Su política ha de empezar a cambiar.
¿Qué le gustaría decir a los españoles que están leyendo esta entrevista?
Me gusta la gente de España, porque siempre buscan soluciones de paz para mi pueblo. Es un país hermoso, rico en historia y en naturaleza que nos trajo la esperanza en 1991, cuando tuvieron lugar las negociaciones de la Conferencia de la Paz (la Conferencia de Paz de Madrid fue una tentativa por parte de la comunidad internacional de empezar un proceso de paz entre Israel y la Organización para la Liberación de Palestina, Siria, Líbano y Jordania. Ideada por el Gobierno de España y auspiciada por Estados Unidos y la Rusia, se celebró entre el 30 de octubre y el 1 de noviembre de 1991). Nuestro pueblo está enormemente agradecido al soporte del Gobierno español, pero seguimos necesitando de su apoyo para construir un Estado. Por otra parte, me gustaría compartir con los lectores españoles las fotografías de mi gente. Fueron agradedidos en una manifestación pacífica y sufren el muro de división y discriminación.